Si Cristo bajara a la tierra…

Que hace años visité a La Morena, les contaba ayer, para implorarle el milagro de que volviese a mí mi morena, que se me fue para nunca más, y alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir, mi única Para llegar hasta el pie de la tilma cometí la temeridad de abrírmelo (el paso) en la selva virgen, o casi, del ambulantaje invasor. Sigo la crónica de mi aventura, desventura mía

Que implorando el milagro de salir con vida de la turbamulta de tenderetes miré el retablo del Divino Rostro, pero el ingenio de los imagineros: al alterar el ángulo de visión y gracias al artificio de unas placas de vidrio, el Divino se transformó en La Morena. Al persignármela, un meneo del cogote y ¡tíznale!, ya era el rostro bobalicón de Juan Pablo II, y qué hacer; ante el bobalicón y presunto beato dibujaba la cruz, cuando, al mover el pescuezo, válgame, me la estaba persignando frente a un anuncio de Sabritas, patrocinador de la gira papal. Por último, apareció la imagen ¿de San Juan Diego, del Niño Fidencio, del Ánima de Sayula? ¡No, la de Fox! Sentí el amago de vómito. Dios, tú, ausente en toda esta industria del fervor inducido…

Di tres pasos de lado, y empujado por la multitud de penitentes como yo me fui sobre el tenderete de medallas milagrosas y juanpablos de yeso, producto chino (concesión y licencias vendidas en dólares por Norberto Rivera, fayuquero político y cardenal). De repente, entre santitos de yeso: ¿y eso? ¡Una taponadura total de la vía dolorosa (los 46 centímetros libres entre la jungla de tenderetes), generada por los peregrinos que venían en sentido contrario! «De San Ciríndanguillo el de Enmedio . me informó el de la cotorina Alientos acedos, ácidos alientos. «Y cómo fregaos no, si llevamos desde oscura la mañana bien taponiados» «Ah, estreñimiento. ¿Cenarían tunas?» «Taponiados, que ni pa atrás ni pa’lante, aguantándonos la hambre y las ganitas de desfogar», «¿vienen a dar gracias, a implorar algún milagro?» «Tovía en la mañana veníamos a rogarle a La Morenita que nos chispara al ratero que nos impuso el PRI. Más tarde le pedíamos el milagro de que esta cola avanzara Ora tan sólo y con toda el alma le suplicamos que nos ayude a salir de aquí»

Y ándenle, que de repente y a gritos, la ventrudita «¡Chencho, aquí el bigotón este se me trepó a la cola y me la está empuercando!»

– ¿Yo? ¿En semejante apretura?, protesté. ¿Podría yo propasarme sexualmente con usted? Ni cómo subir la mano y ponérsela allí.

– ¡La cola del vestido, no se haga que la Virgen le habla!

Blanco, nupcial. Uno de mis botines pisando la cola En la apretura logré alzar el pie el tanto de 4 cms. El Chencho «No se apene, mi señor, es que la Concha está muy sensible». Y con razón. Según esto, se casaron ayer, y se les ocurrió pasar el estreno cerca de La Patraña. «En un hotelito de allá enfrente». Y que llegaron al cuarto y se encerraron, y órale. «En los mameyazos, mi señor, ¿pues no sale del cuarto de baño el ambulantaje? Que viagra con sabor de grosella y que globitos de Taiwán, fayuca legítima, estos no se pandean con el trabajo sucio ni la obra negra». Y que el acto fallido lo fueron a rematar bajando las escaleras, en un recodo de la planta baja Al salir, aquello todo inundado. ‘Tero si no es tiempo de lluvias». «Inundado, pero de ambulantes, que ni cómo agarrar rumbo a la central camionera ¿No, Concha.?»

Y acá seguíamos la runfla de peregrinos, jadeos, tentaleos, pujidos y restregones. ¡Y aquella piel desnuda en mis manos! Suavecita, sin celulitis, pero lástima de machía «¡Y bien macho, sí señor! Mas que me vea en cueros no pensar mal». Resultó ser un prófugo de los baños públicos. «Allá enfrente. Yo entré a mi regaderazo semanal, y ya en cueros iba al vapor, cuando en eso sésgale, el chisguete frío en pleno lomo y partes retrógradas. Un limpiaparabrisas, intentando lavármelas. Y que me le escapo, y me salgo, y me agarra esta apretura». Y el panzón: «Yo peor, qué bochorno: ahí, en los sanitarios públicos, pagué, entré, y ya me disponía a hacerlo como Dios manda cuando ahí enfrente la chava «Productos higiénicos y otros rollos, patrón, pruébelos sin compromiso. Supositorios, oferta Qué bochorno». Mis valedores:

Cuatro horas más tarde lograba yo arrodillarme a los pies de La Morena Y ocurrió que al mirarla ¿pues qué? ¿No se alegraba con mi presencia? ¿Por qué tal dolor en su rostro? Miré en derredor: a gritos y manotazos, una turba le exigía el milagrito: «¡Que saquen del tambo, patrona a nuestra patrona.!» –

La Barrios, por aquel entonces enchiquerada en la cárcel. (Y el milagro se produjo, pero no por la intercesión de La Virgen, sino de muchos billetes y un picapleitos.) En las pupilas de La Morena una furtiva lágrima (Dios.)

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