También las medias

Las clases medias. A comer mariscos a Toluca me había invitado el amigo doctor, pero ante los precios del restaurante, a su casa, a la comida casera Y ahí sopesé la situación de las clases medias. Al llegar a la casa, un tufo como a pata de mula, pero agrio, rancio: por la puerta de la calle entraba aquella figura enteca, de chal y trapos oscuros. Tensa una voz cascada: «¿Y eso, Filiberto? No te esperaba tan pronto. Pues qué, ¿no ibas a derrochar la tarjeta de crédito gorreándole la tragazón a alguna panza aventurera?

– Mira, Chaguita, te presento aquí a nuestro huésped. Le prometí que iba a saborear tus artes culinarias. ¿No habrá modo, digo..?

La de los bifocales me la dejó tendida, mi diestra. Ceño fruncido: ‘Yo, por si acaso, en la misa de doce te encomendé a San Ramón Nonato, no vaya a ser que ese pseu-do-neo-comunistoide te contagie y vayas a terminar tú también en terrorista, una nunca sabe». (Tragué saliva una vez más.)

– Vieja linda, no seas malita. Algo de picar, digo.

– Úchale, hasta con eso…

Rumbo a la cocina se arrastraron aquellos dos pies, planos como el peinado (tintura rabiosamente renegrida); planos como la parte delantera de la mujer, como su zona trasera. Por lo demás, todo naturalito, si exceptuamos la dentadura «A ver qué más se le ofrece al señor. Al fin que nadamos en la abundancia». Agrio el gesto, ceño fruncido, regresó con aquello en las manos. «¿Algo más se le antoja al rey de la casa para agasajar advenedizos?» -ironizó.

La lata pregonaba: «Sardinas del Golfo«. Mi anfitrión: «Pura vida Cero colesterol. Píquele su cebollita ¿Limón, perejil? Con confianza, sin vergüenza. Y tú, vieja linda, ¿le darías aquí a nuestro invitado una probadita? De tu crema digo, para que se la unte en el…»

La vieja (linda) me dio una probadita de su crema Agria, rancia, desabrida Me la unté aquí, miren El doctor. «Chalco legítimo. Con masequitas del país. Para chupárselos. Mmm». La espátula malmodienta, con aquello todavía fruncido, aprontó el cacharro de plástico. Mi anfitrión: «Huele a Actopan todavía ¿O es Atocpan? Mole mundialmente reconocido. Patrimonio de la humanidad. Y en el agasajo Milpa Alta no podía faltar. Nopalitos. ¿Le apetece el jocoque? Con confianza, no sea pene» (así lo oí).

Áspera, desapacible, la de formas lacias se alejó de nosotros. La vi subir de uno en uno los escalones rumbo a su habitación. Y fue entonces cuando conocí de fijo lo que el modelo neoliberal, el pago del Fobaproa y la deuda externa han repercutido en las clases medias mexicanas. Me dio una lástima…

Porque ocurrió que el clasemediero doctor Pérez y Hernández, con el toluqueño afianzado entre índice, medio y pulgar, se había quedado observando aquellas formas enjutas, el escurrimiento del físico, el cansino andar. De súbito lo oí suspirar (oí suspirar a las clases medias de México, mi país), y a media voz expresar la definición más completa de eso en que han venido a degenerar luego de resistir impuestos y carteras vencidas:

– Qué pena En verdad, qué pena..

Lo vi observar el rumbo por el que desapareció la matrona «Qué desperdicio de tiempo, dinero y esfuerzo». Meneó la testa. El chorizo se le encorvaba «Qué pena, de veras, que yo, todavía hace unos años, lo imperdonable. Mire usted que malgastar vida sentimental y ahorros…»

Suspiró. El toluqueño se le curvaba, se le volvía lacio, resbalaba, seboso, entre sus dedos. «Haberme desperdiciado con Xiomaras, Karlas y Gloriellas muy buenas de lengua (secretarias bilingües), pero que vaya uno a saber si lo que tienen de bilingües lo tenían de sidosas, toco madera (Tocó plástico vil. El toluqueño, como falto de la respectiva pastilla azul, al piso.)

– Porque después de todo yo, con aquella vida de irresponsable; que si Yesenia, que si Dennise, que si Manolo (no, ese fue mi chofer, qué gasto inútil). Yo tantas Irinas, Tatianas, Genevives, qué horror. Frondosotas, rubiesotas, y unas pechugas. No, y aquella planta..

– ¿Alta o baja? ¿Leonerita?

– Planta de hembras. Plantosas. Me acuerdo, y qué horror…

Suspiró. Suspiraron las clases medias.

«Porque hoy, ya fijándose, pues caramba, para qué rubias y frondosotas, si mi señora esposa, ¿verdad? Ella todavía aguanta un piano. Qué digo un piano: un órgano de buen tamaño».

Silencio. Lo vi morderse uno. El de abajo. El labio. Suspiré. Y aquel nudo aquí mero, vean. Nudo gordiano. (Las medias.)

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