¡E-xi-gi-mos!

Cuidado con esa trampa, mis valedores: la de la exigencia. Mucho cuidado con la engañifa del Sistema de poder, que medra y se beneficia con la necesidad de las masas integrantes de esta comunidad enferma de tantos males, pero que también se previene contra una latente rebelión de ese paisanaje (oprimido, deprimido y en ocasiones reprimido) con el recurso de hacerle tragar calmantes y antidepresivos que, a manera del Prozac, los mantienen mansos, pasivos y dependientes. Mucha y a todas horas televisión, que es decir telenovelas al por mayor, choricera de clásico pasecito a la red, chismarajos inmundos de actricitas del gran canal dos que se hacen del dos en leyes, reglamentos y el decoro más elemental para aprontar a jóvenes seniles y viejos impotentes su gran canal del desagüe en un delirante aquelarre de procacidad y en la glorificación de la pantaleta y el nalgatorio, todo esto aderezado con un tsunami de anuncios comerciales que me los tienen así, miren, en la posición de vaciar intestinos, e hipnotizados bajo el efecto de los opiáceos que les administra el Sistema. A propósito:

Lean ustedes Un mundo feliz, de Huxley, donde la dictadura de aquel país, para mantener a la gente domesticada y en calidad de zombi, le administra cada día su ración de cierto bebistrajo que nombra soma. Y entonces sí, todos contentos. Ustedes mismos, ¿cuántas horas al día dedican a la lectura? ¿Cuántas a su ración de soma-televisión? Por eso mismo, mis valedores; por eso es que ya nos tomaron la medida…

Pero no todo es pasividad. De repente se alzan voces discordantes que expresan a gritos su descontento contra un Sistema que así nos mantiene en situación en tantas formas intolerable. ¿Que qué? ¿Motín a bordo? Para esos descontentos el Sistema ha creado el antídoto, que cabe en un verbo: exigir. Ustedes exijan. Descarguen su exasperación exigiéndonos. Es su derecho y es su obligación. Faltaría más. No dejen de exigimos. Exíjannos. ¿Nosotros? Nosotros ni los vemos, ni los oímos, ni los sentimos. Pero ustedes Exíjannos

Pues sí, pero vamos a ver: ¿para los descontentos es esa la táctica conveniente? Para saberlo remitámonos a las enseñanzas que ofrece la historia, esa estrella polar del estudioso que quiera entender cabalmente los problemas de la comunidad y sus posibles soluciones. A ver qué dicen a esto la historia y la realidad objetiva.

Hace unos meses cierto comerciante que acababa de vender su negocio en más de 500 millones de nuestra moneda nacional, o sea dólares (información de los matutinos), fue objeto del secuestro de su hijo. Regateó el precio con los plagiarios y, según comunicado prendido a los restos mortales de la víctima, no satisfizo a cabalidad sus pretensiones económicas. Bien conocido es el resultado: el menor fue asesinado por sus captores (asesinado también fue su chofer, pero ante el Poder y la industria del periodismo del que forma parte qué canacos puede valer la vida de un simple trabajador de salario mínimo). Y ocurrió entonces: en una reunión histórica y frente a la cúpula del gobierno, el padre agraviado expresó su dolor, acusó a las autoridades correspondientes de falta de resultados positivos, y exigió justicia a las autoridades de marras, lanzándoles la requisitoria que hoy se torna punto de referencia: «Si no pueden, renuncien».

Los del poder pusieron rostros adustos, rostros de circunstancias, y de inmediato se pusieron a redactar un documento al que enjaretaron un título rimbombante: Acuerdo para la Seguridad, la Justicia y la Legalidad, con setenta y cinco medidas de gobierno que se comprometieron a cumplir en un plazo perentorio de cien días a partir de la fecha, veintiuno de agosto del año en curso. Y el plazo comenzó a correr, día a día. «Si no pueden, renuncien». Mis valedores…

El sábado anterior se cumplieron los cien días del plazo. ¿Y? ¿Cuáles fueron los resultados? Claro, sí, los consabidos: nulos, sin más, al tiempo que todos y cada uno de los firmantes se deslindan de posible responsabilidad. Es el presente gobierno. Es el Sistema de poder. Es México. Y la coincidencia:

Casi al término del tal plazo un individuo más, dolido ante el plagio de su hija y la nulidad de las autoridades, emuló al anterior, y con todo y su porción de protagonismo estampó los siguientes párrafos en plena cara de los policías de alto rango, cuya actuación frente al dramático problema familiar no le satisfizo:

«Ya pedí, ya supliqué, ya imploré, ya lloré, ahora exijo«.

(Sigo mañana)

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