Sea por Dios uno y trino

Y va de fábula, mis valedores. Han de saber sus mercedes que en luengos ayeres y en la anchurosa imaginación de Rabelais, humanista y escritor benedictino, existió un reino de encantamiento que regían Gargantúa y Pantagmel y poblaba una sarnienta galería de curas verracos, picaros de la engañifa, hembras del trato carnal y demás excrecencias humanas que vagan a contrapelo de leyes y reglamentos. Entre todos ellos cabuleaba Panurgo, tramposo bigardón y camandulero, tan bueno para nada bueno como perito en trapacerías. Un picaro.

Y ocurrió que aquel día, navegando el Panurgo de marras en un navio cargado de carneros, con el dueño de los tales se trenzó en agria disputa sobre un tema de altísima teología: si Dios, siendo uno, era trino. El final, químicamente teológico: a garrotazos. De repente, el clérigo Juan:

– ¡Alto, los valientes no asesinan!

Los hizo fumar la mota de la paz y todo volvió al orden. Perfecto, sí pero ni tanto: Panurgo era mala entraña, renegrida bilis, hígados entrañudos y corazón bandolero, y no quedó conforme con la peregrina tesis de que Dios, siendo uno, es trino también, y mucho menos con la ración de fregadazos que le vinieron tocando. Rencoroso como era, en un rincón del navio cavilaba rastreando el desquite; no puñal, no veneno, no pistoletazo que le llevara a galeras. ¿Qué desquite sería, Dios mío según esto uno y trino? Y ello fue cavilar, discurrir y echar tanteadas, pero la solución, andavete. En eso, de súbito: helas, ya está! Plan perfecto. Panurgo se fue en derechura a cubierta, donde deambulaba el borreguero, y entonces:

– Señor mío…

– ¿Qué? ¿No os bastó la ración de jodazos? ¿Venís por más?

– Calmantes. Vengo en son de paz. Y por que mire vuecencia que no le guardo rencor por aquello de que Dios, de ser uno, trino es también, quiero tratar con vos de carneros. Vendedme uno de estos, mi señor.

– Todo fuera como eso. ¿Por cuál os interesáis?

– Por aquél que se lo está olisqueando a la borrega. ¿Cuánto?

– El más gordo requerís, y el más caro. ¿Traes los oros suficientes, o vais a salirme como aquel esclavo de gringos, el Zedillo vendepatrias de los viejos tiempos, con aquello de que «no traigo cash»?

Ahí arrancó el regateo. Que os ofrezco dos oros como dos odas, y que no odas, el carnero no me lo robé, y que tres os doy, y que dobládmela, y que os la doble vuestra porca madonna, y que yo me refiero a la oferta, y que…

Se cerró el trato. Dando y dando, y el pajarito jugando. Cuenta Rabelais que Panurgo, ya con el carnero pataleándole entre los brazos, de repente echó a andar su torvo plan de venganza: arrimando a la borda al recién comprado tíznale, que a la vista de la manada ¡zaz!, lo arrojó de panza y criadillas a las olas del mar. «¡Nada de muertito, chivón!»

¿Captan ustedes la moraleja? Siendo este animal por excelencia estúpido y que procede a la divisa de lo que hace la mano hace la tras, a la vista del carnero caído en las aguas en fila india fue saltando la borregada, válgame Dios uno y trino. ¿El mercader, mientras tanto? Ese, chillando y jalándosela, su greña, hacía vanos esfuerzos por detener la deserción de borregos que, uno por uno y uno tras otro, seguían echándose al mar. ¡Deténmelos, Dios uno y trino..!

¿Panurgo? Abrazado al palo mayor y pandeándose de risa, el bigardón bailoteaba, manoteaba, cimbrándose a carcajadas: «¡Ay, ay, ay, que me vengo! ¡Caro me costó el borrego, pero qué dulce me vengo, por Dios uno y trino! ¡Que me vengo de venganza, placer de los dioses que no presumen de unos y trinos! ¡Ay, ay, ay, pero qué bonita es la venganza cuando Dios uno y trino nos la concede..!»

Hasta aquí la fábula, y a esto quería yo llegar. Mis valedores: ¿tiene alguno de ustedes la desgracia de tratar personalmente al Chucho mayor de la borregada de Nueva Izquierda? ¿Mantiene comunicación con el pastor de chuchos borregos? De ser así, advertirle: cuidado con el hato, mucho cuidado. Cuando un borrego se lanza a la mar los chuchos de Ortega reaccionan como los chuchos de Pavlov: uno tras otro se avientan al mar, que es morir, o de plano al infierno de Dante, que es Convergencia. Cuidado; mucho cuidado con las borregas, por más que una de ellas lo juraba anteayer prefiero el infierno de Dante a la perrada talamantera a las órdenes de Los Pinos. (Bee…)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *