Apócrifo

La historia de siempre, para tantos infausta: al norte el imperio, poderoso y atrabiliario; al sur, empequeñecido, un país débil que vive al arrimo del vecino imperial. Mis valedores: ¿les suena conocida la historia.?

Y ocurrió que el imperio del norte planeó invadir al que tenía por «su patrio trasero», y para asegurar el saqueo de los tesoros públicos compró a funcionarios de aquel país, colaboracionistas de vocación entreguista que nunca faltan y siempre salen sobrando, para que desde dentro facilitasen tal saqueo. Y de repente, la invasión. Trágico.

Pues sí, pero más allá de los vendepatrias en el pueblo invadido existían ciudadanos de patriotismo cabal, que se aprestaron a la defensa de su territorio, éstos a mano armada y aquéllos organizados en hermandades, que iban a oponer fiera resistencia a las tropas de un invasor que de todas formas arrasó el territorio y se alzó con oros y joyas y todo el tesoro del país en derrota El depredador supo entonces que en su deseo de justicia el pueblo vencido sería una amenaza constante. Y qué hacer…

El soberano convocó a sus consejeros, que le aprontaron la solución para destruir en sus mismas raíces la amenaza reciente y borrar en los vencidos todo vestigio de país y de patria, desde su historia cultura lenguaje, identidad, todo; la propuesta fue ejercer en los vencidos una «conquista espiritual», que de inmediato se puso en práctica El soberano mandó tomar entre los vencidos de estirpe real o de familia noble algunos jóvenes «sin defecto corporal, de buen parecer y enseñados en toda sabiduría y sabios en ciencia, y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey, y que se les enseñase las letras y la lengua del vencedor». Maquiavélico.

¿El imperio del norte? Siria, con Antíoco IV (175-164 aC), que la Biblia llama Nacubodonosor, rey de Babilonia. El país vencido: Judá.

Y ocurrió, mis valedores, que entre los jóvenes elegidos se encontraba alguno que era judío enterizo y de una pasta muy diferente a la de los colaboracionistas vendidos, comprados o simplemente alquilados que ayudaron a masacrar su país, uno que evitó ser absorbido por la ajena cultura y que desde un principio «puso Dios a Daniel en gracia y buena voluntad con el príncipe de los eunucos», de modo tal que el profeta siguió fiel a sus raíces y conservó su identidad de judío. Daniel, como siglos antes su paisano José, era versado en la interpretación de los sueños, y con ello se ganó la voluntad de Antíoco-Nabucodonosor, la del sucesor Baltasar y la del siguiente, Darlo, lo que provocó la envidia el odio y el resentimiento de los ministros y gobernadores, que se propusieron destruirlo, y buscaban un pretexto para malquistarlo con Darío el rey, pero nada encontraron, hasta que, de repente, la solucióN Fueron ante el monarca «Manda por edicto real que quien sea sorprendido adorando a algún dios extranjero sea condenado a muerte».

El edicto fue proclamado, y los descontentos espiaron a Daniel, y lo sorprendieron de rodillas, su vista en el rumbo de Jerusalén, orando delante de su Dios. Y la delación ante el rey. «El cual mandó, y trajeron a Daniel, y echáronle en el foso de los leones. Y hablando el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre. Y fue traída una piedra y puesta sobre la puerta del foso, la cual selló el rey con su anillo, y con el anillo de sus príncipes, porque el acuerdo acerca de Daniel no se mudase.

Fuese luego el rey a su palacio, y acostóse, pero con los ruidos de la noche se le fue el sueño. Muy de mañana se levantó y fue al foso de los leones, y así llamaba «Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú sirves, ¿te ha podido librar de los leones?»

Dios es grande. Habló Daniel: «Oh rey, el Dios mío envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, porque halló en mí justicia y no he hecho cosa que no debiese». Lean, si no, la Biblia.

Eso, según la de Casiodoro de Reina, porque de creerle a mi Biblia apócrifa, el milagro fue aún más portentoso: «Habló Daniel: El ángel convirtió a los leones rugientes en viles perracos, que me han estado ladrando toda la noche: ¡loco fanático, don Contreras, dictador tropical, populista, hijo putativo de Hugo Chávez; tú, de plano, no tienes madre!» Así todavía hoy, ¿los oyes?.

El monarca, entonces: «Fueron sus ladridos los que no me dejaron dormir. Pero Daniel, tranquilízate. Chuchos de izquierda y mastines de derecha te ladran, pero no te logran morder. Tú a lo tuyo, y que esos sigan desgañitándose en vano. (Laus Deo.)

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