Balada del rencoroso

Que una mañana de estas, frente a la inaudita violencia que se genera en el D.F, el Cosilion y yo caminábamos rumbo al taller donde recogería su Jetta, desvalijado por tercera vez. Me hubiese negado al acto suicida de salir a la calle, ¡una del D.F!, pero mi vecino andaba con un genio sulfuroso por la amenaza de su suegra de visitarlo en el periodo de vacaciones. Que aun el perraco aquel, pálido y tembloroso, los ojos afiebrados y el rabo entre las piernas, se nos había entreverado a las zancas. Ante esos belfos, baba sanguinolenta, pensé: aquejado de rabia, pero más de temor ante un D.F. atacado de rabia por la violencia inaudita de narcos, asaltantes, secuestradores y asesinos, cuánta maldad puede caber en el humano corazón. En eso vi que unos con aspecto de bonaerenses (no ches, sino de la colonia Buenos Aires) desmantelaban un Gran Marquís Al forzarle la cajuela, que se abrió de golpe:

¡Hijo’e la gran marquís, este salió con premio! Carnes frías.

Tres cadáveres encajuelados. Uno de mujer; otro de adolescente, y de anciano el tercero. Los desvalijadores se avalanzaron sobre las ropas, y tras urgido bolseo: «Nada, j manís, los de la Judicial se nos adelantaron».

Lo que quedaba del Gran Marquís lo engancharon a una grúa de Tránsito. Yo, a lo instintivo, traté de apuntar las placas. Del cielo bajó la voz del Altísimo: «¡Avance, avance, no se exponga a una rafaguiada!»

«Soy yo, Padre Santo«, traté de decirle, pero cuál santo, cuál padre: el helicóptero de Mancera, el de Seguridad. «¿Qué, somos o nos parecemos, mono? ¡Indentifiquese!» (Sic.) Bajé la vista y lo apreté, el paso; las apreté, las de Santa Teresita (reliquias que llevaba en mi diestra); lo apreté del susto. Un apretadero. De súbito: «Patronatos». Al unísono perraco rabioso y humanos aterrorizados levantamos los brazos. «¡No disparen, nosotros no vimos nada!»

– Cuál disparen Señores, ¿el camino al penal de El Altiplano?

Sí, que evadidos del de alta seguridad, y que ese fue su error, «¿Pues no cometimos la pentontada de dejar la seguridad de una celda para venir a tragar bilis en el D.F.? Y sin trabajo, sin un salario, para sustos no ganamos».

Los vi alejarse mientras el helicóptero de Seguridad descendió tanto y tanto se aceleró que a turbulencias levantó la faldita de la morenaza que caminaba delante de mí. Le vi sus muslos, le vi sus chones, le vi sus / travestí, lástima, y llevaba cliente, el político este… ¿cómo se llama? En fin, luego les digo su nombre. Y al arroyo vehicular. Es que los adolescentes que junto al cajero automático a lo automático asaltaban a la anciana obstruían el paso. Suspiré. Y pensar que faltaban todavía siete cuadras, y que en la bocacalle estudiantes y granaderos intercambiaban goyas y lacrimógenos. El Cosilion, observándome: «Tan bigotón y lloriqueando».

– Es el gas, que me entró a los ojos.

– Ya, no la haga de gas y camínele. Su pésimo humor. Y a seguir caminando en pleno D.F. De repente: «¿Ve usted lo que yo veo, bigotón? Pa su manga, si es el telégrafo». No entendí la causa de su exaltación, pero allá vamos, y entramos, y mi vecino se pepenó un machote (a ver): sí, de telegrama Y que México DF.,a tantos más cuantos, y un texto que leí de ganchete, y mis valedores…

Yo no calculaba el alcance de la humana maldad. No me imaginaba las reservas de perversidad que se empozan en la mala sangre del corazón Creí que los peores serían asesinos y secuestradores, pero supe ahora, con sólo leer el mensaje, que de aquí en adelante debo disimular al máximo lo que me sobreexcita La Lichona, ella y sus mallones blancos tres tallas inferiores a lo que piden, suplican, exigen a gritos semejantes formas. Pero ella, tener de marido a ese modelo de maldad, uno así de vengativo. Mis valedores: vi al Cosilion tomar el telegrama y presentarlo en la ventanilla

– Extra-urgente, aunque me cueste un hovo de la cara (Hovo, dijo.)

Pagó, tomó el comprobante, y a la calle otra vez, donde tres del cartel de la Judicial que descargaban cocaína en esa escuela primaria se trenzaron a balazos con el cartel que encabeza uno de la Federal Preventiva. Y el asquillo de verme caminando junto al autor intelectual de un telegrama que, con su carácter de urgente, ya volaría, cohete Patriot, Scud, o de los recién estrenados de Irán, rumbo al blanco, fatalmente; un telegrama que así decía:

«Querida suegrita dos puntos, véngase de inmediato al Distrito Federal. No a visitamos, sino a quedarse a vivir con nosotros«, punto final y firma Ah, los violentos y rencorosos de la ciudad capital. Como mi vecino. (En fin.)

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