La vida es sueño…

O el sueño es vida, según. Y que las dichas de esta vida, por engañosas, hermanas son de las que vivimos durante el sueño, y que nuestras vidas están tramadas con el material de los sueños, y que… Yo los invito, mis valedores, a desintoxicarnos; por un momento a dejar de lado el sonido y la furia del rugido y la avidez de sangre. News Divine, Joel Ortega, Ebrard, la jauría. Que esta vez hablemos de amor. ¿O qué, ustedes nunca se han enamorado, nunca han padecido la ausencia de la única? ¿No han vivido, pues? Para quien sufre o ha padecido achaques de amor, abandono y soledad, y encuentre alivio en el dicharajo embustero de que mal de muchos es consuelo de quién sabe cuáles, hago a un lado furia fingida y lágrimas de glicerina (News Divine) para hablarles de amor y de sueños, de sueños y amor, hermanos de sangre casi siempre derramada desde las frágiles telas del corazón. Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir… No lloro, nomás me acuerdo.

Pero ella, la que se ausentó, en el día conmigo no puede, por más que su imagen me asalta a deshoras del día e intenta encuevarse en mi mente, tomarla a sangre y fuego, y hornazas y crispación, y tornarla un caos de recuerdos, añoranzas, vivencias, dolor. Siento sus manos golpeando los muros de mi cerebro, y azotar las ventanas y, al modo del ladrón poquitero, con ganzúa tratar de violar la cerradura de la puerta. Me endurezco entonces, remacho las quijadas y esto es concentrarme en mi lectura, mi redacción, los acordes de la cantata, el motete, la sinfonía. Aguanto a pie firme el temblorcillo de manos, la crispación, la sudoración, y retengo el aliento, endurezco las carnes del corazón Me encomiendo a Dios. Entre dientes. Aguanto tres, cuatro siglos de 60 segundos. ¡Triunfé! La siento, sombra doliente, alejarse en derrota. Y a seguir viviendo (¿esto es vivir?) mi soledad.

A la luz del día nulifico sus ataques, pero cómo neutralizar su estrategia cuando me sorprende, yo indefenso, en mis sueños. Es ahí donde arroja sobre mí todas sus fuerzas y me masacra con su apariencia engañosa porque sólo es un sueño (y los sueños, sueños son), y rindo la plaza a los fuegos fatuos que, embeleco dulcísimo, me hacen creer que ella está conmigo como cuando yo era yo feliz y no lo sabía Entonces rindo la plaza suelto la madeja del amor, el sufrimiento, la ternura, las lágrimas. Si ustedes me vieran en camisón bajar a la cocina y, hervoroso todavía, poner a hervir la de tila para los nervios…

Mi sueño de anoche, en riguroso blanco y negro: callejón en penumbra, corazón del barrio bajo. En el acto circense desangelado el oficiante -túnica, manta turbante- acaba de serruchar a la joven que, entera y espléndida sale de su ataúd y sonríe a invisibles espectadores. El mago la apresura para seguir camino. Yo, desesperado por no perder el rastro de la niña del ataúd que me sacara del de la soledad, le pregunto dónde volver a encontrarla «Donde haya una feria», y va retirándose mientras yo, a lo desesperado, le pido sus señas telefónicas. «No tengo teléfono», tensa ella anhelante. Yo «anote el mío», y tomo un trozo de papel, ¡y el bolígrafo no tiene tinta! Lo restriego en el papel y logro asentar los primeros seis dígitos: 56-52-00… (Niña, regresa encontrémonos en la región de mis sueños, donde vivamos una vida de ilusión y embeleco. Regresa.) «Vámonos ya», le urge el mago. Ella sonriéndome, aguarda el cacho de papel. ¿Cuáles son las dos últimas cifras, Dios? Y es tal mi esfuerzo de concentración, y es tal el ímpetu por que ese cordón umbilical no se rompa que abro los párpados, y ahí, en la penumbra, las fosforescentes pupilas, mirándome «¡Un 2 y un 6 los dígitos que faltaban!» En el claror del alba mi clamor fue escuchado por la cortina, el buró, el libro encima las pupilas del gato, que confundí con las que miré en mi sueño. Dolido, desalentado, le pasé una mano por el pelaje, como acariciar una que cuál su nombre seria. Si en sueños pudiera saberlo, para mí no todo estaría perdido…

El Centro de acopio de El Valedor. Lo alimentan ustedes. Sus donaciones van a dar con los rarámuris, los mazahuas, los tzotziles, etc. En mi sueño las mujeres del servicio social se llevaban libros, víveres, medicinas. Vi la oportunidad; traté de deshacerme de esto estorboso que aún me resta «Llévenselas, son mías, pocas me quedan, de algo pueden servir a algunos». Se negaron. «Nomás estorban. Ya ni se usan». Se alejaron. «Qué les costaba llevárselas. Estropeadas, pero casi enteras; desteñidas, pero aún con rastros del color original, rosa. Me quedé con mis ilusiones, lástima». Boca amarga al despertar, y a seguir cargando unas ilusiones inútiles, éstas que me impiden sanar del duelo por la que se fue para nunca más. (Mi única.)

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