¿Me estás oyendo, inútil?

Porque, mis valedores, es México, el México que rige Calderón, al que rige Beltrones, al que rige Washington. Porque, según jura el discurso oficial, el nuestro es el país de la ley, la justicia y el estado de derecho, que es decir el de Fox, Marta, los Bríbiesca. Salinas, Montiel. El México de los mexicanos…

Y hablando de mexicanos: alguna vez existió un campesino pobre (un pleonasmo) al que su pobreza lo empujó a salir de su tierra madre, que de madre se le había tornado madrastra, en busca de la sobrevivencia para sí y la familia. Pero este no tomó el camino de los campesinos pobres, que es el imperio de Bush y el guadalupano McCain. No, este decidió enfilar rumbo a la ciudad capital, y en eso estuvo lo malo, porque no calculó el riesgo de viajar en un país cuyos caminos estaban rigurosamente resguardados por ejército y policías. Y al campesino le ocurrió lo previsible.

Y lógico en un país celosamente resguardado por ejército y policías: todo fue salir al camino, sus burros cargados con diversos productos para venderlos en la ciudad, cuando al campesino le cayeron encima los salteadores, que lo atacaron con el único lujo que conocen los pobres en una de las 15 mayores economías del orbe: el lujo de la violencia Total, que los asaltantes le robaron su recua con todo y carga. Porque en el país que, según Calderón, pronto estará entre las cuatro mayores economías del mundo, la pobreza obliga a los lugareños, para mal vivir, a ser malvivientes. Lóbrego.

En fin. Mal repuesto de la golpiza, el campesino acudió a las instancias legales y levantó sucesivas denuncias que en un país de leyes nunca encontraron respuesta, para que el agraviado -de los salteadores primero, y de los jueces después- demandase justicia una y otra vez, y nada Y como resulta que tú, yo, nosotros estamos el riesgo de caer en manos de un bergante cualquiera, militar o civil, y de ¡e-xi-gir! justicia a lo inútil, por que nos miremos en este espejo, asiento aquí los requerimientos que el campesino agraviado lanzó contra una justicia tan bien cantada en el discurso oficial:

– Señor, dice el agraviado al responsable del gobierno: tú fuiste colocado en tu puesto para escuchar los pleitos, para juzgar entre las partes, para castigar al bandido, pero al contrario, das tu apoyo al ladrón (¿a Fax, por ejemplo?). Uno deposita en ti su confianza en tanto tú te has convertido en un prevaricador. Los altos funcionarios practican el mal. Los jueces roban Quien debe repartir justicia es un prevaricador. Quien debe combatir la pobreza es el que la provoca en toda la región Quien debe reprimir el mal, él mismo comete la iniquidad (¿Está oyendo, Calderón?)

El encargado de pesar los granos trapacea en su provecho. El que llena graneros para otro, hurta los bienes de éste Quien debe mostrar el camino de las leyes organiza el robo. ¿Quién, pues, pondrá obstáculos a la perversidad cuando el que debe rechazar la injusticia se permite a sí mismo desviaciones? Mira a los altos funcionarios: un buen soborno basta para corromper a los jueces. Se nutren de las mentiras, y las reproducen Ciego es su rostro frente a lo que ven, sordo a lo que escuchan Tú eres como una ciudad sin gobernador, como una compañía sin jefe o una manada que no tiene pastor. Eres como un barco sobre el cual no hay capitán (tome nota, Calderón). Tú eres como un policía que roba un gobernador que pilla una autoridad encargada de reprimir el latrocinio y que se ha convertido en modelo de ladrones.

Míralo con tus propios ojos (qué lo vas a mirar): quien debe impartir la justicia es un ladrón; quien debe resolver los problemas es quien los provoca; el juez viola la justicia, Ladrones, bandidos, saqueadores son los funcionarios que fueron nombrados para reprimir el mal; cómplices del criminal, eso son los altos funcionarios que fueron nombrados para castigar el crimea

Hasta aquí el campesino, pero yo apuesto, mis valedores, a que ustedes no acaban de reponerse de la sorpresa y el ataque de estupor. ¿Cómo? ¿Un asalto en México? ¿En nuestro México un campesino pobre? Pero no, no espantarse, no tacharme de embustero o de amarillista Tranquilícense, que el desdichado episodio que sufrió el campesino pobre, como lo somos todos, si exceptuamos a los ricos (si pobres y ricos hubiese en el país) no ocurrió en este México de estadistas, el principal de los cuales le augura una prosperidad inaudita dentro de algunos años, sino allá, en el remoto país de Egipto, y no en el Egipto actual, sino del de hace cuatro mil años.

Pues sí, ¿pero qué tal el susto que se llevaron? «¿Cómo? ¿En el México de Calderón, de Beltrones, de Washington?» Ya ya cálmense. A la rorro. (En fin.)

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