Puesto de pie y dibujando el saludo militar nombro aquí a los aguerridos que a su hora supieron conmover y mover a las masas. Admirable su poder de convencimiento, porque la hazaña la realizaron a lo artesanal, a la pura fuerza de su palabra y con los recursos que a la mano tenían. Enrique Meza, sacerdote católico, las campanas; Alfonso Aguerrebere, micrófono y altoparlante; su arenga encendida una matrona de la que sólo conozco el alias. Increíble eso que logró el clérigo con su palabra y las campanas a vuelo.
Ello ocurrió allá por septiembre de 1968 en un pueblecillo hidalguense: San Miguel Canoa, hasta donde llegaron, procedentes de la Universidad Autónoma de Puebla, diversos excursionistas que intentaban escalar el monte Malitzín, en cuyas faldas se asienta la población. Obligados por el mal tiempo, los jóvenes regresaron al caserío. Por lo avanzado de la hora no les fue posible hallar transporte de regreso a la ciudad e intentaron pernoctar en la población. Un campesino, Lucas García, les ofreció su casa. Y ahí es donde entra en acción el sacerdote católico…
Instigados por el cura, los de su círculo doctrinal azuzaron a los lugareños contra el grupo de excursionistas jurándoles que se trataba de comunistas. Por orden del sacerdote, el equipo de sonido del zócalo alertó a los pobladores sobre unos comunistas que se proponían profanar la plaza con una bandera rojinegra. Dos mil lugareños armados con rifles, cuchillos, pistolas, machetes, etc., fueron a casa de Lucas y le exigían la entrega de los excursionistas. Como él se negara, fue el primero que cayó muerto a machetazos, y tras él tres de los jóvenes excursionistas. Cuatro escaparon fingiéndose muertos luego de que alguno recibió un machetazo en la cabeza.
Fue un equipo de sonido similar, y en el mismo septiembre, lo que utilizó Alfonso Aguerrebere en la Plaza México, donde miles de delirantes realizaron una manifestación anticomunista «para desagraviar nuestros símbolos nacionales»
«¡Vivan los granaderos! ¡Viva la Virgen de Guadalupe, mueran las apatridas, Muera el Che, muera Castro Ruz!», gritaba, micrófono en mano, aquel Aguerrebere, y el vocerío: ¡A lincharlos! ¡A quemarlos vivos! ¡Gasolina, dónde hay gasolina!, gritaban militantes del MURO y las multitudes convocadas por la Coalición en Defensa de los Valores Nacionales.
Y sí, en la arena de la Plaza México fue quemado un monigote de gorra cuartelera, camisa y pantalón verde, luengas barbas y en las manos «un libro nefandos, el diario del Che». El monigote ardió al son de los gritos de los jóvenes anticomunistas a los que arengaba Aguerrebere: «¡ Dios, patria, familia, libertad, muerte al comunismo,!» Edificante…
Cura católico Enrique Meza, anticomunista profesional Aguerrebere, matrona de nombre «La Güera» o «La Gorda», que de las dos formas ha pasado a la historia. Fue en el poblado de San Juan Ixtlayopan, municipio de Tláhuac, en noviembre del 2004. «¡Gasolina, traigan la gasolina!», y una vez la gasolina a la mana «¡Cerillos, un encendedor, pronto!» El resultado lo conocen ustedes: dos policías quemados vivos, agonizantes, una vez que la turba, enloquecida los medio mató a golpes. Las llamas hicieron el resto. El tercer uniformado, inconsciente, al que tomaron por ya difunto, logró sobrevivir. ¡Y para enardecer a la turba, «la Güera«, o «la Gorda«, no tenía más recurso que su propia garganta y el poder de convencimiento…!
¿Mérito de los instigadores o facilidad de las masas para tornarse infrahumanas y degradarse hasta la cloaca de lo demencial? Eso alucinante que ocurre con una estampida de masas enfebrecidas por la acción de un pícaro lo analiza Freud. Aquí, de tanto en tanto las masas son convocadas al linchamiento, y ellas acuden puntuales, o no fueran masas. Pero, mis valedores, ¿qué significa el margen de acción de un clérigo, un fascista y una güera gorda frente al poder del articulista, la radio y, sobre todo, la televisión? ¡A linchar, a masacrar, a destruir famas públicas! ¡Ebrard, Joel Ortega, López Obrador; el que se atraviese de aquí al 2009 y al 2012! Total que en cuanto individuo, el humano razona, pero al integrarse en la masa es la irracionalidad pura y destructiva ¡Gasolina, cerillos, quémenlos! Burlesca, despectiva, la tele sonreía…
Aquí Thoreau, que cito de memoria: «La tiranía de la muchedumbre es mucho peor que la tiranía del individuo, y la libertad moderna es tan sólo el cambio de la esclavitud del feudalismo por la esclavitud de la opinión pública…» (Dios.)