(Para equidad y justicia los «medios» que callan por igual las realizaciones de Ebrard y la carencia de acciones del de Los Pinos.)
El metro, mis valedores, benefactor de los pobres, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos. En breve se iniciarán los trabajos de la nueva línea del metro, que irá de Mixcoac a Milpa Alta y anexas, y que prestará inestimable servicio a los habitantes del sureste de la ciudad. Perfecto.
Pues sí, pero no por eso descuidar el metro que desde hace décadas transporta a toda esta ciudad. Y si no, ¿recuerdan ustedes cómo era el metro hace algunos ayeres? Nuevo, flamante, rechinando de limpio y acabado de engrasar, que como entre nubes se deslizaba en sus rieles. Hoy observé el vagón que me tocó en suerte, qué carcacha de vagón. Y aquella tristura..
Y es que en el áspero oficio de días y días de trabajo todos los días de vivir una vida arrastrada, el flamante vagón ha envejecido, y qué melancólico: a jadeos arrastrado por el convoy, al tener que avanzar le escuché el largo quejido que de sus entrañas brotaba y de sus redaños aquel pujar. Al jalón de arrastre desde CU rumbo a Indios Verdes todos sus nervios se atirantaron, y los costillares se pusieron a chirriar, chillaron al modo del animalillo al que aplastan al pasar. Lo oí cómo jadeaba al desplazarse, y arrojar chisguetes de viento que desparramaban humanísimos tufos de humana entrepierna, sudor y recóndito sufrimiento. Yo, aquel suspirar…
Bajé los ojos; el piso, válgame: calvo hasta el material de la base Examiné le resto del vagón: los indicadores de ruta despapelados, descarapelados. Y qué fue de la agradable voz femenina que por el equipo de sonido iba anunciando el nombre de la estación a la que arribábamos. En cambio hoy: ‘Por favor, permita el libre cierre de puertas» cuando el convoy iba en frieguiza rumbo a Viveros. Y al llegar a su máxima velocidad, la femenina voz: «En breve reanudaremos el servicio. Por su comprensión, gracias». Ya el infeliz, alzhaimer y demás achaques de la edad, decía una cosa por otra, puros dislates. Yo, ¿por qué me encogí en el asiento? ¿Por qué aquella pena la vergüenza aquella la nostalgia? Vidas paralelas, la vejez…
Un soterrado quejido al arribar a M.A. de Quevedo. Un largo lamento cuando lo forzaban a enfilar a Coyoacán. Como que en su queja reclamaba la piedad del cementerio de los elefantes donde descansar antes del inevitable deshuesadero. Y allá vamos, a querer o no, él rechinando, y no precisamente de limpio, que debajo de los asientos observé el pomo de plástico, la caja embarrada de cremas y salsas, el pegote de la goma de mascar, todo oliendo a desgaste, desajuste, aflojamiento, vetustez. Mi ánimo, que se añublaba..
Observé en su pelleja los grafitos: «Warriors», «Lalo estuvo aquí», «Te amo», «Puto yo» (ájale). Y fechas, mensajes, nombres entrañables que el punzón garrapateó en los cristales: «Lisa», «María», «Aída, la de todos los días». El aletazo del tiempo que se nos fue para nunca más, y a su paso nos dejó sólo un desplumadero de recuerdos. Nomás me acuerdo…
Rebasó Zapata el reumático, el gotoso de los engranes artríticos, con un pasajero pseudo-neo-comunistoide que meditaba, reflexionaba se oscurecía Allá vamos, en la tripa de la madre tierra, sepulcro anticipado, metros debajo de donde la vida fluía de cara al sol. A jadeos, a quejidos y pujidos y entre cimbrar de articulaciones mal ajustadas. En qué estación quedaría aquel metro joven, me acuerdo, que cantaba, decía la hora y volvía a cantar…
Y de repente la sacudida El convoy, en la oscuridad del túnel, se engarrotó entre dos estaciones. Se apagaron las luces. Cruz, cruz. La iluminación. Sentí que en la cabina el operador soltaba la rienda y clavaba el acicate en los corvejones del anciano anquilosado, que reventó en rechinantes lamento y estridencias de ventosidades. En el equipo de sonido: ‘Por favor, permita el libre cierre de puertas». Válgame. Y ya se avistan las luces de la terminal, y ya el operador aplica los frenos, y al rejón, el viejo asmático suelta el lamento que implora piedad. Yo, gemelo mi ánimo del ánima del vagón, andaba ya al borde de los pucheros y la furtiva lágrima Y fue entonces cuando alcancé a ver de ganchete: «Potrero«. ¿Que qué? ¿Yo al potrero? Pero si yo iba aquí nomás, a «Viveros«. Quise brincarme las trancas, corrí a la puerta, y grité, y los ojos de todos se clavaron en mis cuartos traseros:
«¡Bajan chofer! ¡Esquinaaa.!»
El metro, valedor benemérito del fregadaje. Y ya viene la línea 12. Pues sí, pero el equipo en servicio… (En fin.)