El ente humano, mis valedores, esa criatura única e irrepetible que puebla el haz de la tierra y cuyo destino, en cuanto comunidad, es la permanencia, la sobrevivencia. Ente de cumbres y abismos, de cimas y simas, sus hechos proyectan luz y tinieblas en humanísimo claroscuro: este o aquél conquista las crestas del saber, del heroísmo, de la santidad, al tiempo que una infinita mayoría se arracima en contingentes de masas que sobreviven en la cotidiana rutina del áspero oficio del diario vivir una vida a ras de los suelos. Los seres anónimos, los desconocidos de siempre…
El mexicano, pongamos por caso. Si se ufana, en cuanto individuo, en procura de la perfección, casi siempre carece de la educación correspondiente, y es la ignorancia el achaque que lo mantiene en situación vulnerable, y cae siempre ante el ataque de esos sus enemigos que le dificultan el vuelo natural hacia la entelequia, que decía Aristóteles. Y claro, si, entre los que le corlan las alas están, como más dañinos, los medios de condicionamiento de masas. Ahí nomás, encendida horas y horas, la televisión. Lóbrego…
Porque el pobre de espíritu, inquilino de la violencia, la pobreza y la inseguridad, busca evadirse de una realidad que lo supera, lo lacera y agobia día con día, y en ese intento de hurtarle el cuerpo a lo que no puede evitar va, se refugia y cae de lleno en el alcohol u otras drogas casi tan nefastas como la botella: coca, mariguana, metanfetaminas, el susodicho televisor, puerta falsa a la fantasía que el mexicano tiene abierta de par en par en la sala de la casa, sin percatarse de que la industria de la TV representa un capital de miles de millones, moneda nacional mexicana, o sea el dólar, y que como negocio del gran capital, sus intereses no sólo difieren de los de su cliente, el del televisor, sino que se le contraponen y medran de él; porque el medro de los industriales del espectáculo televisivo radica en el desmedro de sus marchantes, y es tarea esencial de los «medios» la enajenación de las masas en provecho de los intereses del gran capital. Macabro…
Pues sí, pero las masas precisan también de una rajuela de esperanza que les avive su desfalleciente sentido de la vida, y esa esperanza la encuentran en el credo religioso; en cualesquiera de ellos; la doctrina evangélica, la de los llamados «cristianos», la de los Testigos de Jehová, en fin. Pero la religión abrumadoramente mayoritaria es la católica, y en ella se refugian las masas en busca de la rajuela de esperanza en una vida mejor, que se le promete, sí, pero en la otra vida, y ello si logra pasar el juicio inapelable de ese Tribunal Electoral que es Dios Uno y Trino. Y ahí no hay recuento de votos que valga, y es aquí donde la jerarquía católica, a contracorriente de las leyes de Dios y del Estado, manipula el tremendo ascendiente que tiene ante los feligreses, las ovejas del rebaño «del Señor», para aplicar en ellos una moral restrictiva, represiva moral, que les lleva a caer en el engaño de tomar como preceptos religiosos ciertos tabús como el preservativo, la educación sexual, la píldora del día siguiente, la interrupción del embarazo antes de las 12 semanas y tantos otros recursos que la sotana transforma en pecados. En anatema. En excomunión. Y como a los 85 millones que participan del ritual católico, que no de su esencia, desde pequeños se les ha infundido la obediencia como «virtud», pues… a obedecer. Qué más.
Esto lo entiende quien estudia la historia del país, desde 1521 hasta en los aciagos momentos del proceso electorero del 2006, cuyas señas de identidad, según todos los indicios, fueron el fraude y la elección de estado. En tal proceso la jerarquía católica desempeñó un papel esencial para que casi quince millones de empobrecidos votasen por la prolongación de un Neoliberalismo que los acabase de empobrecer. Y tan estrepitosas se registran las irregularidades en la elección presidenciales, que las instituciones correspondientes tuvieron que ser reformadas. Deseontentadiza, la jerarquía católica: «‘Pedimos clarificar la serie de ambigüedades que se registran en la reforma al COFIPE…»
En fin. Ahora pronto, ante la movilización ciudadana que provocó ese clima ominoso donde se barrunta el energético en manos del gran capital, el clero católico, de nueva cuenta, a jugar su papel de aliado del Sistema:
– La lucha por PEMEX no es de falsos profetas e iluminados. AMLO qué sabe del tema. El Secretario Mouriño, en cambia tiene argumentos, y son sustentables, ¡Que los católicos no salgan a manifestarse en las calles…!”
Los Pinos, la TV, las sotanas. (Laus Deo.)