El niño y su día

Afecto no soy a esta clase de «celebracio­nes» que impone el comercio para aprove­charse de unas masas a las que ha arroja­do al consumismo, pero ya que tantos de ustedes van a sangrar su economía fami­liar para encarar a los hijos con el regalito en la mano, va aquí mi propuesta: ¡Qué tal si al juguete añadimos una rajuela de es­píritu (sentimiento, reflexión, emotividad), que resulte de provecho para ellos y uste­des? La voz del poema, en primer lugar.

Cuando se tiene un hijo – se tiene al hi­lo de la casa y al de la calle entera – se tie­ne al que cabalga en el cuadril de la mendi­ga- y al del coche que empuja la institutriz inglesa- Y al niño gringo que carga la criolla – y al niño blanco que carga la negra- y al ni­ño indio que carga la india – y al niño negro que carga la tierra…

 

Cuando se tiene un hijo se tienen tan­tos niños – que la calle se llena, y la pla­za y el puente – y el mercado y la iglesia Y cuando un niño grita no sabemos – si es nuestro el grito o del niño – Y si le sangran y se queja – no sabríamos si el ay es suyo o si la sangre es nuestra…

Cuando se tiene un hijo – todo llanto nos crispa, venga de donde venga – Cuando se tiene un hijo se tiene el mundo adentro y el corazón afuera…

Pena y admiración provoca el encuen­tro con la sabiduría de nuestros abuelos meshicas. Y qué altura de conceptos, qué belleza en la expresión, qué sabiduría y amorosas ternezas, flor y espiga madu­ra de un legado aborigen que mal conoce­mos y menos ponemos en práctica. Habla el padre a la niña:

Aquí estás, mi hijita, mi collar de pie­dras finas, mi plumaje de quetzal, mi he­chura humana, la nacida de mi. Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen… Aho­ra recibe, escucha: vives, has nacido, te ha enviado a la tierra el Señor Nuestro, el Due­ño del Cerca y del Junto, el hacedor de la gente, el inventor de los hombres… Aho­ra que ya miras por ti misma, date cuenta. Aquí es de este modo: no hay alegría, no hay felicidad. Hay angustia, preocupación, can­sancio. Por aquí surge, crece el sufrimien­to, la preocupación. Aquí en la tierra es lu­gar de mucho llanto, lugar donde se rinde e! aliento, donde es bien conocida la amargu­ra y el abatimiento. Un viento como de obsi­diana sopla y se desliza sobre nosotros…

Oye, bien, hijita mía, niña mía: no es lu­gar de bienestar en la tierra, no hay alegría, no hay felicidad. Se dice que la tierra es lu­gar de alegría penosa, de alegría que pun­ja. Para que no estemos llenos de tristeza, el Señor Nuestro nos dio a los hombres la ri­sa, el sueño, los alimentos, nuestra fuerza y nuestra robustez y finalmente el acto sexual, por el cual se hace siembra de gentes…

Por ahora, mi muchachita, escucha bien, mira con calma: he aquí a tu madre, tu señora; de su vientre, de su seno te des­prendiste, brotaste. Como si fueras una yerbita, una plantita, así brotaste. Como sale la hoja, así creciste, floreciste. Como si hubieras estado dormida y hubieras despertado. Mira, escucha, advierte: no seas vana, no andes como quiera, no andes sin rumbo. ¿Cómo vivirás? ¿Cómo seguirás aquí por poco tiempo? Es muy difícil vivir en la tierra, lugar de espinosos conflictos, mi muchachita, palomita, pequeñita…

No hagas quedar burlados a nuestros señores por quienes naciste. No los afren­tes, no como quiera desees las cosas de la tierra, no como quiera pretendas gustarlas, aquello que se llama las cosas sexuales y, si no te apartas de ellas, ¿acaso serás divi­na? Mejor fuera que perecieras pronto…

No como si fuera en un mercado bus­ques al que será tu compañero, no lo llames, no andes con apetito de él. Pero si tal vez tú desdeñas al que puede ser tu compañe­ro, el escogido del Señor nuestro; si lo des­echas, no vaya a ser que de ti se burle, en verdad se burle de ti y te conviertas en mu­jer pública. Quien quiera que sea tu compa­ñero, ustedes juntos tendrán que acabar la vida. No lo dejes, agárrate de él, cuélgate de él, aunque sea un pobre hombre…

El hijo frustrado. Se duele el poeta:

 

Fue un desterrado sueño y menos que un gemido – fue un botón que se corta sin que llegue a ser flor – y esa hoja que cae, y al caer no hace ruido – pero deja en el árbol un secreto dolor…

 

No supimos qué luz pudo tener su fren­te – ni qué nombre de amor decir en su can­ción – No fue nada, pero algo se murió de repente – y una ola de niebla rodó en el co­razón – Cuando hoy los niños juegan en el parque cercano – nos oprime una angus­tia como una espina cruel – y sin decir deci­mos al tomamos la mano: – pudo ser como aquella… pudo ser como aquel…

Y se murió. Nació muerto. Dídimo. (A su memoria.)

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