Perros de guerra

Sigue aquí, por que la memoria histórica no se nos muera, la crónica de la invasión de tropas norteamericanas a la ciudad de Veracruz. Washington, 15 abril, 1914. «El Pres. Wilson recibe a diputados y miembros de las Comisiones de Relaciones Exteriores del Senado y la Cámara y los entera de su decisión de invadir Veracruz a causa de que sus autoridades se niegan a saludar a la bandera de las barras y las estrellas. Opina el Senador de Chilton, Virginia Occidental: ¡Yo los obligará a saludar a la bandera sí tuviera que volar toda la ciudad».

El Senador W. Borah: «Yo sólo puedo decir que si la bandera de Estados Unidos llega a ser izada en México, nunca será arriada Este es el principio de la marcha de Estados Unidos hasta el Canal de Panamá…»

La crónica del desembarco de marines gringos: A las 11 horas con 20 minutos del 21 de abril de 1914, soldados de infantería yanqui descendían del Florida, el Utah y el cañonero Praire, y tomaban tierra en el muelle Porfirio Díaz. La fuerza yanqui marchó hacia la población por la calle de Montesinos. Se iniciaba la invasión de territorio mexicano por tropas de Estados Unidos».

Cantando La Adelita, el pueblo jarocho se lanzó a las calles. Se produjeron escenas de tremendo patetismo. Aureliano Monfort, gendarme, fue el primer patriota mexicano abatido por las balas dum-dum, expansivas del invasor. Horas después, entre tanto defensor anónimo, caería asesinado Andrés Montes, carpintero de oficio. Dramático fue el caso de la muerte de Charríto, un humilde vecino del puerto. Loco porque ya no tenía parque, se echaba pecho a tierra gritando: «¡Viva México! ¡Viva México!

Los vecinos, al verlo morir, lo enterraron ahí mismo, en la calle…

Cuando el cadete José Azueta, de 19 años, agonizaba en el hospital de la Cruz Blanca Neutral, el contralmirante Fletcher envió unos cirujanos para que lo atendieran. El joven héroe, al verlos, se cubrió el rostro con la sábana: «¡De los invasores no quiero ni la vida! ¡Que se larguen esos perros, no quiero verlos!» El cadete Virgilio Uribe cayó de espaldas. Horas después se acercó un anciano y preguntó: «¿Qué nuevas me dan de mi hijo?» Le presentaron una guerrera manchada de sangre. El anciano besó aquella sangre mientras llora-ba en silencio…»

El testimonio de la niña que se quedó huérfana cuando una bala expansiva le asesinó a Andrés Montes, su padre: «Los americanos entraron el mero 21 de abril. Poco antes de las 11 de la mañana estaba yo en el colegio, cuando nos despacharon a casa en vista de que hacíanse conjeturas de que los americanos iban a entrar. Llegué a mi casa; mi mamá estaba muy azorada porque ya sospechaba que habría tiros y cañonazos. Mi papá estaba trabajando en la carpintería que teníamos en la misma casa donde vivíamos. Estaba callado, trabaja y trabaja sin decir palabra

Éramos 6 hijos: la más chiquita tenía 10 meses de nacida Sin decir palabra, sin decirnos nada, ni a donde iba, mi papá salió de la casa al oír los primeros disparos. No regresó sino hasta las 6 de la tarde y ya venía armado con un rifle y unos tiros. También regresó trayéndonos dos tanates de pan y miniestras para que tuviéramos qué comer mientras él estaba afuera..

Como si lo estuviera viendo ahora mismo con mis propios ojos, recuerdo: mi mamá, rodeada de nosotros, le suplicaba «No te vayas, Andrés, no nos abandones, mira que tenemos niños muy chiquitos. ¿Qué hacemos si te matan? ¡Hazlo por nosotros!’ Mi padre, que siempre fue muy callado, pronunció tranquilamente estas palabras: «Ahorita no tengo madre, ni esposa, ni hijos. Sólo veo que tengo una patria muy linda y tengo que defenderla de la infamia yanqui. Aquí te dejo colgado este machete: anoche lo afilé bien para que al primer gringo que se atreva a entrar en esta casa, le moches la cabeza».

Como mi mamá insistiera en que se quedara, él la agarró y le dio un empujón para que le dejara el campo libre. Y así fue como él pudo quitar la tranca de la puerta y salirse a la calle otra vez. Como mi papá no llegó en toda la noche, en la mañana salió a buscarlo mi madre. Era un peligro, pues los tiroteos seguían. Fue entonces cuando supimos: mi papá peleó solo, callado. Lo mataron al anochecer. Una bala expansiva le destrozó el estómago.
Ya no fui a la escuela Mi mamá nos dijo: ‘ahora tendremos que trabajar todo»‘.
En su discurso y sin atreverse a nombrarlo, Sáinez tronaba contra López Obrador. Es México, el del TLC, el de la Iniciativa Mérida, el de Calderón. (Lóbrego.)

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