-Salud de los enfermos, ruega por nos… Ahí, a la cabecera del agonizante, el maestro. Yo, por su sabiduría, honestidad y claridad mental, admiro al mentor, pero hoy descubrí en él lo que ya sospechaba: su calidad humana, su don como valedor de los desvalidos. Y como él y con él, su jovencísima setentona de las zarcas pupilas, la maestra Águeda Ellos -y yo, de metiche-, que intentaban hacer menos ruda la agonía del enfermo aquel, tío abuelo de la inquilina del 13. Mis valedores: esto que ahora les cuento sucedió ayer, domingo, a media mañana Urgido, el maestro advertía a la runfla de parientes apeñuscados en derredor del doliente.
– Es un caso de suma gravedad. Peritonitis, como los legos la conocemos. Inflamación del peritoneo. Cirrosis hepática, posiblemente. La vesícula, tal vez. Derrame de bilis. Dolorosísimo. ¿Observan el sufrimiento del paciente?
– Hay que internarlo cuanto antes, dijo la maestra Águeda Vean lo abotagado que tiene su rostro, y ese estómago inflado. Perciban el mal olor que despide. Su sistema intestinal ya está filtrando al estómago líquidos con toxinas, proteínas y demás sustancias altamente tóxicas. Una punción, pero de inmediato. Internarlo cuanto antes, señora
La cual, con el resto de la parentela, observaba al tío abuelo, que se retorcía en la cama; los parientes, una esgrima de miradas entre ellos, cuchicheaban como dudando todavía Inaudito, que a simple vista se advertía en el enfermo la gravedad. «Conozco a una especialista, dije. Una doctora Si ustedes me autorizan para llamarla.»
Ellos, que atascaban el recinto, parecían no entender la gravedad de la situación. Pajareaban, cuchicheaban, movían la cabeza, fruncían la nariz ante las emanaciones pestíferas, consecuencia de un hígado que habría dejado de funcionar. Y los cuchicheos, y los bisbíseos, y el menear de cabezas, el cubrirse la nariz y los comentarios a media voz. Dije: «¿Quieren que llame una ambulancia..?» Como si ignoraran la gravedad del paciente. Dijo alguno:
– A tan extrema medida no creo que debamos llegar. No hay que precipitarse, ¿verdad? Yo digo que aquí mismo podemos solventar la situación. ¿O usted qué dice, tía?
– ¿Se acuerdan de aquella vecinita de aquí a la vuelta, que ya la daban por muerta? Baños de asiento con agua de trementina y cucharadas de miel con tila y extracto de éter y pasiflora Santo remedio.
El enfermo, su piel amarillenta, su agitada respiracióa Y aquel desatino, y semejantes espasmos, y esa runfla de parientes tan insensibles. ¿Acaso no se hacían cargo de la situación? Habló alguno: «Desalojarle sus intestinos con un purgante. Yo me recuerdo de un caso parecido. ¿Se recuerdan del Chilillo Marín? Sal inglesa con ricino, y todo el mal va pa fuera Una maravilla».
– No, y cómo estaba ya la renca Rafaila desahuciada ¿Se recuerdan? Ya el padre de Dulces Nombres le había dado los santos oleos. Yerba de varaduz en agua de tequezquite, y miren: nueva otra vez. Parió cuatitos…
El enfermo, resuello empedrado. Pestilentes líquidos. Sugerí: «La doctora vendría de inmediato». El sobrino del enfermo nos miró: «Un momento. ¿Nos permiten? Hay que valorar la situación y tomar una decisión entre todos. Por consenso. ¿Nos permiten…?»
Los parientes de la yerba de varaduz y otras yerbas se trasladaron al comedor. Y fue así como se inició el ir y venir de la parentela que, convocada ex profeso, llegaba al edificio, llenaba la habitación, la vaciaba y la volvía a llenar; mientras, el tiempo alargaba la agonía del paciente. Los maestros y yo qué hacer, si no velar al de rostro abotagado, piel amarillenta y semejante hinchazón del vientre Y aguardar lo trágico. Dije, no pude evitarlo:
– Se agrava por momentos. Que no vaya a morírsenos. Y ellos, que no llegan a una decisión por consenso…
Por fin. La parentela regresó a la habitación den enfermo: «Ya votamos democráticamente. La decisión, consensuada Ya sabemos el nombre de quien nos lo va a aliviar, aquí lo apunté, miren.
Leí: Leonardo Valdés. Dije: «¿Es médico, sabe de medicina?»
– Quién sabe qué madres sea, pero él sabe redactar un acta de defunción.
Y miraba al enfermo, el cual, entre estertores: «Ife, ife, ife…»
Al menos así le entendí: Ife, Ife. (Y RIP.)