Oiga, don Mario Méndez Acosta miro en el diario la foto de Fox, de la Marta, la de los hijos de toda su reverenda Marta. Leo en el diario del sexenio anterior a una Cecilia Romero, panista «El papel de Martita es importante porque hay que romper el paradigma de las primeras damas que sólo eran acompañantes del Presidente o que se dedicaban a promover obras de beneficencia». En el diario de hoy: «Deja Margarita el bajo perfil. Agotó agenda con tres eventos en un solo día Se veía espléndida en el presidium, y se siguió con su sonrisa espléndida». Miro la foto de un chaparrito al que la gorra de comandante le queda tan grande como la camisola militar. En el diario: «El PRI dejó para mejor ocasión ubicarse como un partido de izquierda«. Y la escandalera de Chuchos talamanteros y agentes del Poder, y este mareo, este amago de vómito y la parodia del dicharajo: «Cuanto mas observo a los tales, más estimo a mi gato…»
El Rosco, sí, y con él La Bicha personajes que aceptan compartir este hogar. Ella, mansa bolita que rueda a los vientos de la caricia con sus modales de novia solterona que no ha perdido los coqueteos de la novia novicia. La aman Aída, el Ariel, la Mayahuel de las zarcas pupilas. Pues sí, pero ahí nomás, a dos metros, se engrifa El Rosco. Vejez y decrepitud, de repente se reviene y se sacude en accesos de tos y convulsiones y estridencias de estornudos. Se arquea entonces, toma resuello, y al sueño otra vez. Gato corriente, brusquedad de modales y la pelambre hirsuta, El Rosco es desapacible de ver, de tocar. Lo miro, y porque acabemos por entendernos le busco la cara y trato de granjearme su voluntad sobornándolo con el cacho de embutido. Pero él, nada Inaccesible, ni pide ni acepta Inexpugnable, ni implora no se doblega El es la dignidad pura, la solitaria libertad. Integro.
Y qué traqueteado a lastimaduras, qué áspera geografía su pelleja, fruncimiento y rasgaduras; y cómo no, si para sus nocturnas batallas más son los colmillos que le faltan que los caninos que le sobreviven. Pero él, indomable, irreductible, amo de la azotea Gatazos de callejón me lo acorralan, lastiman, revuelcan, pero El Rosco y su colmillo, ni un paso de reculón. Él, vacilante el colmillo, pero los redaños macizos, a enfrentar a los atrabiliarios. Al puro instinto, a la dignidad. Fogonazos sus pupilas y el colmillo desenfundado, El Rosco enseña esas encías huérfanas, y a espeluznantes maullidos mantiene a raya al sobrón, y al puro valor lo doblega, que valor es lo que al otro le falta- y a echarlo de la azotea, y a chisguetes ardorosos delimitar el territorio. Que El Rosco así es: el temple, el carácter, la dignidad sobre el desvalimiento. En la defensa de lo justo no claudicar. No importa dónde, cuándo, cómo, con cuál, con cuántos. Y ya rasgada la cuera, no culimpinarse ni gimotear, que B Rosco no es dado a lambidas (asi). Ya después bajará a la estancia y se echará a dormir, como si nada Luego va a alzar la testa y quedarse mirando algo a lo lejos, indefinido. (Ah, si pudieses pensar, o yo captar lo que piensas, qué paradigma serías de filósofo). Los aspirantes a guerreros vinieran a aprender de este samurai. Los intelectuales pedigüeños de la beca, el embute y la dádiva, invertebrados, vinieran a palpar el espinazo de El Rosco, indomable. Yo, al verlo enroscado en su duermevela
– Si supieras sonreír, ¿sonreirías? ¿Cuándo, a qué horas, por qué? Cuando estás a solas contigo tal vez para ti sonríes, que el de la sonrisa, como el del llanto es, para el decoroso, placer solitario. Y piso de puntillas para no turbarle su sueño. ¿Sus sueños? ¿El Rosco sabrá soñar? ¿Qué altivos sueños serán los suyos, tanto como su integridad, su autenticidad? El Rosco…
Llega la noche Escucho sus maullidos en la azotea, y con ellos me duermo y sueño con Lanzarotes, reinas Ginebra y Galaor con todo y el Santo Grial, y en sueños recorro azoteas de embeleco y, Sancho Panza que alucina con las hazañas de mi Dn. Rosco de la Mancha tras de su rastro camino entre merlines,endriagos y alucinantes molinos de viento. Con El Rosco cabalgo en Clavileño y me echo a hender los aires y remontarme hasta el éter, nidal de fulgores y errantes estrellas; más allá de la mediocridad, de la rampante vulgaridad, de lo ruin, de lo pequeñajo. Detrás de esos muros de embrujados castillos, magia y encantamiento, me aguarda mi Dulcinea la amantísima En las azoteas de mi sueño -mis sueños- yo, tras de mi Sr. Dn. Rosco de la Triste Figura, enhiesto el espíritu y el ideal flechando la inasible excelsitud, en sueños enfrento molinos de viento y gatos de la engañifa, la simulación, la ventaja, la gesticulación, la más cara máscara El Rosco…
Ahora lo estoy mirando: decrépito, lastimado, indefenso. Se me viene el impulso de compadecerlo. ¿Que qué? Alza la testa, me mira así, desde su altiva eminencia Yo agacho la cabeza.
El Rosco, la dignidad enteriza, inaccesible al deshonor. Bien haya ¿Y los gatos de allá arriba los gatos al servicio del Plan Washington? ¿Semejantes capones? (¡Puaf..!)