La Bicha y El Rosco, gatita y gato que forman parte de la familia, mis valedores. Mansa La Bicha, solterona virgen, su suave mansedumbre contrasta con los arrestos de El Rosco: viejo él y decrépito, pero altivo y enhiesto como guerrero que no conoce la rendición. Cada mañana, tras de una noche en las azoteas, con la pelleja cuadriculada a arañazos retorna a casa, pero entero él, inaccesible a la decrepitud, corazón y entrepierna enterizos. Me ordena entonces que le sirva el desayuno, y más tarde a ronronear sus ensueños de dulcineas de barcino color y pupilas fosforescentes. Y la paz…
Pues sí, pero yo también, gato viejo pero entero (o casi), tengo esa mi Dulcinea a la que sueño despierto, miro en mis sueños y echo de menos al yacer juntos en el compartido amor, y ahí el problemón: cada mañana, oscura todavía, el aventurero volvía de su errabundaje, y a maullidos me arrancaba de mi mágico universo de ensoñación y ordenábame le abriese la puerta, y en derechura hasta la cocina, y a colocarse al cuello la servilleta, y vengan de ahí esas croquetas; yo, en tanto, a la desmañanada, tragos de bilis. El Arieluco.
-¿Y si en la azotehuela le mandas abrir una puertecita para que El Rosco entre directamente a la cocina, pa?
Santo remedio. Llegaba el madrugador, empujaba su puerta, y a la cocina. Yo, a vivir mis sueños, que de repente tornáronse pesadillas, porque horror: la cocina comenzó a amanecer devastada, violada, patas arriba. Tanto estimamos al Rosco que en un principio soportamos saqueos, guerra sucia, guerra de baja intensidad y un caos de tierra arrasada: carnes, leches, embutidos, horror. Un acto de suprema depredación agotó la paciencia: familiar todas las empanadas que Aída, la de todos los días, acababa de hornear…
-¡De jamón, queso, tocino, mis empanadas! A la basura las sobras.
Tibias todavía, palpitantes fueron sacrificadas, y el acabóse: con las empanadas se despanzurró la paciencia familiar. De aquí en adelante. Tolerancia Cero. Reunión de emergencia en el Camp David del antecomedor. Gesto agrio del paranoico Bush (mi Tomás primogénito); de falderillo, Blair (el compa jardinero), y al lado, sicópata belicista, la Condolezza Rice de Seguridad, o sea la de las empanadas. Y que hay que exterminar ese eje del mal, clamaba el Bush casero, «porque en esta casa hay que preservar del Bin Laden doméstico la paz, la democracia, la libertad y las empanadas». Y arrojarlo de un hogar que ha deshonrado, o ya de perdida caparlo, gesticulaba. Blair. Yo, un Ban kimoon casi tan inservible como todos los de la ONU, trataba de salvar los valores (los hovos) del Rosco Hussein
-¿Y si le diésemos 4 semanas para que desarme sus malos instintos?
Nada. Arrasar con las alilayas del Rosco, por Al-Qaeda y talibán
Bendito sea Alá, Dios de apelativo. Cierta mañana descubrimos a los agentes del mal No El Rosco, qué alivio, sino una célula de terroristas, puro gato de callejón, que se aprovechaba de ola puerta para mandarse hasta la cocina y arrasarla que ni el PRI-Gobierno en sus buenos tiempos, para los paisas pésimos. Exonerado de culpas, mi Rosco quedó más puro y beatífico que cuando hizo su primera
comunión. A clausurar la puerta, y el problema terminó. ¿Terminó? Acababa de comenzar, porque amargas se tornan mis noches y miserable el descanso nocturno; y es que desde el oscurecer y hasta el alba la pandilla de bergantes se congrega en techumbres y azotehuela, y a la evocación de un chorizo de generoso tamaño y una empanada jugosita y tibia todavía, a plañidos, rugidos e imprecaciones intentan tentármelo, el corazón, o provocarme miedo. Ah, esas riñas entre ellos mismos (dientes, uñas, garras,) al delinear estrategias de lucha Esos llantos de niños sufrientes, esos aullidos que mezclan súplica y rabia, y tales bufidos que amenazan, que maldicen:
– ¡No seamos intransigentes! ¡Dialoguemos con él! Hay que reconocerlo como el presidente legítimo de esta casa. O qué, ¿no somos demócratas..?
– ¡La manga! Lo que dicen ustedes es empanada. ¡Quieren chorizo, punta de dialoguistas, gradualistas de miércoles! Qué vocación de colaboracionistas la suya. ¡Talamanteros dejaran de ser!»
– ¡Momento! Yo insisto: a ese chiche bigotonzón hay que reconocerlo. Si ese pato tiene plumas de pato, tiene cola de pato, nada como pato, camina como pato y hace cuá-cuá como pato, ¿voy a ir a ver si hace croac-croac.?
– ¡No mame, compañera, deje de leer Selecciones! Ustedes, los chuchos, no hacen cua-cua, no hacen croac-croac, sino puro gua-gua Pero bueno, ¿conque, queremos chorizo, queremos empanada? Entonces a seguirnos jodiendo a ese bigotón, hasta que afloje la empanada como el derecho de piso que le cobramos. Órale pues: a la una, a las dos y a las…
Yo, insomne, espumante de rabia y los ojos al techo clavados, juro a chuchos y Cía: «A ustedes, agentes del Poder, puro chorizo, porque empanada ya no hay». Y
punto. (Faltaría más.)