Si no es ahora cuándo, mis valedores. Ya que este gobierno es de católicos convictos y confesos, el clero político se envalentona: «¡Libertad religiosa! ¡Educación religiosa en las escuelas públicas del país!» Oyéndolos, el analista Roberto Blancarte: «La enorme paradoja es que ahora enarbolan una libertad religiosa que negaron por sistema durante siglos». Y el jurista Carrancá y Rivas: «El 24 consagra la libertad de creencias en el más amplio sentido de la palabra. Intenta la Iglesia beneficiarse a la sombra de malsanos intereses políticos. ¡Hay que detenerla!» Y las paradojas que pare la historia..
A la distancia de 201 años de que naciera el visionario que con sus reformas de corte liberal enfiló el país en la ruta de lo científico y racional, el alto clero y sus aliados históricos instrumentan, a contracorriente del curso de la historia, esa tan ruda campaña contra uno de los mejores logros del Impasible y su grupo de liberales, el carácter laico de la educación escolar. ¿Pues no gesticulan y manotean con la pretensión (¡la exigencia!) de que se impartan clases de «religión» en las aulas del país? ¿De religión? ¿De cuál de las tantísimas con registro en el país? ¿Hinduismo, judaismo, budismo, cristianismo, catolicismo, islamismo, protestantismo y cientos de «ismos» que miedos, terrores, esperanzas e incertidumbres del hombre han forjado y que siguen vigentes hasta el día de hoy? Y si en las aulas se estudian las religiones, ¿caben todas? ¿Hay cupo, todavía, para gramática, geometría, ciencias naturales? En la catedral, mientras tanto, ¿clases de trigonometría..?
Alguna vez Ignacio Ramírez, liberal, escribió a un su correligionario Dn. Ignacio Altamirano un estudio sustancioso «Sobre la llamada enseñanza religiosa». De su vigencia juzguen ustedes según los siguientes párrafos:
«¿Formar una sociedad enteramente jerárquica, donde todos obedezcan y muy pocos piensen, donde el arte y la ciencia enmudezcan cuando habla el dogma? ¿Retroceder hasta los siglos de la barbarie? ¿Se quiere que el sacerdote nos acompañe en la cuna, en el lecho conyugal, en los placeres, en las desgracias y hasta en las puertas de la muerte? Las ciencias y las artes no florecen sino entre los rayos de la demostración y de la experiencia; la soberanía individual rechaza los dogmas, porque todo dogma es una voluntad ajena y toda soberanía quiere ser independiente Hoy, cuando los instrumentos más ingeniosos se multiplican para descubrir la verdad, ¿qué asiento pueden tener entre nosotros las revelaciones y los oráculos?
¿Cuál es el mínimo de los conocimientos que por ahora se exige a todo miembro de la familia humana? Lectura, escritura, aritmética, geografía, historia, un oficio o los principios de una profesión, y algunos rudimentos en las leyes y civismo, conocimientos bastantes para que la juventud aspire al título de padre o de madre de familia ¡Y para llenar tantas exigencias del siglo se nos propone un Ripalda! No se nos diga que ese catecismo es el compendio de lo que Dios ha dicho. ¿Cuándo autorizó Dios a unos oscuros frailes y clérigos para que le compendiaran sus palabras? ¿Por qué ustedes, ripaldistas, condenan a la multitud a tan completa ignorancia? ¡Ay! Es porque bajo la máscara de la religión se oculta el espíritu de dominio; con el catecismo no aumentáis el número de los cristianos, sino únicamente marcáis servidores.
Ese afán de mando se descubre cuando se acusa de ateos a los gobiernos que proclaman la libertad religiosa La religiosidad consiste en la creencia, que es puramente personal: así pueden los gobernantes ser mahometanos en una nación de católicos intolerantes, o en una federación, cada Estado podría proteger una religión diferente y el gobierno general no profesar ninguna El gobierno representa la ley civil; los clérigos quisieran que representara la ley religiosa para dominarlo y para realzar la pretensión moderna de que al Papa debemos entera obediencia. ¡El Napoleón del cesarismo cristiano!
El clero no demanda al gobierno fe, sino coacción; quiere que la autoridad amenace a los que no crean; para esto necesitaríamos inventar un cuarto poder: el creyente. No trastornará el mundo sus instituciones para volver a la teocracia Podemos felizmente comparar; entre un número igual de personas de la misma clase, tomada una mitad de una nación teocrática y otra en una nación tolerante, es probable que faltas y virtudes aparezcan en una misma proporción. Entre ustedes, ciegos creyentes, y nosotros, libres pensadores, no veo que el vicio se acompañe, de preferencia con los unos o con los otros, aunque podemos asegurar que todos poseemos algunas virtudes: sí, ustedes y nosotros enseñamos a nuestros hijos a respetar los bienes ajenos, a valorar la vida de nuestros hermanos, a no traspasar los límites de una justa defensa a obsequiar todas las exigencias sociales y a ser modestos y generosos; nosotros todavía les enseñamos más, y es a no condenar a ninguno a la ignorancia, obligándoles a creer lo que no les podemos probar. ¡Les enseñamos con voz y con el ejemplo a no hacer traición a la patria.!» A México. (Este país.)