Desde que se cruzaron, las vidas de Eddy y El Chapo Guzmán son una garantía de que la paz no volverá nunca, de que el horror no conocerá fin…
Y que con la promesa de capturar al Chapo Guzmán antes del 20 de noviembre, Hidalgo Eddy «ha desatado un completo terror (sic) en las familias de Sinaloa, violando la constitución política de los Estados Unidos Mexicanos y los derechos humanos de todos los sinaloenses (…) y extrayendo joyas y vehículos con el pretexto de buscar al citado Chapo…»
Y los mensajes amedrentadores que, erizados de faltas de ortografía, se acompañan con un cadáver destazado por la tortura, restos humanos sin cabeza y cabezas sin el resto del cuerpo. El horror en la pugna de capos contra capos, de capos contra policías, de policías contra militares, de militares contra zetas y de estos contra quien designe el que pagó la tarifa. Y que hablen la metralleta y el rifle de alto poder. Es México…
Yo, en terminando de leer el reportaje de Almazán (Milenio, 16 de septiembre), me di a la reflexión de esas vidas que no deben conocer el sosiego, que avanzan siempre en el consabido filo de la navaja y siempre en la mira de la AK-47. El Chapo Guzmán y compinches del narcotráfico…
Miré una foto, observé esta otra, leí el párrafo al pie: «Alcides Ramón Magaña fue detenido y señalado como uno de los guardaespaldas de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, luego de defender a su entonces jefe cuando gatilleros de los hermanos Arellano Félix intentaron asesinarlo…»
En la noticia, mis valedores, reconocí mi país: «El Ministerio Público Federal ‘olvidó’ acusarlo del asesinato de siete militares. Lo mismo ocurrió en el Juzgado IV de distrito en materia de procesos penales federales. Alcides fue jefe de grupo de la Policía Judicial Federal, y junto con su jefe, el comandante y subdelegado de la PGR en Sinaloa, brindaba protección al Grupo Control». El político y funcionario de la PGR le pidieron su apoyo para proteger embarques de droga…» Leí, suspiré y se me vino, una vez más, la certidumbre: es México. Pero semejante noticia no fue la única…
En el matutino del día siguiente una más, quintaesencia de la nota roja que alimenta el nivel de audiencia del duopolio te televisión y el espíritu de tantos de sus adictos: «Sujeto a exhaustivos interrogatorios (¿imaginan ustedes lo que «exhaustivos interrogatorios» signifique tratándose de policías de este país?), se encuentra en la SIEDO Fernando Cabrera Juárez, capo del cartel de Juárez, que fue sorprendido y capturado en su guarida..»
En su guarida, dice, y esposado y tratando de cubrirse el rostro lo miré en la foto, y en la tertulia mostré las notas a los vecinos, y ahí los comentarios del maestro, La Tía Conchis y demás contertulios. La Lichona batallaba con La Beba, 6 años de edad que se resistía a retirarse a dormir. Dije:
– ¿Ven? Y que al momento de su captura y para enfrentar cualquier emergencia, el capo cargaba 350 mil dólares en un maletín. Triste destino el de estos infelices…
– Infelices que nada tienen en este mundo que no sea dinero mal conseguido y el odio, el temor, el desprecio de toda la población- El maestro.
Tiene razón. Lóbrega vida la del delincuente de corazón bandolero, del criminal que conoce como destino, tarde o temprano, la pérdida de la libertad cuando no la muerte violenta. Triste sino el de los tales malhechores que se saben repudiados de la comunidad, a la que inspiran un oscuro temor y un odio reconcentrado. Don Tintoreto:
– Son seres al margen de la ley, que anochecen y no saben si van a amanecer, si amanecen y pasan su día protegiéndose del mal encuentro y de la rociada de plomo que de qué rumbo y a qué horas puede llegar. Patético.
– Patético, sí (La Lichona), por más que esos delincuentes han sido templados para la lucha y son conocedores del terreno que pisan y los riesgos que corren un día sí y también el siguiente ¡Quieta, Beba! ¿Qué no entiendes? ¡Ya vete a dormir!
– Amurallados en verdaderos búnkers de acceso difícil en las estribaciones de la serranía, con gatilleros a su servicio y la complicidad de policías, militares, jueces y políticos. Tienen dinero, tienen poder, pero no son dueños del terreno que pisan. Un paso fuera del bunker, y el miedo, el temor, el pánico, el despliegue de metralletas que los protejan, o el odio de la población los masacra Pobres. Me recuerdan… ¿a quién me recuerdan?
No, pues a quien. «¡Beba a dormir!» Y ella, que de repente se pone a opinar: «Si esos delincuentes sólo rodeados de metralletas y vallas metálicas se atreven a salir, mami, ¿no se parecen a.?»
¡Bomba! Mis valedores: yo, celoso de la libertad de expresión, me reservo el nombre que soltó La Beba Si alguno lo adivina pues… (¡Ulero!)