Padre, perdónalos…

Aconseja la Iglesia no ir al Zócalo. «Esa mezquindad de los perredistas, lo afirma el vocero Valdemar, empaña una tradición que debe ser motivo para celebrar nuestra nacionalidad y no para dividirnos politicamente». Al siguiente día, el reculón: «A la Iglesia no le compete hacer llamados cívicos…»

– Pues sí, pero a mí me gusta aquí El Valedor para «Sacristán por un día», dijo el joven juguero. Total, que él sabe repicar y andar en la procesión. Pues qué, ¿no iba para papa y salió camote? ¿No lo chisparon del seminario?

– Ni se le ocurra, padre Pioquinto. ¿Se imagina un pseudo-neo-comunistoide en su templo? Eso sería poner la Iglesia en manos de Lutero.

– Del útero, tía Conchis, corrigió El Síquiri. Se pronuncia l’útero.

Mis valedores: ¿por qué se le ocurrió a mi confesor espiritual aceptar la sugerencia de los vecinos y habilitarme como sacristán de la capilla del Ajusticiado? («Mañana, cuando yo llegue a oficiar, ya todo debe estar a punto. Si algo falta lo sacas de la sacristía, allí hay de todo».) ¿Cómo y por qué ese anochecer me encontraba en aquel recinto en penumbra, cuyo silencio ninguna paloma en la cúpula venía a romper a aletazos..?

A la luz de esos tres míseros foquillos que más que vibrante luz generaban
sombras inmóviles examiné el altar mayor, donde al siguiente día, muy de madrugada, se oficiaría el santo sacrificio de la santa misa por el eterno descanso del alma de la inolvidable devota cuyo nombre he olvidado. Y qué altar: sin el crucifijo sobre el tabernáculo, sin el tabernáculo con su misal, ni las ceras, el incensario, las vinajeras, nada. Y semejante mundo de polvo, incuria, soledad, que en lo alto presidía, de tamaño natural, un Cristo crucificado. Y sea por Dios. A poner en orden su santa casa…

Entré a la sacristía, y esto fue abrir cómodas, examinar cajones, rebuscar entre viejos ornamentos, pero ni un mal crucifijo (¿mal?), ni un mísero misal, un hisopo, en fin. Y aquel hedor, semejante pestilencia que parecía emanar del rincón tras la percha donde pendía, racimo de ahorcados, esa promiscuidad de sotanas. Pero la pestilencia, ¿algún gato muerto? Removí el hábito negro con el nombre de su dueño en la percha: Norberto Rivera, Cardenal. Alcé el vuelo de la sotana y ájale, el tufo me azotó en pleno rostro. Nauseabundo. Y cuál gato muerto: la renegrida sotana (fino casimir) escondía en una bolsa secreta y a la altura del trasero cierto manojo de proclamas políticas y un plan de estudios para violar los derechos fundamentales de la niñez a base de una educación confesional que, contraria al conocimiento científico, se basa en el dogma, la secta y el pensamiento mágico. Sacudí con asco aquel trapo y miré de ganchete al Crucificado. Dios, ¿embeleco de las sombras? De sus pupilas en el rostro macerado le manaba el par de goterones cristalinos, y rojiespesos lloraderas de su cuerpo llagado. Cristo Dios…
En procura de aire limpio, los ventanucos. Conteniendo el aliento alcé la falda de una sotana más. No la hubiera alzado: ¿de ahí venía el hedor? ¿De la mancha como de engrudo que a la altura de la entrepierna plegaba la tele? ¿A esto apestan la pederastía, la paidofilia, la sodomía?

Al sacudir la sotana del curita Aguilar. el amago de vómito…

Me apresuré: antes de que raye el sol, este cochinero debe quedar rechinando de limpio. En otra sotana: ¿y eso? No puede ser. ¿Puede así corromper toda la iglesia eso que a la altura de la entrepierna esconde el renegrido espantajo? ¡Un palo bien tieso con un par de bolas, Nazareno! De Onésimo Cepeda, sí; el equipo de juego del obispo golfista y amigo del alma, si no de Dios, sí, cuando menos del César. Una sacudida y conteniendo el aliento di unos pasos, me apoyé en el horcón hincado en el piso e intenté controlar un estómago que se me encabritaba; qué a tiempo descubrí que el horcón hincado en el suelo era, hincado en oración, San Expedito milagroso. Me le santigüé enfrente, y a enfrentar la pestilencia de tantísimos expeditos…

La hedentina de esta otra sotana: pólvora, alcohol, sangre recién derramada Levanté el vuelo de una tela pegoteada de hemoglobina y licor: ahí, encuevado a la altura del cuadril, el pistolón. Sí, la sotana de Lorenzo Cuéllar Vázquez, sacerdote dipsómano y asesino avecindado en Acapulco. Miré hacia Aquel que, suspendido sobre el ara del altar, agonizaba en el leño de la cruz, y… ¿ilusión de óptica? ¿Advertí en el pecho divino aquel suspirillo? Mis valedores: ahí se me prendió la requemante necesidad de arrimarme al Ajusticiado, doblemente Ajusticiado por los pastores Rivera, Onésimo y Valdemar. Me le acerqué, y dándole el tratamiento de «usted» le hablé quedo para no irlo a sobresaltar; que me sintiera real y no una aparición o un espejismo de su propia soledad. «Aquí le apronto una brizna de consuelo, un retazo de compañía. Ha de perdonar si no me atrevo ni alcanzo a secarle sus pupilas rasas. Ya, mi Señor. No llore…» Lástima. El Ajusticiado. (Dios…)

Un comentario en “Padre, perdónalos…”

  1. Mi Valedor:
    Esta es la tercera vez que intento escribirte sobre el asunto y fuerzas superiores (tal vez divinas o vaticanas) se oponen definitivamente pero es que hay un asunto… ¿como decirlo?… júzgue: hace unos diez meses la polecía de un rancho mundialmente desconocido llamado Cuencamé de Ceniceros,Durango, tierra de generales, encontró en FLAGRANTE DELITO al secerdote de la Catedral del municipio teniendo relaciones sexuales con un menor de unos doce años. el tal tipejo llamó al acto ENFRENTE DE LA CAMARA DE TV. «un tocamiento inocente». todo lo anterior está (si todavía existe) documentado en grabaciones del canal 9 local de la cadena Multimedios. lo más vergonzoso y denigrante es que en dichas grabaciones aparece la madre del menor agraviado defendiendo al agresor (¡Dios!) es un verdadero documento en el intento por comprender el comportamiento humano, perdón por la mojigata expresión pero ¡que asco!.
    Mas, lo importante en este momento es que el tiempo y un ganchito han acallado el asunto, y de esas grabaciones no se sabe nada.
    El malnacido estaba hasta donde se sabe en CERESO de Durango cd. pero hoy hay absoluto silencio.
    ¿Será posble que un ciudadano común pueda pedir justicia por un acto que, según la ley de papel, no le atañe dirctamente?

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