Juan Rulfo, mis valedores. Convoqué ayer el espÃritu del fabulista de lo real maravilloso que para sus tragedias humanas de agonÃas y venganzas, odios y locura, y amor y pasiones (vida y muerte, en suma), creó toda una fantasmagórica geografÃa de caserÃos donde los poquÃsimos vivo sobreviven en silencio, y camposantos donde los muertos no cesan de hablar. Invoqué el espÃritu de Rulfo no porque en estos dÃas esté releyéndolo, sino que fue la lectura de los matutinos lo que me llevó a humillar la testa, suspirar y quedando abstraÃdo en mis reflexiones, y fue entonces…
De repente recordé añejo editorial gráfico de Naranjo, que apareció en un matutino de época; lo encontré tan actual y oportuno, que me di a la glosa del susodicho, cuya mÃnima acción ocurre en una geografÃa desapreciable que en mucho me recuerda a la de Comala de Rulfo, caserÃo de encantamiento que sobrevive en la entraña del abandono y en la almendra de la soledad. Y comencé la descripción de una geografÃa que, doncella recalentada, soporta los evites ardorosos de un sol padre, garañóa Aquà finaliza la descripción de la escenilla que describe Naranjo en su editorial gráfico.
MediodÃa de sol. Y aquà lo inquietante: que auras, cuervos y zopilotes han comenzado a estrechar sus cÃrculos en un firmamento estallante de luz. Y es que a medio llano, entre areniscas y roquedales, aquel cordoncillo de polvo. ¿Un predador muriéndose de sed, al que los rapaces de pico y garra no permiten la paz de una agonÃa tranquila?
No. Ya me acerqué un poco, y no. Un lobo no puede ser, que el bulto aquel es más grande, del tamaño de una res, o quizá dos, tres, un hato de reses. ¿Pero reses las rugosidades de la lagartija y las escamas de la vÃbora? Si se trata de un caballo matalote, de un par de vacas, de una punta de bueyes, pues… pobres. ¿Desde dónde vendrán agonizando de sed? ¿Desde qué lejana región que habitan el hombre, el agua, la vida cabal? Desde mi escondite observo los cuervos: van descendiendo en cÃrculos de negrura, con siniestro rumor de alazos. Bajan los cuervos, bajan las auras, bajan los zopilotes graznando, graznando, tras la carne mortecina Crrac, crrac…
Pero no, no es un lobo, no es una res, no es un par de caballejos decrépitos. ¿Qué es eso que levanta un nudillo de polvo en la medianÃa de un paisaje de lumbre y sofocación? ¡Dios! Y se mueve todavÃa Eso, lo que eso sea, está en trance de agonÃa Lo que sea, debe estar entreabriendo el hocico, debe lengüetear los belfos un negruzco pedazo de carne que aulla de sed, silencioso. Claro, sÃ, se mueve todavÃa. A ver, déjenme acercarme. Quizá en algo pueda auxiliar al agonizante
¿Pero a mà también? ¿También a mà me afectó el calor? ¿Estaré viendo espejismos? Parpadeo, me los froto, los párpados; los abro, los ojos; los entrecierro. No. Eso no puede ser. Delirios del calor. Alucinaciones de la sed. Ya mis sentidos me están jugando malas pasadas. Es que… no, que no puede ser. Simplemente me niego a reconocer lo que miran mis niñas. Y es que…
Me acerqué un poco más; me oculto tras de esta peña Observo al causante de la polvoreada, minúscula a la distancia Mis valedores: no es un lobo agónico, no es un coyote de belfos sangrantes, ni un par de cuacos. Acémilas, tal vez. Bueyes. A ver…
Animas de la ficción, de lo real maravilloso. Eso que miran mis ojos, ¿lo pasan ustedes a creer? Demencial. Eso es una a modo de barquichuela semienterrada en el polvo que unos individuos, quizá enloquecidos de sed, de soledad, de insolación, a punta de remos intentan forzar hacia adelante Distingo a los tales. Por su catadura de irracionales parecen integrar un arca de Noé en miniatura Esa su traza de facinerosos: uno con cara de represor, otro más, de corrupto, de perverso el de las 300 arrobas de peso sobre los lomos, y todos irremediablemente mediocres. Y ocurrió, mis valedores…
Ocurrió que de repente: ¡prrom!, el bombazo. ¡Prrrommm! Dos, tres, ocho estallidos que inflaman el horizonte. ¡Prrom!, una quemazón y semejante humareda que amenaza con tiznarlo todo, comenzando por ese que finge no enterarse de nada y que se alza en el frente del arca cuan pequeño es, empañados sus bifocales y la ceja izquierda alacranada para aparentar una personalidad inexistente. ¿Le distinguen ese rostro mofletudo y ese gesto que pretende hierático? ¿Le ven su pequeño y regordete parado, su Ãndice? ¿Oyen lo que está diciendo frente a la mortecina soledad y con la lumbre ya llegándole a los aparejos? Ã?iganlo:
– ¡A las mexicanas y mexicanos! ¡No hemos perdido el rumbo..!
Yo, azorado, observo el incendio, huelo la quemazón, percibo el calor de la hornaza Pero él afirma que todo va bien. ¿Ustedes le creen? (Yo…)