Tal es el mote de cierto personaje incidental de El Canillitas, novela de Valle-Arizpe, que cito de memoria: era esta La Acreditada una daifa primeriza que a la hora de la verdad procedía con lentitud, morosidad y cadencia que a algún cliente no satisfizo: «Con vigor, con enjundia, ¿para qué tan despacio?» «¿Cómo que para qué? ¡Para acreditarme!», contestó la tal, que de ahí en adelante se desbocaba. «Calma, mujer, hazlo suavecito. ¿Para qué esos arranques?» «¡Para acreditarme!» Y La Acreditada se le quedó de apodo a aquella ciudadana de Las Güilotas, Zac, que su vida toda la ha gastado -malgastado- en acreditarse.
Engendrada de un chiripazo, La Acreditada bien conoció a su padre, pero madre, de hecho, nunca llegó a tener. Con el padre, camandulero, conoció la vida del malviviente, y aprendió a malvivir de la transa, la trácala y la engañifa. Después de una renovada golpiza con su renovada violación, la adolescente le metió al padre un piquete entre cuero y carne, y huyó. Pero ya era autosuficiente; en mañas, en argucias, en engañifas. Y sobrevivió tirando al crédulo, robando al descuidado, mintiendo al de buena fe y al desconfiado traicionándolo, y en dondequiera haciéndose vivir la arrastrada vida del vividor malviviente. Por ahí va la historia…
Viajera de voluntad o a la huida, La Acreditada conoció medio país, pero fragmentado. De cada ciudad, de cada poblacho conoció el conga! y la cárcel. Salía
de ésta para entrar en aquél, y viceversa Quienes la conocieron de íntimo (la única manera en que se dejó conocer) dicen que en su pellejo se daban las contras tatuajes y costurones malhechos, pespunteados en clandestinas clínicas de urgencias. Que alguna vez una ánima caritativa se atrevió a dolerse de la putancona y le aconsejó que dejara la vida airada ‘Tara qué vivir al galope, a lo desbocado». «Cómo para qué. ¡Para acreditarme..!»
Que ahora pronto, ya rebasando la madurez, La Acreditada se metió a cierta actividad que le reditúa buenos dineros (moneda nacional mexicana dólares) y se habla de tú con el Chapo Guzmán. «Era yo bien muía y terminé en su burra». Pero ahí el vicio le sale gratis. Droga la que necesite, y de lo mejor. «Hasta vitaminada ¿tú crees? Antioxidante. Con su buena dosis de Omega tres. ¿En lo insaciable no me encuentras así como que rejuvenecida?»
«¿Y para qué tanto sexo? «para acreditarme. No pares, papito lindo…»
Y a seguir espolvoreando en el rostro del país polvos, piedras y grapas, que Dios me protege mientras sardos y cuícos sigan recibiendo su comisión. Y a encomendarme a La Santa Muerte y mi santito milagroso, Jesús Malverde.
Se regeneró. En la droga se volvió mujer de conciencia Abandonó la práctica criminal de «gotera», o sea ya con el cliente ocasional en el cuarto de hotel, al gotearle en la bebida medicina con qué dormirlo y despojarlo de sus pertenencias, a veces el dormido jamás despertaba Ahora ya no. Hoy, drogas, como Dios manda Y ahí anduviese aún, de no ser porque en una de tantas…
– Lo que tenía que suceder, La Acreditada cayó a la cárcel. En la sección de «preferentes», suerte que ella y el mero trinchón del reclusorio chambean para el mismo patrón.
Ahí, frente a mí, una familia atribulada El abuelo, el padre, la tía una chamaquita de unos seis años, que no pierde detalles del diálogo. «Oigan», les dije en un momento en el que la niña realizó una escala técnica en el baño de mi depto. «¿No le perjudicará, no se escandalizará al escuchar semejantes historias?» «No se preocupe. Ella de estas cosas todavía nada entiende».
Que La Acreditada es una ruina humana ‘La vencieron el pomo, las drogas, los desordenados lujos recientes y los excesos en la tragazón La que vivió muerta de hambre, con su nueva chamba se desquitó, y a hartar la tripa en los mejores figones. En un poco tiempo quedó así de gorda mire. Panzona la pobre, con un tripiaje de este grandor. Ahora en el reclusorio, qué comerá…»
– Pobre mujer. Por esa vida sin freno moral ni temor de Dios, ante nosotros, ante toda su familia ante todas Las Güilotas nuestra pariente quedó tan desacreditada como…
La Tía no daba con la comparación. «Tan desacreditada como… como…»
Silencio. Reflexión. A lo lejos, parturienta en los desgarramientos, la sirena de una ambulancia «La pobre gorda tan desacreditada como…»
– ¡Como el pobre gordo Soberanes, el de derechos humanos, ¿no, tía?! Ese desacreditado títere de un gobierno ultraderechista andaba muerto de hambre cuando llegó a la Comisión. Ahoy, dicen, derrocha a lo bestia los dineros de todos, y le ha dado por tragar en los mejores comederos. Total, que a él no le cuesta ¿Por qué creen que ya anda cargando esa panza de nueve meses? La buena vida para el soberano Soberanes. ¿No, agüelito..?
Menos mal que la niña aún no entiende las pláticas de los adultos (Bien.)