La Ley para la Seguridad de los Caminos, con la que los congresistas de EU pretenden impedir la entrada de transportistas mexicanos a su territorio, viola el Tratado de Libre Comercio. Es una violación al acuerdo comercial.
Válgame con el problema, mis valedores, que de tan añejo ya empieza a apestar. Leí las declaraciones de Eduardo Sojo, secretario de Economía, y de inmediato se me vino aquella declaración del matancero norteamericano:
«Bush anunció en 2001 que cumpliría con las reglas de apertura de la frontera -puestas en suspenso por su antecesor, W. Clinton en 1995- tras un fallo a favor de México de un panel del TLC .
¿Y? ¿Así cumple Washington a quienes, por no llamarse Hugo Chávez, saben culimpinarse ante el Imperio? Leí la noticia del pasado jueves, y de inmediato recordé el incidente: fue una tarde de aquellas. A tres cuadras del edificio de Cada, un trailer con el motor haciéndola de fumarola. Trailero y machetero, cubeta en mano, buscaban un grifo (de los de agua, tan escasos, que los de yerba mala abundan) con qué apagar la humareda. Yo, obsequioso que no fuera: ‘Jálense aquí a la vuelta, que yo les doy su agua. ¿Traen herramienta para reparar el motor?’
Frente a Cádiz se estacionaron. Mientras machetero y chofer, con la trompa levantada (la del cofre del motor), desarmaban eso con aspecto de bomba (unipersonal) yo, por hacerla de plática, mostré al trailero el matutino:
– ¿Ya vio? Apresúrese a dejar como nuevo su trailer, porque En el marco del TLC, la Junta Mac. de Seguridad del Transporte de EU realizará audiencias públicas para analizar la entrada de transportistas mexicanos a territorio de EU. Ya lo veo partiendo plaza por Texas y Califomia.
– Hágamela, mi señor. Buena, quiero decir. Porque el problemón entre Meneo y los gringos lleva ya vario tiempo. Así que en vías de arreglo…
– Es ya un hecho, porque el único que se opone es el presidente. Que los transportistas mexicanos no cubren las normas mínimas.
– ¿No las cubrimos? ¿Pos qué son chivas, y nosotros moruecos, pa’ cubrirlas y que paran chivitos? Ese es racismo vil, discriminación Norma que nos pongan enfrente, norma que les cubrimos, ¿no, tú, Champoton?
Obsequioso que es uno. De parte mía, el recalentado se los fue a aprontar la Macarena, trabajadora doméstica. Recalentado del mediodía. «Los traileros son mi especialidad», dijo tomando ollas y platos. Se recompuso, se relujó, y allá va, con los sudados todos olorosos. Tacos sudados. Obsequioso que es uno.
Pues sí, pero lástima; la noche entera la pasé en vela, y conmigo gran parte de la colonia Mixcoac música a todo volumen dedicada al Señor. Pero no, cuál religiosidad; al Señor de tos Cielos y al Chapo Guzmán, y cumbias cimarronas, música grupera, la quebradita, redova y acordeón a 20 mil decibeles. Allá, en el trailer, los albures a gritos, las risotadas, los recordatorios de Tula (un recordatorio: Tula es mi madre). Las tres de la mañana. ¿Escuché quejidos? ¿Sollozos
de mujer? El sueño, andavete…
Serían las dos, serían las tres, las cuatro, cinco o seis de la mañana, cuando el súbito traqueteo del motor, la retreta con las de aire (las cornetas), y ojos que te vieron ir. Luego, el silencio. Amanecía. Traté de dormir. Chupándome este, el de en medio. Pero entonces; ájale, la tía Conchis.
– ¡Baje pa’ abajo, bigotonzón! ¡Córrale!
Allá voy, escaleras abajo, que el camisón me repapaloteaba (guinda, corazones magenta). De repente, ya en la banqueta, friégale, el resbalón. Vi estrellas. La tía: ‘Y dése de santos que fue en el charco de aceite ¿Ve acá?»
Igual de resbaladizas, pero infinitamente más asquerosas, las descargas corporales junto a rosetones de humedad en un muro que amaneció pintarrajeado con grotescas figuras, pelos y señales. ‘Y qué tal si el changazo lo da en esos, mire» Vidrios rotos. Botellas vacías. Vómito. Restos de cigarros hechizos. Mota en greña. ¿Ya supo lo de la pobre Macarena?»
– ¡La habrán violado!
– Pero nomás ellos dos. En el cajón del trailer. Está en su cuarto, desmorecida del llanto. No, y lo más pior. le bajaron relojito, medallón, pulseras. Hasta con el de oro andaba perdiendo, el diente. Con unas alicatas. De no haber sido porque Dios me lo tentó, el corazón, y me dio valor pa’ bajar a ayudar a la pobre violada, ¿sabe que por un pelo me escapé del machetero?
Válgame. En el muro: «Puto yo». «La Macarena ya». ‘Y qué hacer, dije, sólo lamentarlo». «Ah, ¿sólo eso? ¿Y el cochinero quién lo va a limpiar? ¿Yo, acaso? Del santo desmadre, ¿quién tuvo la culpa? ¡Ora, a limpiar!»
Asco, cepillo, balde, jabón. Obsequioso que soy con los transportistas que se disponen a invadir Norteamérica No, si les digo_(En fin.)