Cínico abuso del poder

Mató, ejercitó la arrobadora capacidad de destruir. Comparando con ella el poder de un creador es simple juego de niños. (Calígula, de Albert Camus.)

Suetonio, mis valedores. ¿Lo habrán leído? ¿Conoce alguno Los Doce Césares? De entre doce, ¿recordará la estampa abominable de aquel Cayó Calígula emperador (201-244), el de los tantísimos crímenes? Conocerá, entonces, la existencia de aquel que pasó la historia como uno de los cónsules consentidos del degradado y degradante emperador. Sí, por supuesto: Incitatus. Releo el episodio y experimento vergüenza por el pueblo romano, tan agachón, masoquista y fanático, que aun fue capaz de aclamar al dicho Incitatus, y honrarlo, aturdirlo a vítores y fanfarrias y exaltarlo como benemérito prócer de la comunidad. Ah, la Roma imperial…

¿Que por qué mi extrañeza, si los romanos así acostumbran aquerenciarse con sus tiranos, fueran ilustres como Marco Aurelio o de la calaña del propio Calígula? ¿Que por qué escandalizarme por la adoración que el noble pueblo romano le profesó al tal Incitatus, cónsul de Roma? Casi por nada: Incitatus era un caballo. Un cuaco. Un penco, y si Calígula lo hizo cónsul no fue a modo de recompensa por las carreras que hubiese ganado ni porque fuera garañón de tamaños. No, Calígula confirmó al bruto la dignidad de cónsul porque aborrecía al noble y digno pueblo romano, y porque ese noble pueblo era bueno, pero bueno de agachón, y ya lo canta el proverbio: el bueno pica a pelo de pubis; consulten su diccionario. La imposición de lncitatus en el consulado se entiende por la vía del desprecio, la befa, el escarrinio: «Quisiera que el pueblo tuviese una sola cabeza, y de un tajo cortársela..»

Aunque, pensándolo bien, no debería extrañarme: qué desafueros no podrían perpetrarse en un Imperio en plena decadencia como el de Roma, con un populacho degenerado hasta el grado de terminar de agachón y falto de todo decoro, de toda altivez como pueblo que alguna vez estuvo a la altura de la epopeya ¿Los magistrados y colegas del penco? Ellos, condición lacayuna, a aplaudir el nombramiento del bruto como a su hora los muy brutos y convenencieros habían aplaudido masacres, devaluaciones de la moneda y excesivos impuestos al noble pueblo romano, cuyas muestras de adhesión a su nuevo cónsul fueron delirantes, multitudinarias. Por cuanto a Calígula:

Tanto quería a un caballo llamado Incitatus, que la víspera de las carreras del circo mandaba soldados a imponer silencio en todo el vecindario, para que nadie turbase el descanso de aquel animal. Mandó construirle una caballeriza de mármol, un pesebre de marfil, mantas de púrpura y collares de perlas; dióle casa completa, con esclavos, muebles; en fin, todo lo necesario para que aquellos a quienes en su nombre invitaba a comer con él, recibiesen magnifico trato. Hasta dicen que le destinaba el consulado.

Un fiero ataque de rebeldía inútil y de rabia impotente me forzó a hablar con ustedes de Incitatus el cónsul y del noble pueblo romano, tan alcahuete como agachón, todo un perito en reniegos inútiles. Al abrir el matutino, aquel chicotazo:

«Marta, Fox y sus hijastros, cínico abuso del poder. El Centro Fox, con fondos oscuros. Nadie informa de dónde emana todo el dinero para la construcción de la mega-obra que se levanta en San Cristóbal. «Vamos México’, recaudó miles de millones de ‘generosos’ mexicanos que en el ‘gobierno del cambio’ acrecentaron sus fortunas…»

Y aquí el ardimiento. ¿Qué ventajas reportó para el noble pueblo romano la gestión de Incitatus en el puesto público? Muchas, si las comparamos con los Incitatus que soporta el noble y renegón pueblo de México, y aun vota por ellos, y los aclama, y (supremo candor) espera todo de tales pencos. A ver:

El de Calígula no, que tenía la dignidad bien afincada en su nidal. Analfabeto también él, tuvo el buen tino de no tomarse en serio ni citar a «Borgues», ni apoderarse del poder. Incitatus no cargó al erario más allá de la cebada dos veces al día y la yegua a su hora El penco (¿moral personal, conformación de sus pezuñas?) nunca fue denunciado de ladrón, depredador, peculeador, ni de traficante de influencias ni de cínico abusivo del poder en su beneficio y el de su parentela política, lo único de político que al Incitatus cimarrón le conocimos…

Del Incitatus romano, discreción y callado, nunca se supo que a la vista de las víctimas de sus depredaciones anduviese derrochando lo hurtado en descomunales monumentos a su ego desfalleciente, el de una pobre personalidad de mediocre irredento. El Incitatus original se concretó a relinchar, no a ventosear discursos. Pero, sobre todo, mis valedores: Incitatus el romano nunca, y eso le agradezco en el ánima, me impuso en Los Pinos, a la pura ley de sus equinas criadillas, a otro como él, pero no descartado, sino hipocritón. ¡Ave César, los que van a morir te saludan! (Vale.)

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