Una historia de amor

Media tarde de domingo en el jardincillo del manicomio, a donde acudí a visitar a la tía Gabriela. El final de la historia que inicié ayer:

– Tú sí entiendes que yo, buena amante del mar, nunca iba a poder vivir en nuestro Zacatecas, ¿verdad? Demasiada tierra, demasiados peñascos. ¿Sabes, hijo? En ciertas noches de fantasías en brama hasta mi duermevela arribaba el barco aquel cargado de marineros, y atracaba en un puerto en penumbra, y mi amor danés bajaba la escalerilla al encuentro de mis brazos y me subía a bordo, y esto era pasarme la infinita noche tocando puertos de nombres exóticos y bajar a fantasmales muelles, y en barrios penumbrosos acompañar a mi danés entre rones y negras de pechos empitonados que llevan pelambre color azafrán. Lástima, todo en mis sueños. Y escucha, porque tú, chiflado también, si me entiendes: duelen los sueños más que la realidad porque son mucho más crueles, que ellos no se prestan a la ilusión, como la realidad. ¿Oyes allá, lejos? Como trenes que se despiden, ¿Estás oyendo?

Y suspiraba, pobrina, y el clavar su vista en el muro. La vi perderse, desasirse de mi. De sí misma. Fuera del mundo. Más adentro de él. En sus entresijos. Me removí en la banca, y ella regresó al rincón sombroso de una casa de salud en una ciudad de locos pacíficos y cautivos, y peligrosísimos cuerdos en libertad. «Hijo, te estoy aburriendo…»

La tía Gabriela tiró su fortuna al mar. En una de sus fugas cayó en la manía: barco que llegaba a puerto, barco al que trepaba la malmaridada de la soledad, y entre los marineros buscaba al ausente, y al desengaño se acercaba a babor, echaba al vuelo las zarcas pupilas, humedecidas de yodo y de sal; de su escarcela extraía las monedas que sus dedos alcanzaron a tomar y, los ojos cerrados y en la boca, en susurro, la invocación del ausente, a lo calmoso las dejaba ir a las ondas del mar…

Curiosa manía Y hasta aquí la verídica historia de amor. Tan verídica como son todas esas historias donde intervienen amor y cordura, locura y soledad. «La herencia me hubiese durando unos años más, y con ella mi chifladura de maromear de barco en barco navegando con bandera de trascuerda, pero qué fortuna resiste tantos sexenios de infamia…»

Ya le afloró la loquera, pensé. No lejos, un esquilón. El rosario. Aquí, la cabeza se nos llenaba de pájaros. En el follaje, condóminos alboroteros, los visitantes nocturnos se preparaban para dormir. Dije, nomás por decir:

– Qué relación pueda haber entre el derroche de su fortuna y la mala fortuna de los sexenios priístas, el de Fox y el de un chaparrito, jetoncito, peloncito, de lentes. Usted arrojó al mar toda su fortuna hasta quedarse como está, mírese. ¿Y ahora culpa al Sistema de poder? No veo la…

– Yo te voy a enseñar. Más antes, cuando este país disfrutaba de un discreto pasar, ¿cuántos barcos llegaban a los puertos de este país? Pocos, y a cargar mercancía. Uno a Manzanillo, dos o tres a Veracruz, algún desbalagado a Acapulco. ¿Cuántas monedas podría yo sembrar en el mar? Ah, pero priístas, Fox y ese del que hasta el nombre desconozco permitieron y permiten la rapacidad del modelo neoliberal, y entonces…¡la invasión de los barcos! Barcos extranjeros copeteados de carne y maíz para puercos (que nosotros consumimos), frutas del trópico, falluca, quincalla, y tú sabes: quincalla otorga. Barcos y más barcos, cargas y más cargas, pacas y más pacas; repelos de llantas, calzones de segundos cachetes, armamento para narcos, material pornográfico, dinero sucio del y para el Vaticano, postizos de mujer, tequila, medicamentos, afrodisíacos y viagras. No, y huevos, a ver si a ti, cuando menos a ti, te amago de vergüenza Tantos navios, tantos marineros, ¡pero nunca el mío…!

Y aquel manso llorar en el más apartado rincón de un manicomio hasta donde la intolerancia familiar fue a empozar a la tía Gabriela, porque: «¡Quien alimenta el mar con dinero sólo puede estar mal de la cabeza..!»

– Hijo Tomás, ¿me llevarás algún día a las orillas del mar..?

La tarde se oscurecía cuando dejé a la tía Gabriela. Mientras trepaba en el volks, me sentí basura, redrojo, pariente de los Salinas, de la Gordillo, de Marta, de Norberto Rivera y Serrano Limón. Basura, porque eso de prometer a una pobre loca llevarla algún día hasta los puertos donde decenas y más decenas de barcos, frenéticos, siguen acarreándole al México soberano e independiente su qué comer. Ahí, sobre el asiento del volks., los diarios de fecha reciente: «México, sin soberanía alimentaria.». «Somos importadores crecientes de alimentos». «Arroz. Importamos el 70 por ciento del consumo nacional». «Desplome del cultivo de maíz». «Pero no preocuparse, dice Eduardo Sojo, titular de Economía. Sale más barato importarlo…»

Mi tía Gabriela. México. (Mi país…)

Un comentario en “Una historia de amor”

  1. Talvez nos saldría más barato importar un gobernante. Ah , pero no ,¿verdad? Eso ya lo hicieron los notables esos que trajeron a Maximiliano.

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