Me dio vergüenza ajena…

Tal iba a decir, pero no, que es vergüenza propia. Porque, mis valedores, todo lo bueno y todo lo malo que le ocurre a nuestro país es responsabilidad mía y de todos ustedes, y responsabilidad nuestra han sido la soberanía lastimada, el atropello a las garantías individuales y derechos humanos y las vejaciones de que nos hicieron víctimas las fuerzas extranjeras que vinieron a humillar la conciencia colectiva e imponer sus redaños de invasores ante la anuencia servil de una presidencia mexicana de malvavisco.

El imperio. Leí las noticias procedentes de un Mérida sitiada por fuerzas del norte cuyas órdenes eran acatadas por militares del país, y con el ánimo fruncido me puse a redactar, ejercicio de masoquismo, el presente y muy somero recuento de las tropelías que México ha padecido por parte de su vecino imperial desde el XIX, cuando el susodicho vecino inició la devastación de su «patio trasero» y socio comercial. En primer término, lo que en 1908 afirmaba The Times:

«Basta una ojeada al mapa de la América del norte para comprender que México forma parte geográficamente y por otros conceptos un todo con los Estados Unidos. Sus ferrocarriles, que enlazan todos los puertos y ciudades importantes, son en realidad una expansión de nuestra red ferroviaria. Sus costas, continuaciones no interrumpidas de las nuestras. La superficie es aproximadamente igual a las superficies combinadas de Inglaterra, Francia, Alemania y Austro-Hungría. ¡Hermosa provincia tropical, en verdad, para adquiriría para nosotros..!

La ominosa profecía del Ilustred London News, en 1845:

«A menos que Dios realice un milagro, dentro de medio siglo México formará parte de la Unión Americana«.

En 1836 lo declaraban voceros del Senado norteamericano: «El pabellón de las barras y las estrellas no tardará en flotar sobre las torres de México, y de allí seguirá hasta el Cabo de Hornos, cuyas olas agitadas son el único límite que reconoce el yanqui para sus ambiciones…»

Y en 1847, The North American: «La anexión de México nos presenta la posibilidad más brillante. Sería muy más de desear que México viniera hasta nosotros voluntariamente, pero como no hemos de gozar de paz mientras que la anexión no se verifique, que venga pues, aunque al principio sea haciendo uso de la fuerza. Como doncellas sabinas, México aprenderá pronto a amar a su raptor.-«

Lo corregí el analista, tiempo después: «No anexión. Absorción es la palabra. Absorción, mas bien que la anexión. La historia nos da lecciones que permiten esperar confiadamente ese resultado: no anexión de México a Norteamérica, sino absorción. Esa es la palabra…»

En 1814 lo anunciaba el Charleston Courrier. «Cada batalla ocurrida en México y cada dólar gastado en aquel país nos dará seguridades de adquirir territorios que ensancharán los dominios americanos hacia el sur, y el final será que los Estados Unidos adquieran un gran poder en el continente…»

Tal opinión será ratificada por el Secretario de Estado E. Lansing, quien así aconsejaba al presidente de su país, T.W. Wilson:

«Sin disparar un tiro ni gastar un dólar. México es extraordinariamente fácil de dominar. Basta con controlar a un solo hombre, el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la Presidencia mexicana a un ciudadano americano. La solución necesita más tiempo. Habrá que atraer a nuestras universidades a jóvenes mexicanos y educarlos en el modo de vida americano. Ellos llegarán a ocupar cargos importantes, incluyendo la presidencia. Entonces, sin necesidad de que gastemos un centavo o disparemos un tiro, ellos harán lo que nosotros queramos, y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros…»

Porque, como en 1922 lo escribía The New York World, «la dificultad con los mexicanos estriba en que no entienden el espíritu de benevolencia que inspira la administración del Presidente Harding. Han adquirido nociones exageradas sobre la inviolabilidad de la soberanía de México. Esto es lo que ha provocado toda la confusión. Pero el Departamento de Estado no se preocupa en lo más mínimo por ese sentimiento, ya que opera en beneficio de las empresas americanas en aquel país…»

Por ese tiempo lo afirmaba The New York American: «Porque no habrá gobierno estable en México hasta que los Estados Unidos se decidan e impongan uno, y lo sostengan con valores y con bayonetas norteamericanas. No hay escape posible de la lógica de la situación. Debemos cumplir nuestro deber en México. De hecho, deberíamos haberlo cumplido ya desde hace mucho. La salvación del pueblo de México sólo podrá… (Mañana.)

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