Del tema les hablé ayer, y del incidente que protagonizó el joven juguero con vendedores de la estación Balderas del metro: «Y si Ebrard terquea con desalojarlos va a salir con el cicirisco como yo salà con el mÃo: ardiendo».
El SÃquiri, vulgarzón que no fuera «Bueno, sÃ, pero yo todavÃa estoy esperando que se abra, o sea de capa. Cómo y por qué fue que salió con el aquellito ardoroso, y a cuál de los vendedores cabe la honra de arrebatarle la suya, y si fue a viva fuerza o de mutuo consentimiento».
Mosqueado, el de los jugos: «Fue al salir del metro, ora que por mis huevos fui al Centro Histórico«. (Que allá los consigue menos caros.)
– Y en eso que una marÃa me la arrima, su mercancÃa, y que se me cierra, y el rodillazo abajeño en el mero manchón de penalti. Yo, a gritos, porque el pirata de los discos pirata los forzaba a aullar a 10 mil decibeles: «¡Ese arbitro, enséñele la roja!» Por mis piernas logré salirme del clinch, avancé media yarda, hice el iris de barrerme en primera y avanzar rumbo a jom, cuando en eso el chamaco, desde la espalda de la marÃa, me da aquel pepenón de greña: «¡Balatas, balatas!» Ya., ¿refacciones para frenos de coche?
– ¡No se haga güey! Balatas, patlón, oflezca.
Y me bandejeaba en la cara cuatro paletas. Chocolate cacahuatoso. «De Colea, parlón». Al zafón le dejé un cadejo de greñas y me aventé en el tumulto de puesteros. Y el aliento a tlachique del de la cotorina, que me aprontaba unos huevos. ¿Verdes? «¡Aguacates sin semilla, cuánto ofrece por el huicolito!»
Dos pasos. Un puesto de cosméticos. A un lado, caldos de pollo. Una prieta, probándose la peluca tordilla La flaquita, entre empujones, tratando de pegarse unas postizas. Pestañas. De repente: «¡Ay, ay, mana qué furris caballazo! ¡Se me chisparon las dos!»
Pestañas. El de junto, que sorbÃa consomé: «Voy, qué par de cucas tan raritas. ¿O serán grillos? Chorral de patas, todas forradas de tizne Han de ser ciempieces que taban anidados en el carbón». Mis orejas, repapaloteando. Es que el pirata de los discos pirata le aumentó a 20 mil decibeles.
De repente, el de la cola de caballo y el aretito en la zurda que me los refriega por media cara y a gritos, por el aullar de la Sonora Santanera: «Globitos pal acostón, jovenazo. Estos no se pandean. Esponjaditos. Bien bara mi buen. Ã?rale, pa’ que sienta la vibra».
¡La sentÃ! Mi cuerpo todo se cimbró a la descarga Un cable de luz tirado en el suelo. Sentà que las anginas se me caÃan. ¿Anginas? Pero si ya ni tengo. Y ni modo, a driblar, avanzar burlando contrarios. Intenté marcar el touchdaoun, o de pisa y corre robarme la base y escapar del infierno. Ya iba yo con la camisa de fuera, toda embarrada de algo color mostaza La indÃgena del huÃpil: «Te llevarás quesillo de Oaxaca. Mezcal. Trai gusano. ¿O queres peyote, tú?»
Yo, todo sofocado, la empujé, avancé tres pasos, y entonces el bárbaro piquete en la zona ombligar. El indÃgena «¡Llevas flauta de carrizo, tú. ArtesanÃa chiapaneca! O vas a querer pito».
De barro legÃtimo. «De Malacalchontepé«. Y me lo bandejeaba en las jetas. «¡Te llevas flauta, te llevas pito!» «¡Me llevo madres, déjese de pitos y flautas!» Y que le pego furis caballazo, y que el indÃgena me retacha un flautazo, y yo que le dejo ir un derechazo con la izquierda, que en la apretura la derecha ni cómo. El chiapaneco: «Ah, tú queres bronca..»
Y al asegundarle el trompón: «¡A ver, paisas, acá un P-32!» Media docena de chiapanecos legÃtimos me rodearon: «¡Nosotros te decimos: basta!»
Y órale: patadas, trompones, rodillazos abajo del cinturón. Yo: «¡Auxilio, mi general GarcÃa Luna! ¡Acá unos escuadrones, tanquetas, helicópteros! ¡Unas pláticas de paz!» Y tÃznale, el fregadazo en el nidal me hizo ver estrellitas de gran canal con todo y el gran canal de desagüe, el Canal Dos. El mundo se me borró. ¡Cácaro..!
(Condenado juguero tan mentiroso.) «Cuando volvà a la vida miré frente a mà al de pasamontañas. Ay, mi subcomandante, si de rehén no le sirvió Absalón Castellanos acusado de tantos crÃmenes; yo, que ni he robado, depredado, torturado, asesinado como él…»
– Cuál subcomandante, cuál rehén. Soy el doctor de Urgencias. Este que ve es mi gorro de cirujano, y esta cuál capucha tapabocas. No se mueva
Yo, al instinto, alcé los brazos. «No se mueva de acá abajo, quiero decir».
– ¿Pues qué me pasó allá abajo, doctorcito? ¿Qué tengo..?
– Ya casi nada, cálmese. Como saldo de su bronca Con los vendedores, de la tráquea le extraje un¡ paquete de condones. Usados, nomás dos. De la oreja saqué un cacho de flauta Ya nomás falta que le extraiga el de barro legÃtimo. Malacalchontepé. A ver culimpinándose, poniéndose flojito. Pero no puje, que a cada pujido hace chiflar el pito. (¡Ay, Dios..!)
Pero no puje, que a cada pujido hace chiflar el pito
Ahora si me hizo comenzar el dÃa con una carcajada. Gracias maestro.