Mis valedores: el mar. El mar océano de los descomunales bajíos, de esos espíritus de la hecatombe que son los remolinos y de esas olas que embisten, miuras en brama, contra los farallones, banderilleros impávidos. El mar, insondable devorador de navios que tiempo después y en noches de plenilunio han de revivir en el embeleco de buques fantasmas que flotan, errando a lo lejos, entre brumas y el ulular de una sirena de fantasmagoría. (Acá, el viejo marino habrá de santiguarse y buscar el trago de ron. Literatura gótica, música wagneriana)
Hoy he de hablarles, mis valedores, de ese ignoto mar que de tarde en tarde se nutre, como de conejillos la boa, de embarcaciones imprudentes que se aventuraron más allá del astrolabio y las cartas de marear. Al tanteo habré de hablarles, que nunca en mi vida he visto morir un navio cuando, ya moribundo, se recuesta en su lecho marino, entre gemidos de la sirena y con el capitán enhiesto y aferrado al timón. Yo sólo he entremirado en sueños, mal recordados al amanecer, cuando un monstruo fluctuante, elefante añoso, ha arribado a su cementerio marino y se acuesta en las olas y con ellas se arropa, feto que torna al líquido de la entraña. El mar.
De uno hablaré con ustedes, que sobre los lomos sopesa un navio que, agónico, bracea por sobrevivir. La crónica:
Las cinco serían, las seis de la tarde en el ignoto mar. Arriba, altísimo, un cielo desapacible y forrado, al modo de los ataúdes, con unas nubes de color pizarra. Al socaire de ese viento gélido y de ese sabor a sal (a salación), el navio, entre jadeos, intenta el avance. Ciento cuatro millones de pasajeros, una tripulación de cientos de miles, cientos y cientos de contraalmirantes y un capitán en los mandos (uno chaparrito, peloncito, etc.) Lo clásico.
Ahí, medio ladeadón y en el filo ya del naufragio, entre el yodo y las algas marinas el navio se entremira hundido el tanto de media popa, ya con la lumbre llegándole a los aparejos (¿Aparejos? Cómo se ve que en temas de navegación eres un reverendo no te voy a decir qué para no avergonzarte en público). La salación le chacualea en las troneras, le humedece las chimeneas y le nubla los ojos de güey (los de los camarotes). Lóbrega, la sirena, el aullido: «¡Auxilio, me hundo, socorro, SOS!»
Ahí, el chacuaco mayor. La columna de humo renegrido (espeso a derroche de petróleo malbaratado, a petroquímicos enajenados, a deuda externa, a corrupción lucrativa e impune), tizna, y qué manera de tiznar, no sólo al cielo canoso y al viento frío, sino a los 104 millones de pasajeros. La sirena del barco clamando rumbo a todos los rumbos, que es decir a los bancos de crédito: el Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Interamericano de Desarrollo y cuanta instancia agiotista codicia «nuestro» energético…
El navio avanza a bandazos en la historia patria como arrastrándose de popa (iba a decir de nalgas), con los contados pasajeros que viajan por placer, las numerosas clases medias que viajan a crédito, las clases bajas que pagan el viaje haciendo el aseo, el servicio doméstico, la cocina, vale decir: los ayudantes de cocina y los que ni a pinches llegan, porque son los indígenas indigentes que se colaron de polizontes. Allá avanza, rechinando desde sus suites de lujo, camarotes de primera, literas de segunda, vecindades de tercera, ciudades perdidas de cuarta y albergues de quinta: lámina, cartón corrugado y desechos industriales. Mírenlo, y qué manera de ladearse como ya a punto de naufragio. ¿Se salvará el navio? ¡Claro que se ha de salvar, porque en verdad os digo, mis valedores: su destino es la sobrevivencia!
Pero un momento. ¿Y eso? Ahí, en el costado de babor, la estructura está pariendo… ¿una ballena? ¿Algún mítico monstruo marino, un tiburón descomunal? Pero no, ningún tiburón; un cachalote. Cuál cachalote, es una tonina ¿Tonina? ¡Es un yate de superlujo, que hagan de cuenta el del vil Gates.! ¡Y esas a modo de ratas están evacuando el barco en peligro y proceden a abordar el de lujo! Y caramba, cuando yo esperaba escuchar el clásico: «¡Mujeres y niños primero!», escuché por el altavoz:
«¡Marta primero, con su segundo segundón y los dos pilluelos, Jorge y Manuel! ¡Detrás la Gordilo), que a madrazos acabó con pejes y madrazos! ¡Trépense los banqueros y concesionarios de las autopistas, los jubilosos jubilados Azuelas de la Suprema Cort(a) y trinqueteros Ugaldes del IFE y el TRIFE y los cupulares de los partidos paraestatales, con los Chuchos de «izquierda» talamantera, los concesionarios de radio y TV y los reverendos pederastas de capa pluvial!» Y sí, ahí se remece el de lujo bajo el borbollón de los del Sistema de poder. Qué bien. Temí que fuera insuficiente para acunar a los tales, pero albricias: ya todos los acomodaron en los asientos de su nueva embarcación. Laus Deo. (¿El destino del barco? Mañana)