Ese fue el grito, arrogante y desmesurado, que en la misa dominical de hace tres años pegó Norberto Rivera, cardenal, como protesta contra una opinión pública que se encrespó con la amenaza de excomunión para fabricantes, promotores y consumidores de la pildora anticonceptiva «del siguiente día». En la tormenta que provocó el alto clero, el cardenal clamó al cielo: «¡El profeta no debe callar aunque su palabra sea desagradable..!»
– ¿Que qué? ¿Oyeron eso? -se escandalizó don Tintoreto-. Norberto Rivera, ¿profeta? ¿Al nivel de Isaías, Jeremías y Ezequiel? Qué poca…
«El profeta no debe callar» inflamó los hígados y encendió ánimos, fobias, pasiones y animadversiones en la tertulia de Cádiz. Oí (en mi mente se alzaba, majestad e iracundia, Isaías) que una rabiosa tía Conchis se desfondaba: «¡Ya ni las cuaja el tal reverendo! ¿Profeta él? Si ese es profeta yo soy Niurka, me cái.»
A cuántos de esos herejes, pensé, les estará cayendo fulminante excomunión de Rivera. Ahí la voz del maestro, en la diestra el volumen donde Erich Fromm marca la distancia, inconmensurable, que va de todo un profeta a un simple sacerdote de cualquier religión: «Las ideas sólo habrán de producir un verdadero efecto hasta llegar a transformarnos, contertulios, si son vividas por quien las predica, si las encarna. Que, siendo humilde, predique la humildad y la pobreza siendo pobre, como Jesús. La nula eficacia de la prédica sacerdotal se exhibe en la conducta individual y colectiva de los mexicanos. Obsérvenla: descomposición y ausencia de principios éticos y valores morales. ¿En dónde el origen de esta decadencia social? No, por cierto la escasez de sermones, fervorines y homilías; no porque falten las multitudinarias encerronas en estadios futboleros donde, de la media cancha al manchón de tiro penal, muchedumbres delirantes oficien, con sus sacerdotes, la misa, el rosario, el triduo, el Tedeum. Las visitas del papa, contertulios, ¿elevaron un milímetro los noveles ético y moral del México siempre fiel..?»
– No, y el fregadal de santos y beatos que milagrosamente, como rosas en el erial o espinillas en los cachetes del adolescente, rebrotan en el santoral cimarrón –La tía Conchis-, ¿de algo han servido para acercar a esta comunidad al amor de Dios y del prójimo? Con sus hechos, no sólo en el ceremonial.
– Y qué distancia abismal entre profetas de verdad y los Norbertos que arrogan tal título. Dice Fromm que muchos sacerdotes de la comunidad, pero ningún profeta. Estos (Cristo, Sócrates, Buda) predican el amor, la verdad, la justicia, la libertad; sus doctrinas transformaron el mundo, lo que no logran los sacerdotes con esas mismas doctrinas. ¿La razón? Porque el profeta predica con el ejemplo y el sacerdote toma las enseñanzas del profeta y las repite como fórmulas sin sustancia, y entonces en dónde el poder transformador de esas ideas. ¿Los creyentes de la doctrina católica serán impelidos a mejorar su conducta cuando un Rivera reaccionario y yunquero, cuyos intereses se contraponen a los de sus feligreses, les habla de la religión, o un Onésimo golfista y obispo en sus ratos perdidos predique bondades de la pobreza y la humildad, o hablen de castidad de los pedófilos padrecitos Maciel? Los resultados: una sociedad tan aquerenciada con el rito como divorciada de la esencia evangélica. Contertulios:
Los profetas vivieron lo que predicaban. No buscaron el poder; lo evitaron. ¡No buscaron ni siquiera el poder ser profetas! Los poderosos los impresionaban. Ellos dijeron la verdad aunque decirla los condujera a la cárcel, el ostracismo, la muerte. Enfrentados al riesgo, respondieron a la comunidad porque se sabían responsables; lo que a la comunidad le ocurría les ocurría a ellos, y dijeron y vivieron la verdad. No quisieron ser profetas. Fueron. Sólo los falsos profetas ambicionan el título de profetas. Buda vivió sus enseñanzas; Cristo se encarnó; Sócrates murió congruente con sus ideas, y dejaron una huella profunda en la especie humana porque su idea se encarnó en esos que aparecen de tarde en tarde en la historia de la humanidad y mueren dejando un mensaje en esos millones en quienes se torna entrañable.»
¿Los sacerdotes? Por afanes de dominio y control de las masas se aprovechan de las doctrinas de quienes con ellas transformaron su tiempo y su mundo. Los profetas viven sus ideas; los sacerdotes las administran a la gente, pero en su boca se perdieron la vitalidad y se tornaron formula muerta. Los sacerdotes confunden a la gente al proclamarse sucesores del profeta y afirmar que viven lo que predican. Cualquiera deberla advertir el embuste, ya que entre prédica y formas de vida hay una distancia abismal. Pero la «gran masa» ha sido sometida a un muy efectivo lavado de cerebro, y cree en la prédica de sus sacerdotes, tos mira congruentes con las ideas que predican. Es por eso que esta sociedad está tan, pero tan… (¿Dios!)