Las piedras utilizadas para infligir la muerte no deberán ser tan voluminosas como para que el condenado muera después de haber sido golpeado por una o dos, y no deberán ser tan chicas que no se les pueda dar el nombre de piedras.
Tal estipula el Reglamento para la Lapidación en Irán, mis valedores, y a propósito: dos noticias me motivan para tratar un tema que no es de mi agrado, precisamente: una es la sentencia de muerte ¡por ahorcadura! que un tribunal espurio acaba de dictar en contra de Saddam Hussein, exgobernante de Iraq y hasta hace pocos ayeres aliado y cómplice de los Bush y de Donald Rumsfeld, actual Secretario de la Defensa de EU., y otra es la encuesta reciente de ParametrÃa, que expone opiniones en torno a la pena de muerte, ya abolida en nuestro paÃs. La mayorÃa de los interrogados se manifiesta porque se imponga la pena capital, aunque de forma selectiva a asaltantes, secuestradores y violadores. Me opongo, categórico. Pena de muerte, nunca, bajo ningunas circunstancias. Y aquÃ, como si los oyera, el reproche de sus partidarios:
«Cómo se ve que tú no has padecido esa forma extrema de inseguridad pública, que entonces otra cosa opinarÃas…».
Aguarden. Dos veces he sido asaltado, y otras tantas mis familiares. Entre nosotros se han producido situaciones de temor extremo frente a la falta de seguridad pública, pero estamos, y estoy, decididamente, contra la pena capital. Desear la muerte del otro no es cuestión de agravios y rencores acumulados, sino de moral personal, cultura y humana sensibilidad. Y si no, ¿alguno de ustedes ha sabido alguna vez de un humanista, un catedrático de la UNAM, un hombre piadoso o cualquier otro espÃritu superior (a escala de espÃritu hay una enorme distancia entre el mediocre y el idealista) que haya participado en un linchamiento? ¿Un humano que sea de veras religioso se ha tomado alguna vez la «justicia por propia mano», ese acto calificado de bestialismo, por más que a las bestias Madre Natura no las programó para aberraciones de humanos como asesinar en nombre de la Justicia? Dice, sobre la sentencia de muerte que se acaba de dictar contra Saddam Hussein, el cardenal Renato MartÃno, Jefe del «Consejo del Vaticano para la Paz».
Castigar un crimen con otro crimen significarÃa que todavÃa estamos en el punto de demandar un ojo por ojo, diente por diente…
Por su parte un Leandro Despouy, vocero de las Naciones Unidas: «Esa decisión es arcaica y feroz. Las autoridades iraquÃes no deben ejecutar semejante sentencia de muerte». Mis valedores…
No pensemos en que pueda resucitar la pena de muerte, más allá de la gravedad del delito por el que se quiera asesinar «legalmente». Recuerdo que hace algún tiempo unos oportunistas manipuladores del PRI en el Estado de México «tramaron» la maniobra de la encuesta de opinión, y a unas masas tan agraviadas por la inseguridad pública cuanto ciegas a la distancia que separa los conceptos de justicia y venganza, les preguntaron: ‘Pena de muerte: ¿sÃ, no?» Y aquà mismo mi pública protesta:
¿Que qué? ¿Recular en el proceso civilizatorio y tornar a la barbarie, cuando en las naciones civilizadas el tema del asesinato «legal» está cancelado? ¿Traer a la pública discusión un bárbaro castigo, inhumano y cruel, que hace tiempo abolió la civilización? Ya oigo al terco: «Ah, ¿y los Estados Unidos? ¿No es civilizado el paÃs de Bush?» Y yo le contesto:
Aquà la gran paradoja, que en un paÃs «democrático» todavÃa hoy se asesine legalmente nunca al del poder o de los grandes dineros, pero sà a negros, menores de edad, marginados, extranjeros y enfermos mentales. ¿Entre nosotros existen aún lo adictos al «asesinato legal»? Por supuesto. Aparte de unas masas manipuladas, que confunden justicia con venganza y se conducen a lo visceral, anda por ahà un David Garay, ex policÃa
«Dicen que la pena de muerte no ha disminuido los Ãndices delictivos, pero su primer efecto no es que bajen; que sirva de ejemplo para que se sepa que a cierta conducta corresponde esa sanción».
Es obvio que las razones del policÃa son muy distintas de las que aporta el humanista, espejo y flor del espÃritu, al defender la vida como supremo valor. Ya en el XVIII César de Beccaria, criminalista:
«No a la pena de muerte. Nunca. No hay ningún hombre que racionalmente le conceda a otro hombre, sólo porque está en el gobierno, un poder sobre la vida y sobre la muerte». Y alguno más: «contra la pena de muerte hay, sobre todas, una razón de carácter humanitario muy fuerte. Cuando se aplica, por grave que sea el crimen, por monstruosa que sea la conducta por la cual se condena, el Estado se pone justo en el mismo nivel que el delincuente: comete un homicidio…». (Seguiré con el tema).
Estoy de acuerdo con usted. La pena de muerte no ha frenado ni eliminado los crÃmenes como violación, robo o asesinato. Para evolucionar hacia sociedades más pacÃficas hace falta un conjunto de medidas â??muchas, no una solaâ?? que tienen que ver sobre todo con educación, salud, un grado de bienestar que tiene más que ver con una felicidad que no se compra con papel moneda. Es un asunto de valores, de modelos de desarrollo. En ese sentido, el capitalismo y el neoliberalismo son una condena que genera más violencia moral, social y la degradación de los espÃritus…
Saludos
J.