«Se van cayendo a pedazos…»

La noticia de hace unos días alude a las clases medias de este país, pero aquí la nota alentadora: jura Fox (¡a 60 días de caer al desván de la Historia!): Trabajo fuerte para extender la clase media y construir un futuro mejor para las siguientes generaciones». Y su homólogo brasileño, pepenando la reelección: «Voy a dar una atención muy especial a la clase media». Yo, ante el par de noticias, intenté el análisis de las clases medias, pero entonces recordé el incidente, y créanme: la mejor evaluación de lo que en nuestro país se han venido depreciando las clases medias la aprendí hace años, y no del economista no del experto en finanzas, sino de un médico con el que compartí cierta experiencia personal, escalofriante. Y si no, juzguen ustedes. Fue aquel domingo a media mañana El doctor Pérez y Hernández (como los políticos mediocres, el profesionista más fácilmente perdona una mentada de madre que su apellido de madre se omita) me invitó a comer

– Pero a comer como Dios manda no a lo que da el pago de sus fabulillas en el periódico, mi valedor. A ver, trépese.

Me trepé, y una vez ya instalado en la roja me refiero a la cucaracheta

– Directamente a las patas, mi valedor. Patas de mula ¿le gustan los mariscos? No, y más antes eran todavía mejor para el organismo. ¿Le gustan?

Se me hizo agua me refiero a la boca El doctor: «Conozco un restaurante en Toluca donde mmm, aquella gloria de camarones…»

Y a la gloria nos fuimos. La de los mariscos. Dizque por su virtud tonificante no estoy seguro si del cerebelo, el apéndice o no sé qué clase de bulbo, ha de ser el raquídeo. Ya en la carretera (carretera libre, para evitar el peaje) por boca del doctorcito se expresaron las clases medias de mi país:

– Mire nomás qué chulada de arboledas, mi valedor. De ensueño, ¿no? Lindo este mi México lindo y querido, se lo digo yo, que tengo medio mundo andado; yo, que todavía en pasados sexenios no perdonaba mi viaje semestral por las Europas, nomás gastando divisas a lo pentonto. ¿Sabe que aquí donde me ve yo he andado desde Sumatra hasta La Sutra?

Iba a contestarle el albur, pero me aguanté. Por una pata de mula a este mula doctor le aguanto cualquier patada de mula

– Mire: serranías pachonas de vegetación Abedules, algarrobos o chicozapotes, sepa la madre. ¿Qué le piden estos bosques a los de Viena? Esos pinos, ¿qué le piden a Los Pinos de Marta y su segundo marido? Para qué derrochar divisas en Europa ¿no le parece?

Lo miré de reojo. Me dieron una lástima las clases medias de mi país…

– Y es que en nuestro México tenemos de todo, como en botica.

Botica que no sea del Seguro Social, que ni aspirinas -pensé, pero mucho me cuidé de expresarlo. Por aquello de las patas de mula

Mediodía era por filo. Toluca Nos plantamos a la entrada del restaurante, y en el atascadero de coches y entre dos que dejaban un espacio que ni para carro de camotes, el doctor de los dos apellidos maniobró de forma tal que dejó la trompa a media banqueta mientras que la trasera la acomodaba sobre una alcantarilla La trasera del volks.

– ¿Se dio cuenta, mi valedor? El chicampiano lo meto en cualquier huequito, no aquel estorboso «seis cilindros» del que me tuve que deshacer…

Hasta acá comenzó a llegarme el olor de las patas. De mula Al rato ya el doctor y su gorrón estábamos de las de acá, miren, leyendo la carta pero leyéndola al estilo crisis de clases medias: de derecha a izquierda A ver: 50, una orden de mejillones; 35, jaibas rellenas de pulpos, o pulpos rellenos de jaibas, al gusto; callo de hacha en oferta Sonriendo como estreñido, el doctor:

– Precios razonables. Media de ostiones, tantos pesos.

– Son dólares, doctor. (Palidecido. Yo tragué saliva y fue lo único que tragué en el restaurante, porque el de los dos apellidos). «Se me ocurre una idea ¿Y si mejor nos regresamos al DF? A mi casa Porque después de todo qué mejor comida que la casera y si viera que mi señora uh, qué mano tiene. Limpieza sazón. ¿A mi casa, a la pura proteína pura mi valedor».

Y acá venimos, clasemedieros, a desandar el camino, rumbo a la casera Yo, aquella compasión; por mí, por el de los apellidos. Y ni cómo liberarlo del compromiso sin herir su susceptibilidad. Apechugué. Y a casita, la de él. Total, que un par de horas más tarde… ¡el antecomedor!

¿La casa? Clasemediera típica Mi anfitrión descorchó una de tinto. La olisqueó. «Mmmm, uva añejada en barricas de ayacahuite Tres larguísimas semanas en reposo antes de llegar al tianguis. Los vinos del país qué le piden a los del Rhin. Pruebe, Texmelucan legítimo, aspire su bouquet». Y que salucita Yo con agua que conmigo vino y licor toparon con hueso. Con tepetate Y válgame, que fue entonces… (Mañana)

3 opiniones en “«Se van cayendo a pedazos…»”

  1. Mi estimado Valedor:
    la mayor de las mentiras(o la más perversa) por parte del enemigo historico es hacernos creer en la movilidad social, «trabaja y progresaras», mientras YO te robo y saqueo al PAIS, solo existen dos clases sociales: quien`posee los medios de produccion de riqueza y
    los que poseemos nuestra mano de obra

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