– ¡Ganchazo al hígado, recto al mentón! ¡Qué pelea, señores, qué pelea!
Muy cierto, mis valedores: qué pelea Yo, que detesto la violencia y todo lo que apeste a confrontación (box, luchadores, corridas de toros, palenques y similares), permanecía en mi butaca de primera fila, tensa la boca y amargos los nervios, o al revés. Contra el caracol del ombligo (de la oreja izquierda, más bien) me reventaba la crónica del gritón del micrófono:
– ¡El peleador está recibiendo brutal castigo con ese cruzado de izquierda, y el derechazo, y el recto al mentón, el codazo, el cabezazo en el desflorado, me refiero al párpado! ¡Qué golpazo abajo del cinturón, que hasta acá se oyó y hasta a mí me dolió! ¡El peleador se enconcha, se desmadeja, está noqueado sobre piernas de hilacho! ¡Lo vemos tambalearse, va a caer, suena la campana! ¡Las asistencias se lo llevan a rastras hasta su esquina! ¡Qué pelea, señores aficionados! ¡Qué carnicería.!
¿Carnicería? masacre, genocidio de un solo hombre (si seré sub-way). Finalizó un episodio más, con el peleador en muy malas condiciones y recibiendo el auxilio de las asistencias. Observé al pugilista despatarrado en su esquina tembloroso al castigo que recibió; lo miré jalando aire, bagre fuera del charco, y sí: qué desastre de físico, qué ruina de peleador, qué castigado a los mandarriazos del modelo neoliberal. Y lo que falta a partir del episodio que ahora se inicia y se avizora tantito peor que el anterior. Dos tarascadas de un aire viciado en el ambiente (humo de tabaco, suspiros de la digestión), y a seguir aguantando a un contrincante tan rudo como entero todavía A quién se le pudo ocurrir enfrentar a un peso mosca con un peso pesado, peso dólar. Ya va a sonar la campana; zafarrancho de combate, por más que combate es un decir. El Kid Popolo, el del calzón tricolor, guangoche, sobre zancas de hilacho se dispone a acudir al centro del cuadrilátero. Me da una lástima..
Pero algo es algo, después de todo, porque no está desprotegido el Kid. Qué va a estar desprotegido, si en su esquina tiene a un manejador de lujo, que hasta parece la pura verdad y que prepara a su víctima – a su pugilista, pues – para que siga en plan de costal durante un episodio más de tan bárbara contienda, uno que se avizora mucho más rudo que todos los anteriores. Y ya le apronta el pomo de amoniaco para volverlo en sí -el pobre ya anda volviendo en no-, y ya le escupe buches de agua helada en la cara, y ya le unta en las heridas boquetes de vaselina y ya le da masaje en la nuca mientras con un buen discurso en la oreja derecha -el manejador es de ultra-derecha yunquera y fanática, legionaria de Cristo, cristera tardía- le da las indicaciones de la táctica a seguir. En susurro:
– Me cái que yo soy el que me voy a suzurrar, don Fox. Y cómo tiznaos no, si me van a seguir embombillando un neoliberalismo que a mí me convierte en el cuarto ricachón del orbe, mientras Carlos Slim anda en la quinta chilla y con la panza vacía ¿Se imagina don Fox?
– Tú tranquilo, mi buen. Tú procura cauntearlo, mantenerlo a distancia Jabéalo, fíntalo, cánsalo. Hasta orita le estás parando sus mejores golpes.
– Pos sí, pero se los estoy parando con el hocico. Oiga, don Fox: ¿cree usté que perderé por nocaut.?
– Tú calmado, Kid. Por la decisión de los jueces no te preocupes. Ya me apalabré con los siete del TPIFE, ¿cómo la ves?
De la tiznada iba a decir el Kid, pero como ver, ya nada veía que no fueran estrellitas, más pacotonas que las del gran canal de las susodichas. El pómulo izquierdo se le advierte inflamado, y la ceja con una rotura como desde aquí hasta acá, miren, desde Echeverría hasta Fox. La otra no: aquí la ceja no fue dañada porque ceja ya no hay, que de cuajo se la arrancó el neoliberalismo; de ceja le quedó el puro rastro y una pelusa tinta en hemoglobina, y un cacho de cuero cabelludo, y un tomate chispándose, con la niña más desflorada que si hubiese viajado en microbús, y la retina desprendida y el pómulo hecho vamos a decir papilla que se confunde con la papilla que le fluye de la nariz. Y qué manera de aventar mole por lo que le quedó de labios; mole con rajuelas de lengua raigones de premolares, cachos de glotis y de epiglotis. Ah, Kid Popolo...
Ahí la llevas, mi buen; si logras noquear a tu rival nos dan el empate.
Mis valedores: ahí fue. Con lo que le queda de vista, Kid Popolo se quedó viendo al manejador, y con lo que le queda de cuerdas vocales le dice en un hilo de voz:
– ¿Y qué, don Fox? ¿Vamos a seguir con esta misma táctica de pelea los seis rounds que vienen a partir de diciembre? ¿Va a ser contra el peleador de su establo, uno chaparrito, peloncito, de lentes..?
Yo, adolorido al unísono del peleador, tragué saliva, y se me atoró aquí, miren. No, si les digo. (El Kid…)