Mis valedores: el presente es un mensaje que lleva como destinatario al presidente del país. Señor:
Nunca me he dirigido a usted, y nunca esperaba hacerlo. Las circunstancias me obligan, y qué hacer, sino enviarle esta respetuosa misiva. Señor Presidente: yo nunca le he pedido ni madre Madre yo ya no tengo, pero ni así le pediría; y con todo respeto, usted tampoco tiene, y nadie puede dar lo que no tiene. (Entre paréntesis: espero que ambas hayan alcanzado el perdón de Dios. Ellas qué culpa tienen del par de hijos que legaron al mundo. Y sigo.)
Esto lo redacto a las tres de una madrugada de miércoles; una desapacible madrugada que apesta a miércoles, luego le digo por qué. Al principio de la noche, yo expectante, me puse a escuchar radio, recorrí el cuadrante una, dos, muchas veces, y lo asombroso: ni marejadas reportaron los noticieros, ni algún huracán, ni ciclones, ni siquiera un mal tsunami ni un río que se sale de madre. Apagué esa madre (el aparato de radio), e intentaba dormir, pero el sueño, andavete Y qué hacer…
Fue entonces, señor Presidente: como medida extrema se me ocurrió encaramarme en la azotea, y declararme en plantón «permanente» hasta que amanezca, y aquí estoy, atejonado en la tienda de campaña que habilité con dos de mis camisones, una bata de dormir y media docena de chonines. Y así señor presidente, me he puesto a examinar el firmamento. Del norte al Ajusco y de los volcanes a Cuajimalpa Pues sí, ¿pero firmamento? ¿Cuál firmamento? Una terca nublazón, una oscuridad absoluta, ramalazos de viento y aquel retumbo a lo lejos. Y aquí lo insólito, señor presidente…
He oteado los cielos por ver si en ellos advierto algún cambio entre ayer y hoy, pero nada Ni la colisión de los astros, ni el más leve rechinido en la maquinaria del cosmos, ni una furiosa lluvia de estrellas o Plutón, que se declare en rebeldía por su desafuero reciente He intentado, al modo de Pitágoras, escuchar la sinfonía de los astros, por comprobar que sería una sinfonía fúnebre, con acordes de macabra. Pero nada Madre Natura, impávida La conmoción que acababa de producirse aquí abajo no la impresionó en lo mínimo. Las pequeñeces que ocurren a los humanos, y que nosotros tomamos como descomunales tragedias, no parecen quitarle el sueño, como a mí. Y yo, que temía algún temblor de tierra, un sismo de 30 en la Richter o que el Popo nos la fuera hacer de fumarola, pero no, Madre Gea, impávida…
Miro hacia las alturas y conozco que allá, más allá de la nata de nubes, permanece púdicamente velada la luna (alta, fría, distante y purísima como tú, mujer). Yo, acá abajo, tiritando de frío. Y de repente: un molotito de calidez se ha metido a lo subrepticio en la tienda y se tiende entre mis zancas. Y cómo no, si ha comenzado a llover. Es El Rosco, gato tan viejo, enclenque y patético como su dueño, aunque a saber si no resulta que el dueño es él.
Acurrucado en mis zancas lo siento tembloriquear, y es que afuera comienza a caer una de esas lloviznas nocharniegas que me tiene calado hasta el tuétano (calado en el sentido honesto del término). No, no me atrevo a caer en el trasnochado cliché de la escuela romántica: «El cielo, por fin, que llora conmigo; casi en silencio como yo mismo». (Mira, mira.) Fue en este momento cuando cometí la imprudencia:
– ¿Qué te parece lo que ocurrió ayer al mediodía?, pregunté al Rosco El, ronroneando. Yo, imprudente, insistí: «Lo que ocurrió al país, ¿qué te parece?» Y fue entonces: un pujidillo, alzar de la cola, y un cuajarón pestilente me manchó bata, chonines y el tafilete fiusha de mi bata de dormir. En cuanto amanezca, a lavar el cochinero de miércoles. Señor presidente…
Si la nuestra es una comunidad mayoritariamente rica, si los pobres son socios de los grandes capitales, entonces México va a amanecer exultante y a echar a voleo las campanas entre juegos y fuegos artificiales. Si el de este país es un pueblo que alimenta intelecto y espíritu con las enseñanzas del duopolio de la televisión y las homilías de los Onésimos y Riveras, esas masas van a dar como lógico, natural y voluntad de Dios lo que aconteció el mediodía de ayer, y a resignarse, y a ver si a la próxima. Ahora que si está integrado por pobres en su mayoría, México va a despertar con su esperanza resquebrajada y dolido, macerado una vez más. Pero si, por desgracia, ciertos focos rojos…
– Bueno, sí, pero cuál es el objeto de tu recado, me la va a usted a interpelar, tuteándome
Y aquí mi respuesta y el favor que le solicito. Señor presidente: hasta ayer, usted lo necesitaba, y yo no. A partir de esta fecha usted ya no lo necesita, pero yo si ¿Seria de ánimo tan comprensivo y generoso como para obsequiarme y hacerme llegar su dotación completa de Prozac? Nada más, señor presidente (No más.)
elvaledormx@yahoo.com.mX
Y no sólo Prozac mi Valedor, también vamos a ocupar metanfetaminas, tachas, pegamento, cemento, piedras, cristal, hongos, colitas de borrego, cabeza de zopilote, programación de «Gran Canal» y todo lo que apendeje, porque sólo bien «pacheco» vamos a aguantar al chaparrito y sus chaparrones. Lo bueno es que son sólo 6 años. Digo.
ESTO DE LAS ESPOSA Y LA LUNA ME ENCANTO,ASI COMO LA CARAMELADA DEL GATO DE HOLOR HA FECAL TAMBIEN.
SABES MI VALEDOR ESTOY ENVIANDO POR CORREO LAS FABULILLAS, SE QUE LES PUEDO SUGERIRI QUE VEAN LA PAGINA DEL VALEDOR. PERO, HACER ESTO QUE TE DIGO ME RESULTA ENTRETENIDO Y ME GUSTA HACERLO.
POR OTRA PARTE, ESTOY GRAVANDO LOS PROGRAMAS DE RADIO Y LOS QUEMO EN DISCOS COMPACTOS POR TEMAS, PERO EN EL FORMATO ULTIMO YA NO LO PUEDO HACER, TE EEEEEEEXIJO LO HAGAS A LA ANTIGUITA… !SI!
PERDON POR LO DE OLOR
Gracias Maestro Mojarro, por compartir, gracias por la sonrisa y a veces carcajada que me arranca en medio de esta situación de tanta descomposición ¿fecal?
Un beso.