Antes de continuar con el tema de las tanquetas con que se intenta prolongar el modelo neoliberal por mano de «un chaparrito, peloncito, de lentes», va aquà la fabulilla donde aparecen algunas de sus vÃctimas:
Fue a la hora de entre dos luces, ya casi al oscurecer. Por esa zona roja de la ciudad que nombran Zona Rosa caminaba yo rumbo al estacionamiento donde habÃa dejado mi BMW (el volks. cremita, más bien), cuando me topé con el trÃo de vendedores que, sentados a dos posas a la orilla de la banqueta, hacÃan corte de caja. Para bajar la hinchazón los tenÃan desabrochados. Los tenis. A lo disimulado me detuve a escuchar, y oà al de la guayabera:
– Vamos a ver. yo vendà caja y media de chicles. Eso quiere decir que ya descontando la mochada de los blue demon y uno que masqué hace rato pa engañar con buches de saliva la canija hambre, me vienen quedando unas ganancias lÃquidas, tan lÃquidas como la saliva, de vamos a ver. Dos por diez…
– Según mis cuentas (el de la cotorina color mostaza), yo vendà caja y cuarto de camotes de la mera tierra del gober precioso, y me eché a la bolsa estas monedas. No me puedo quejar.
– Uh, pos con qué poco te conformas, vale
» – No me puedo quejar porque ya sé a qué le tiro. La otra vez que andaba yo vendiendo allá por Atenco me puse a quejarme de que «chinche gobierno el de Fox», y que segunda esposa y hijastros hinchándose de dólares, y total, que ¿no te recuerdas que dos semanas falté a la chamba? No, cuál Cancún, Urgencias del hospital de Xoco. Gracias a Diosito que a la hora de los mameyes me le pude escapar vivo al sargento verriondo, dientes de oro.
– Pues a mà sà me fue mal, de plano. Este mal fario, esta salación…
– Pues es que también usté tiene la culpa No me lo tome a mal, ¿verdá? pero lo de usté sà que son tiznaderas, de plano. Cómo se le fue a ocurrir ponerse a vender libros en México. Droga al menudeo, en cambio…
En eso, de súbito: «Ã?rale, ¿ya vieron? Allá, miren, donde dice Entrada de artistas» (Yo, al instintivo, torcà el pescuezo y friégale, qué espectáculo. Allá, taconeando y contoneándose, venÃa una estampa de hembra que resultó ser, según el de la cotorina, una de las bailarinas del ballet hawaiano.)
– ¡Ã?rale, y acá esta otra, que viene meneándolas como cualquiera de las mises concursantes cuando ya les anda por ir al dos, o sea al de las estrellas. Al Gran Canal, pues. ¿Ya vistes a aquella de la mini-mini negra, Jitanrrón?
– Y cómo no la voy a ver, si no estoy sordo. Bárbara, bárbara, qué bárbara, ¿cuántas arrobas de silicones le calculan en cada una, tú?
Y una más, de peluca tordilla, que al puro pasón (por la acera) me dejó ir aquella mirada ardiente, que me la sollamó. la sangre. El de la chamarra de Los Dodgers: «El Maripepa, qué salerosón». (Yo, cerrando los ojos lo dejé pasar.) Y fue entonces: una hembra de soberbia estampa, dura de carnes, delgadita de cintura y abultadita del pecho: «¿Se fijaron? ¡Y sin sostén!»
La vi. Tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida. Las goza quien las merece, que yo, con verlas, descanso. «¡Y sin sostén,clávense!» Y el vendedor de libros: «Sin sostén. Como mi señora esposa».
Silencio. Luego, el de la guayabera: «Oiga, señor, no es por nada, ¿verdá? Me la va a perdonar, pero en materia de la ñora pues como que hay que tener ora si que delicadeza, ¿no?»
– Me cái que éste tiene razón. Cómo de que la ñora sin sostén. Nomás falta que ya a lo desvergonzado nos vaya a salir con que tampoco chonchines.
– ¡Momento, momento, no irme a malinterpretar! Quise decir: yo, aquà donde me ven, no soy vendedor ambulante de oficio. Yo todavÃa hace cinco años era un honesto ciudadano de clase media y tenÃa mi negocio, que me daba para un honesto pasar. Pero el sexenio de Fox me quebró mi empresa comercial, y yo tuve que variar de giro y volverme vendedor: de mi casa, del vocho, de las joyitas, de todo. Desde entonces vivimos yo, mi señora y los chamacos, arrimados con un pariente lejano. Nos corre todos los dÃas.
Silencio, motores, un claxon. «Cada anochecer llego a casa y entrego a mi única el producto de la venta de libros en un paÃs que lee medio libro al año, el paÃs de José Luis Borgues, la gran rabina Tagore, La Oreja y Laura en América. DÃgame ahora, ¿qué clase de sostén soy para mi MarÃa? ¿No anda la pobre sin sostén, sin apoyo, sin valimiento de su pobre marido en el sexenio de un Fox que, para prolongar la plaga del neoliberalismo y librarse y librar a toda su parentela del penal de La Palma, amenaza con embombillarnos al chaparrito, peloncito, de lentes? En tan macabro panorama yo, vendedor de libros en México, ¿soy sostén para mi amantÃsima y los chilpayates..?
Los observé. Vi que uno tragó saliva. El otro nomás agachó la cabeza. (Fox.)
pues nada más es cosa de seguir haciendo cuentas para concluir que efectivamente la ñora no tiene ya chonchines ( con todo respeto).