Un humano redrojo…

Los daños de la psique, mis valedores, vale decir: el trauma, el complejo, la neurosis y toda suerte de patologías. Yo, que he convivido con el interno del reclusorio y el enfermo en fase terminal, tuve experiencias con diversos dañados de su sistema nervioso. Tal vez alguno de ustedes conozca a alguno de tales trémulos: son esos desdichados sacudidos de paranoia galopante, los suicidas en potencia (en im-potencia), la carne del desarreglo emocional que mal sobrevive, ya la vida con sabor a clara de huevo, en manos del de bata blanca perito en angustias. Pobrines…

Asistí un día de estos a una que denominaban terapia de grupo, en que se suele aplicar un método denominado psicosíntesis, que, por aquello de provocar la catarsis, se intoxica al grupo de pacientes con varias clases de droga, según. Yo entré esa noche al salón de terapia, estrecho y con el piso tapizado de colchones que, ciego de ventanas, en el muro exhibe el óleo de un Cristo sufridor, y no más. Yo, convenientemente disfrazado de enfermero, miraba que los pacientes entrasen al salón descalzos ellas y ellos, sin cintos ni cintas ni colguijes ni alhajas. Quince, veinte angustiados, entre cuatro paredes recibían su ración de droga y al rato…

¿Se imaginan ustedes a aquellos seres en crisis, intoxicados de datura, peyote, LSD? Al peso de la media noche, conforme iba haciendo efecto la droga, los desdichados entraban en el terreno de los delirios, y comenzaban a alucinar, a tronar en rezos, quejidos, alaridos, canturreos mal acordados. Los médicos, a la expectativa, tomando nota. El enfermero de pega, que no de paga, me encarrujaba en un rincón y -yo que nunca he sabido de drogas- me tensaba con el que había enceguecido momentáneamente con la datura, y gimoteaba al unísono del intoxicado con LSD, y miraba a Dios cara a cara con el del peyote. Y aquel tentalear en el muro, y el jadear, y el súbito desplomarse del pálido aquel, y el desnudarse de la que monologa como entre sueños, y el convocar, hato de alucinados, a junta de sombras, de fantasmones, de engendros de mentes descoyuntadas. Me acuerdo:

La anciana que de muro a muro deambula sin parar, salmodiando una sola voz: «¡Mamá, mamá!» El alto, flaco, que azota los muros, los rasca: «¡Campo militar!» Y el rollizo aquel que de pronto aparece con una foto en la mano, y la mira, y se arrodilla, se culimpina: «¡Mi niño, criatura, quién dice que te moriste, mi niño..!» Y los llantos sin lágrimas, los jadeos, los soterrados quejumbres, las imprecaciones, la bronca agresividad: «¡Mujer, Enedina, que a ti y a tu amante, que a los dos he de encontrar algún día.!»

Y así el que implora la vida, y el que suplica la muerte, y el que solloza sin voz, y el que, como brama, besuquea y lame el muro, repitiendo un nombre de varón, y esa, la de mezclilla, que invoca ala dueña de sus amores, y esa que, de rodillas, pronuncia un nombre, y se acalambra: «¡María, vuelve, María..!» La que se tiende y muerde el colchón: «¡Me voy a morir, opérenme, sáquenme el mal, me muero, me voy a morir..!» Frases que en la madrugada de terapia intensiva se engrifan de humano sentido. Los médicos, mientras tanto, tomando nota. Yo, sumido en el rincón, escarmentando en angustia ajena: «Que tú y yo nunca. Nunca entrar en conflicto contigo, mujer…»

Uno de aquellos me impactó en lo vivo, y fue el muchachejo -tan joven apenas y ya quebrado a penas- que al hervor de la droga se encaró al Cristo y le aprontó los brazos: «¡Sáquenme su sangre, bórrenme su apellido!» Lo vi arrodillarse, culimpinarse, rechinar los dientes, azotarse en el muro con puños y rostro: «¡Este veneno, su sangre!» Remolía las palabras, y a azotarse en el muro. Me estremecí. Intenté calmarlo. Uno de los doctores, al oído: «Déjelo que vomite el asco, o acabará suicidándose». Y el poder de la sugestión, mis valedores, y la debilidad emocional de uno que mal domina sus emociones:

Porque entonces, de súbito, ¿cómo, por qué? Aquel infeliz se irguió, pegó un gemido, cayó de rodillas frente al Cristo sufridor, y moqueando y lloriqueando estrujaba en las manos la foto, mirábala, la examinaba, alzaba su rostro al cielo -al techo del salón-, y los roncos clamores, con quebrada voz: «¡Jesucristo, Primogénito de los muertos! ¿Lo vas a permitir?» Y tornaba a examinar la foto, y la estrujaba, y abriendo los brazos de par en par clamaba al cielo: «¡Cristo Jesús, por qué castigas a tus criaturas!» ¿Peyote, datura..?

Pura sugestión El humano redrojo pujaba estrujando una foto. «¿Por qué nosotros, Cristo Jesús, qué daño te hicimos? ¿Acaso los mexicanos te clavamos en la cruz?» Corrió uno de los doctores: «Cálmese, no se sugestione, valedor, usted no es paciente ni está drogado, sólo viene en plan de observador. Qué forma de hacer el ridículo». «¡Doctor, que a este nos lo van a embombillar!» «Deme eso». Y de mis manos crispadas zafó la foto y la arrojó con asco. Sí, la de un chaparrito, peloncito, de lentes. (¡Dios!)

4 opiniones en “Un humano redrojo…”

  1. Mi valedor:Acabo de leer el libro de J. M. Cotzee,Elizabeth Costello; pag. 147 «Esta es la realidad:la realidad de África…la gente africana viene a la iglesia a arrodillarse ante Jesucristo en la cruz, y sobre todo las mujeres africanas, que tienen que aguantar lo más duro de la realidad. porque sufren y él sufre con ellos. ¿Por quién votan los creyentes mexicanos?

  2. Continúo:A la gente que viene a Marianhill no les prometo nada salvo que les ayudaremos a cargar su cruz». Está bien ser laico, pero cómo lograremos que el fregadaje vote por la izquierda si no encuentran alivio, ya que nos dejamos ir por la parte intelectual y no la emocial profunda. Hubo 30Millones que se abstuvieron y son del pueblo pueblo.

  3. Pareto decía: el 20% de la población concentra el 80% de la riqueza. La derecha solo alcanzará 15Mill de votos. La izquierda debería buscar los 55Mill restantes. La tarea de la izquierda es conquistar al pueblo pueblo, no pensar que con el voto obrero y de los universitarios (estudiantes y profesores)se puede ganar. Ya se demostró que eso no ocurre.

  4. Estimado Tomás:
    Me dio mucho gusto reencontrarme con la obra de Tomás Mojarro. ¡Dios, de lo que me estaba perdiendo!

    Tomás, hermano, yo te escuchaba muy seguido allá en los tiempo en que la maestra (mi adorada maestra Alaíde Foppa tenía su programa en Radio UNAM, aquel Foro de la Mujer. Mi hija se llama Alaìde en su honor y es tan fregona como ella) Què bueno que le sigues metiendo a esta chamba. Yo estoy a punto de terminar un libro llamado «Detener a la Doctrina Monroe».

    Seguirè en contacto

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *