Y a propósito de El Chacal, mis valedores, ¿Conocen ustedes el diario de ese torvo personaje de la vida nacional que allá por 1913, con tal de encaramarse en la presidencia del país, no dudó en perpetrar el cuartelazo de La Ciudadela y más tarde llegar hasta el magnicidio contra el presidente Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, vice-presidente? Yo, Victoriano Huerta, se llama el diario de marras, que muchos estudiosos tachan de apócrifo, donde supuestamente detalla en primera persona desde su dipsomanía hasta sus deslealtades, infidencias y toda suerte de crímenes.
De Yo, Victoriano Huerta, tomo diversos párrafos para en un documento apócrifo empalmar otros más apócrifo todavía. Licencias que me permiten la retórica y una pizcacha de imaginación. Dicen los párrafos:
Yo, Victoriano Huerta, me presenté cierto día ante don Porfirio: «Déme usted tres mil hombres, y yo acabo con la revolución de Madero».
Yo bebía coñac todos los días. El señor Madero me recibió muy bien a mi llegada a la capital. Para él yo era un hombre leal. Para su gabinete era yo un traidor. Inopinadamente, el señor Madero me comunicó que cesaba en el mando de la División.
Todo se me vino por tierra…
Medité fríamente, bebí muchos días y… ¡esperé! Dije a mi compadre Urrutia «Si tengo armas y hombres yo acabo con la revolución, y hasta lo feo y pelón se me quita…»
Mi aversión por el señor Madero crecía Los conspiradores me asediaban. Yo era un traidor para todos; para todos, menos para el señor Madero. Me habló Mondragón para conferenciar sobre la sublevación Mi general Reyes quedaría al frente del gobierno y mi discípulo Félix Díaz en un ministerio. Yo, con el de Guerra. Exigí nada menos que la Presidencia. Mi general Reyes, al saberlo, dijo:
– ¡Manden a ese a la ching..!
Tuve una idea: batir a los del cuartelazo y crecer ante los ojos del señor Madero, y así…¡fui nombrado comandante militar de la plaza; jefe de las operaciones contra el grupo de sublevados!
Cañoneé La Ciudadela…
Me faltaba un apoyo moral, algo en qué fundar un movimiento armado contra el señor Madero. Me aproveché de las gestiones del Senado. El Senado, como la Cámara de Diputados, no era sino una cueva de bandidos, unos bandidos que conspiraban pero no eran hombres de acción. Eran catrines.
Yo los utilicé porque los servicios de los malos son mejores que los servicios de tos buenos.
Yo les insinué mis deseos de acabar con el señor Madero. Sólo fue una insinuación, pero me comprendieron…
El embajador de Estados Unidos hizo creer al Gobierno que ellos intervendrían en México si no cesaba la lucha La especie se propagó en un momento de terror. Ya es sabido que la capital es una ciudad propicia para ser conmovida por todos los embaucadores…
Cuando el señor Madero y el otro bajaron por el ascensor para huir, los hice capturar por Blanquet Cárdenas les dio un balazo en la cabeza, pero cometieron la torpeza de enterrar inmediatamente a los muertos. Ordené que los desenterraran y los presentaran en la Penitenciaría pues en un Consejo de Ministros que se celebró una hora antes, los Secretarios de Estado me dieron esa idea Yo tengo que alabar ahora a los señores licenciados y políticos que me hicieron tomar tal determinación, pues asi logré que resplandeciera la verdad en un dizque asalto a la escolta por la multitud. La verdad oficial; esa fue la verdad oficial…»
En el Café Colón celebrábamos yo y mis contlaplaches, copa y bataclán, cuando en eso vi entrar al recinto, y que se me dejaban venir en derechura, a aquellos individuos, continente austero y cara sombría Catrines. Con la copa de coñac a medio viaje se me vino el pensamiento: «Tormenta en puerta, Victoriano». Pensé en el arma que se me aquerenciaba al cuadril, y tal pensamiento me produjo alivio. Resollé. «Sean bienvenidas sus buenas mercedes», les dije, pero apenas me contestaron. A penas. Los invité a sentarse, y por congraciarme con ellos me forcé a sonreírles. Sonrisa falsa forzada Solemne, estirado, aunque con aspecto de insignificante burócrata, el que encabezaba la comisión:
– Señor general Huerta venimos en comisión de servicio. Sírvase acompañarnos.
¡En toda la madre! (Con perdón.) Estos me van a exigir cuentas de mis desgarriates. «Victoriano, pensé, qué equivocado anduviste…» (En qué anduve equivocado, mañana)