Basura verbal…

Diatribas y ataques, mis valedores. Inquina y acusaciones, descalificaciones, embustes encubiertos y verborrea vil. Tal es hoy el proceso electorero, que no electoral. La turbulencia y el estrépito, la escandalera y un ruiderío tanto más estridente cuanto más vacío. Lástima que a millonadas lo pagamos todos, para a cambio recibir todavía más deterioro en el nivel de vida y un mayor enajenamiento del país. Ya nos tomaron la medida Y como nos ven mansitos. Ah, México…

Y nosotros qué distantes de nuestra herencia indígena Qué ignorantes de la sabiduría que nos legaron, de su conocimiento de lo humano y lo divino, del tino con que elegían a sus dignatarios; sin dedazo, sin campañas costosísimas ni elecciones de estado;sin esa pésima calca de la más deleznable cultura política gringa que son los debates, sin la mercadotecnia que les copiamos, ni su manipulación electrónica, sin su propaganda vocinglera y vacía de sentido para manipular almas cándidas, y una propaganda tan onerosa que esta vez dará a ganar al duopolio televisivo 515 millones. Nuestros, centavo a centavo. Y nosotros, juandiegos del IFE y perrabravas del clásico pasecito a la red, bebiéndonos a dos nalgas el veneno del cinescopio. ¿Lo dije antes? Es México.

Aquí, de nuestra raíz indígena y muy a propósito como para leer entre líneas y descubrirle la moraleja, va para ustedes este retazo de documento del cronista anónimo:

«Un año antes de la fiesta del dios (Quetzalcóatl o Tezcatlipoca) compraban los mercaderes un esclavo que fuese bien hecho, sin mácula ni señal alguna, así de enfermedad como de herida o golpe. Lo vestían con los atavíos del mismo dios, para que lo representase durante aquel tiempo. Antes que lo vistiesen, le purificaban lavándolo dos veces en el lago que llamaban de los dioses, y siendo purificado le vestían en la forma que el ídolo estaba

Lo vestían con todas las ropajes e insignias del ídolo, y poníanle su mismo nombre, y el elegido andaba todo el año tan honrado y reverenciado como el mismo ídolo: traía siempre consigo 12 hombres de guarda porque no se huyese; y con esta guarda le dejaban andar libremente por donde quería

Tenía este indio el más honrado aposento del templo, donde comía y bebía, y donde todos los señores y principales le venían a servir y reverenciar, trayéndole de comer con el aparato y orden que a los grandes; y cuando salía por la ciudad iba muy acompañado de señores y principales, y llevaba una flautílla en la mano, que de cuando en cuando tocaba, dando a entender que pasaba, y las mujeres salían con sus niños en los brazos y se los ponían delante saludándolo como a un dios; lo mismo hacía la demás gente; de noche le metían en una jaula de recias viguetas porque no se fuese. De mañana lo sacaban y lo ponían en lugar eminente, y después de darle a comer preciosas viandas poníanle sartales de rosas al cuello y muchas ramillas en las manos.

Salían luego con él por la ciudad, el cual iba cantando y bailando por toda ella para ser conocido por semejanza de su dios, y en comenzando a cantar salían de las casas las mujeres y niños a saludarle y ofrecerle ofrendas como a dios.

Nueve días antes de la fiesta venían ante él dos viejos muy venerables, de las dignidades del templo, y humillándose ante él le decían con una voz muy humilde y baja ‘Señor, sabrás que de aquí a nueve días se te acabará este trabajo de bailar y cantar…’

Y él habría de responder que fuese muy en hora buena Entonces ellos mirábanle con mucha atención, y si veían que se entristecía, y que no bailaba con aquel contento que solía, con la alegría que ellos deseaban, iban luego y tomaban las navajas del sacrificio y lavaban la sangre humana que estaba en ella pegada de los sacrificios pasados, y con aquellas babazas hacían una bebida mezclada con otras que por acá llaman cacao, dábasela a beber, siendo enhechizado con aquel brebaje.

El perpetuo ejercicio de los sacerdotes era incensar a los ídolos y a su representante, en ceremonia donde ninguna leña se quemase sino aquélla que ellos mismos traían, y no la podían traer otros sino los diputados para el brasero divino. Y así se llegaba el día de la fiesta
A media noche, después de haberle hecho mucha honra de música e incienso, tomaban al elegido los sacrificadores, y sacrificábanle, haciendo ofrenda de su corazón a la luna y después arrojándole al ídolo, dejando caer de abajo le alzaban los que lo habían ofrecido, que eran los mercaderes. Para esto, ya tenían otro esclavo preparado para la semejanza de su dios».
¿Los herederos de tal sabiduría indígena mientras tanto? ¿Esos qué? (Lástima).

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