Atila frente a Roma

Esta vez la leyenda, mis valedores, que en tantas ocasiones se contrapuntea con la historia Y si no, vamos a ver: ¿la versión de los hechos que mi amigo me acaba de relatar es libre interpretación de la historia o arbitraria mi deformación de la leyenda? �l, con su relato, ¿me vio la cara de su Juan Diego? Pero sí, voy a barajársela más despacio.

Mi amigo y yo comentábamos el bárbaro reculón que el bárbaro Atila pegó frente a Roma, la ciudad imperial. La historia, todavía hoy (consulten su enciclopedia), no alcanza a explicarse cómo fue que ahí, frente a una Roma indefensa, o casi, el Azote de Dios, con sus cientos de miles de guerreros ávidos y dispuestos para la hornaza y la sangre, la rapiña y el botín (oro, sedas, mujeres), decidió suspender el ataque y tornó al Oriente, dejando intacto el corazón del imperio occidental. La historia, al no poderse explicar la reacción del rey de los hunos, deja la duda en los otros, y es entonces cuando leyenda y conseja cohabitan con lo sobrenatural. Con el pensamiento mágico.

Vivimos el siglo V Atejonada tras sus murallas Roma resiste el acezar prepotente de las hordas bárbaras, que entre alaridos se preparan al asalto y la depredación. En la defensa, todos los romanos:

tercios, legiones, falanges, población civil, ellas, ellos, todos. ‘Los y las», como dijera otro bárbaro 1 mil 550 años después. Y es que el romano es un pueblo forjado en la fragua de la epopeya, templado en épicas contiendas contra pueblos y naciones, desde etruscos y sabinos hasta macedonios y los Asdrúbal y Aníbal el de Cartago, la irreductible Pues sí, pero los bárbaros hunos no estaban mancos, que venían de arrasar imperios de Oriente y asolar reinos, poblados, campiñas, todo lo que se atravesaba en los cascos de Atila De su caballada, pues.
He ahí la Roma imperial. Ved a aquel que, estampa de profeta (pregón y clamor) ya sube, ya baja, ya viene, ya va de calles a plazas, de templos a rinconeras. Sudoroso, jadeante, clamando a los cuatro vientos. Es León, pontífice de la cristiandad, que va encendiendo fuegos patrióticos: «¡A la defensa de Roma, la ciudad semejante sólo a sí misma! ¡Dios lo quiere!»
Dios lo quiere, sin duda, ¿pero cómo contener las miríadas de guerreros que luego de depredar imperios y reinos se aprestan al asalto sobre la Roma de césares y pontífices? Y mis valedores: ahí fue lo increíble, qué linda entre la historia y la leyenda: solo y su alma, León el pontífice traspone una de las puertas de la muralla, atraviesa la llanura donde los bárbaros se disponen al ataque y se enfrenta al Azote de Dios. Solo. Desarmado. De dónde vino a sacar el valor para encarar al bárbaro y qué razones le aprontaría, a saber. Lo cierto es que, cabizbajo (consulten su enciclopedia), Atila pegó tremebundo reculón y con sus huestes (horrísono retemblar de tierra por los cascos de las bestias, casi tan bestias como los bárbaros) abandonó las murallas de Roma imperial y entre nuberío de polvo se disolvió en lontananza Haya cosa ¿Milagro de Dios? Pudiera ser, porque aquí el elemento mágico:

Que uno a su diestra y a la zurda el otro, León llevaba consigo, de valedores, un par de espíritus, los de Pedro y Pablo, según los hunos, y según los otros sólo dos serafines con los que León el pontífice pudo obrar el prodigio. Y convertirse en San león el Grande. Laus Deo.

– Hermosa y edificante leyenda -dije ayer a mi amigo, y fue entonces:

– ¡Hermosa leyenda, madres! ¡Mentira vil! No te dejes engatusar por la historia que las cosas ocurrieron de muy distinta manera, y el prodigio lo produjeron unos beneméritos que son la raíz de nosotros, luchadores sociales. Ellos, mis predecesores, consiguieron la retirada del bárbaro.
Mira mira Y que me arroja su propia versión de los hechos. Mi primer impulso fue soltar la risa y el segundo echarlo a la calle por mentiroso, pero zacatón que soy, cerrando los ojos lo dejé contar. Y fue, según él, que al clamor profético de León el pontífice, los romanos acudieron por miles, todos armados…

– Armados, sí, pero no de espadas, no de venablos ni jabalinas; armados de mantas, pancartas y consignas que gritaban a todo lo largo de calles, plazas y bulevares:

«¡Este-puño- síse -ve! ¡El pueblo – unido – jamáseráven -cido! – ¡Denme un punto -denme un guión – denme una coma! -¡Higuasu- madre- el que conquiste Roma.!»

Que Atila, derrotado por una estrategia tan efectiva como nos ha resultado la mega-marchita huyó con sus bárbaros para nunca más. Y mi amigo, radiante. Mis valedores: ¿asi que no fue León, no fueron sus dos arcángeles, sino los querubines de las mega-marchitas? «¡E-xi-gi-mos..!» Ah, bárbaros, los hunos y los otros. ¿La profesión de mi amigo? Maestro. De la Coordinadora (Bárbaro.)

3 opiniones en “Atila frente a Roma”

  1. mi estimado valedor
    triste nuestra calavera que en el mexico de hoy la balanza se inclina en favor de los que marchan, bloquean, blanden machetes, el diálogo («estamos dispuestos al dialogo pero en nuestro pliego petitorio: ni un paso atras»)y el derecho («la ley y la gracia para nuestros amigos, la ley a secas para los demas»), solo quedaron en la demagogia y en los discursos oficialistas.

  2. La estrategia de lucha de los profes no es lo relevante, lo que si debe preocupar es el ambiente de crispación del país (caso Oaxaca y otros). ¿Cuánto tiempo soportará el paisanaje tanta abyección? Foxilandia sólo existe en la imaginación del esposo de la señora. La realidad nos dice que México se está convulsionando y creo que nuestra «democracia» no va a alcanzar para apaciguar los ánimos. Cruz, Cruz…

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