Y se fue según lo determinaron sus propios merecimientos: a lo subrepticio, sin hacer ruido y sin que a nadie, o casi nadie, importara su muerte Esto, cuando en vida tanta estridencia provocó durante sus seis años de gloria efímera, los del gobierno de su hermano, experto en las artes del nepotismo, López Portillo. Por cuanto a las predaciones que perpetró al arrimo del tal hermano, Margarita se nos escapó (a mi, a ustedes, a la justicia); logró huir sin pagar su deuda porque vivió atejonada tras unas instancias justicieras alcahuetas y logró una muerte oportuna, tan inoportuna Margarita dejó de existir hace lustros. Hace un par de semanas falleció, con tanto que nos queda a deber. Clamaba el entonces López Portillo cuando candidato del Tricolor a la presidencia del país:
¡Arrojen del PRI a los pillos! ¡El Partido no es cueva de ladrones! ¡Denuncíenlos, porque el PRI no es pantalla de pillos! ¡Las causas del PRI no son ni los prófugos ni los aprovechados! ¡No a los que sólo se escudan en el Partido del pueblo para enriquecerse y robar impunemente..!
Como para leer entre líneas. Semejantes conceptos encierran su muy buena moraleja, ¿pero cuál? Piénsenlo.
Todo esto lo traigo a cuento (a remembranza), porque hace apenas un par
de semanas se nos fue de este mundo esa Margarita que, con el propio López Portillo, se escudó en el Revolucionario Institucional para enriquecerse y robar a lo delirante e impune Es México. Yo afirmo lo anterior porque aplico, simplemente el sentido común, y digo a todos ustedes:
Yo conocí a Margarita La visité en su casa de la Colonia del Valle En su compañía (no de la casa, no de la colonia- de Margarita) bebí la taza de infusión de manzanilla que me ofertaba Modestas, clase media baja las tres: la infusión, la casa la Margara Pero cosas veredes que harán retumbar la tierra, que dijo el iluminado inmortal. Cosas veredes…
A ver: conocí a Margarita en 1968. La López Portillo era, y no más, por aquellos días, una señora de clase media de mediano pasar. La conocí por culpa de un cierto trabajo mío, literario, que se publicó en la revista Rehilete de la que ella formaba parte en el consejo de redacción. Entonces, y en calidad de entrevistadora, la susodicha me entregó un cuestionario que, una vez contestado, se publicaría al final de mi contribución literaria En vez de la entrevista apareció el texto siguiente:
«Margarita López Portillo a Tomás Mojarro: A la presentación de un cuestionario extenso, qué opina de la tentación, qué pecado no tolera en el prójimo, cuál es su concepto del pecado, etcétera que quiere escritor una respuesta festiva grave sincera en ambos casos, tal vez, y coherente con el contexto general de este número, a que el propio escritor ha contribuido a dar cuerpo. Tomás Mojarro se entera del mismo cuestionario y responde en forma escueta que, habiendo leído todas las preguntas, se rehusa a contestarlas». Sin más.
Margarita era una mujer tímida que a la hora de las confianzas me reveló cómo solía tramar guiones para Televisa que el monopolio siempre le rechazaba «Mi sueño dorado es que algún día me acepten una telenovela». Me reveló su seudónimo: Sibila «Una diosa, o algo así». Le expliqué todo lo referente al personaje mitológico y, porque la vida nos apartaba la dejé de ver. Cuándo íbamos a imaginarnos, ella y yo mismo, que la Moira estaba por maltratarla tan rudamente. Y fue entonces; entonces fue…
Yo, atónito y aturdido ante la metamorfosis de aquella tímida Margarita que se producía ante mis niñas, las de mis ojos, me senté ante la máquina de escribir y redacté el texto siguiente una tarde de 1983, me acuerdo:
«Y así fue De repente vino el remolino y nos alevantó. De un día para otro se desató el ciclón y experimentamos el vértigo, y yo asistí – con el asombro en las pupilas, a la transfiguración de aquella buena mujercilla, que en todo había sido apenitas en el símbolo rutilante de un sexenio que fue de alucinación, despilfarro, frivolidad. ¿Se acuerdan, mis valedores, de aquel rebumbio, del bataclán y el boato, la prepotencia la ostentación y el brillo postizo de una Margarita que (como hoy una cierta Marta, agrego este viernes) amaneció a ser reina y señora de una corte de los milagros en donde de todo había, menos decoro? Sí, aquella soberana de hojalata y sololoy a la que enloqueció una abyecta adulación, hermana de la ostentación y lo vacío de contenido, tanto más sonoro cuanto más vacío. Qué tiempos. Qué sexenio aquél. Para calibrar la falta de decoro y la capacidad de servilismo y bajeza de todo un varón de pro, pero que de ser novelista descendió a la tenebra politiquera y con ella al ejercicio del servilismo, ahora mismo les muestra.. (Mañana)