Vengo de ver a ese desgraciado

Lo dejé feliz. Loco de contento. Porque en realidad está loco, y loco de remate. Se trata de un enfermo mental muy peligroso, y tanto, que lo mantienen recluido en lo que pudiésemos llamar la prisión de la casa de salud. Aislado, solitario, lejos de los otros enfermos y en abandono total, es el olvido de los muertos en vida. Pero acabo de hacerlo infeliz…

Su nombre no lo conozco, pero sí su manía abominable, ese gusto morboso, un deleite necrofílico por la muerte y la destrucción, al grado de que mantiene los muros de su celda tapizados con todas las fotos que ha logrado coleccionar, desde restos humanos de los judíos exterminados en Auschwitz hasta la sangre, la muerte y el exterminio de iraquíes a manos de las tropas invasoras. Y ya hablando a escala doméstica: en los muros se exhiben, recortes de prensa, los restos sangrantes que arroja el ajuste de cuentas entre los capos del narcotráfico. Su trofeo más preciado: las cabezas sangrantes del par de policías en Acapulco: ‘Tara que aprendan a respetar». Macabro.

Tesón del necrofílico y colaboración de enfermeros condescendientes: tiene en el muro, de retablos, las fotos de Hitler, Truman, Stalin. En derredor, material gráfico de ruinas, muerte y devastación que las tropas invasoras han desperdigado en la mutilada geografía de Iraq. «Mi ídolo de ídolos», y el trascuerdo, sus pupilas dos brasas, tentaleaba la foto de Bush…

Otro de los personajes que mantienen en vilo su morbosa fijación es el israelí Ariel Sharón, «halcón» cuya carrera de muerte y destrucción han protegido y patrocinado los halcones de Washington; ese Sharón al que la Moira no se decide a arrojarlo a donde merece un alma de esa ralea Tal es el personaje admirado del sádico, del enfermo mental. Siniestro.

Es así, mis valedores, como desde hace tiempo y por mediación de enfermeros compadecidos, el necrofílico vive pendiente de las incursiones de Sharón en territorio palestino, y cómo se ha allegado toda la documentación disponible sobre las víctimas del «halcón». Masacre tras masacre, el enfermo mental repasa la crónica del descuartizamiento de civiles que en el territorio mártir de Palestina perpetran tanques, fusiles y los helicópteros del rapaz. Tanques contra resorteras. Ahí, circundando la foto del israelí, las del desgarramiento de cuerpos: niños, mujeres, el que iba pasando… El loco los mira, y al contemplar los jirones de carne palestina, él éxtasis. La masacre: tal es su razón de vida en su mundo fuera del mundo. Demencial.

La carnicería de Junín, en Cisjordania, fue para el sádico un momento de inigualable placer y un deleite supremo mientras iba leyendo las expresiones de Terje Roed-Larsen, enviado especial de la ONU:

«El campo de los refugiados fue escenario de horrores que superan el entendimiento humano. Vi gente en total conmoción, cuyas casas hablan sido destruidas. Vi familias tratando de desenterrar gente bajo montanas de piedras, pedazo a pedazo. Desde hace mucho no se había visto una destrucción masiva de esta dimensión. Es un infierno. Moralmente es repugnante…»

Para el loco la gloria a todo color. A todo dolor. A sangre total. Pero yo acabo de hacer feliz al desgraciado, dije antes. Se precisa tan poco. Y sí, que ayer, miércoles, llegué hasta la celda de miércoles con mi paquete de miércoles y lo entregué al enfermo. Dios, si la felicidad estuviese al alcance de todos; si la dicha se anidara en dos docenas de recortes periodísticos…
Los fue extendiendo en el jergón. Fue observando las fotos. Lo vi babear, cercano al orgasmo. Y cómo no, si frente a la fiebre de sus pupilas se desplegaban las fotos de miércoles que certificaban las acciones de miércoles perpetradas el jueves por los toletes de miércoles. Atenco. ¿Sopesan ustedes el deleite morboso del enfermo mental? Lo que al pornógrafo provocan tetas y nalgas, para el loco significaban el rostro tumefacto de San Salvador Atenco, sus huesos tronchados, sus pómulos desflorados. Ah, los restos de lo que había sido falda en esa mujer. Ah la joven a la que llevan a rastras, desgarrada la ropa interior. Ah de los cráneos que escurren lloraderos de sangre La gloria.

Sólo fanfarrias faltaron en la ceremonia celebrada en la celda de un manicomio. Sólo el himno nacional. Porque, mis valedores: una vez que hubo tapizado la pared con el material gráfico de Atenco, el enfermo mental irguió el pecho y, gesto enérgico, desprendió las estampas del Bush y Ariel Sharón, y el sitio de honor vino a ocuparlo el nuevo héroe del loco peligroso. Entonces, pecho inflado y posición de firmes, el de marras alzó el brazo y, la mano en la frente, saludó con el saludo militar. Yo observé que en la foto el rostro de Fox, flamante héroe del sádico, reflejaba en sus facciones todo eso, ruina y brutalidad, que a su mandato de miércoles unos toletes de miércoles fueron a perpetrar en Atenco. En la celda del manicomio dejé al par. Tal para cual. (La náusea.)

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