Tertulia de anoche en mi depto. de Cádiz, en la Mixcoac-Insurgentes. Habló el maestro: «A propósito, contertulios: ¿conocen la leyenda del bosque de Nemi? De ganchete nos miramos.
«SÃ, la del monarca aquel que por medio del asesinato llegó al poder, y al que asesinándolo va el sucesor a ocupar el trono, para que el asesino, a su vez, corra la suerte de su vÃctima». Vi en sus manos aquel ejemplar de La rama dorada, de Frazer. «AquÃ, para no adulterarlo, transcribo la parte medular de la leyenda, que tiene de escenario las colinas albanas». Comenzó la transcripción:
«En la Antigüedad este paisaje selvático file el escenario de una tragedia extraña y repetida En una orilla del lago, inmediatamente debajo de un precipicio, estaba situado un bosquecillo sagrado, y en él cierto árbol que todo el dÃa y probablemente hasta altas horas de la noche rondaba una figura siniestra: en la mano blandÃa una espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cual si esperase a cada instante ser atacado por un enemigo.
El vigilante era rey y homicida a la vez; tarde o temprano habrÃa de llegar quien le matase para reemplazarle. Tal era la regla: el puesto sólo podÃa ocuparse matando al rey y sustituyéndole en su lugar hasta ser a su vez muerto por otro más fuerte o más hábil. El oficio mantenido tan a lo precario le conferÃa el tÃtulo de rey, pero seguramente ningún monarca descansó peor que éste, ni fue visitado por pesadillas más atroces. Año tras año, en verano o en invierno, con buen o mal tiempo, habÃa de mantener su guardia solitaria, y siempre que se rindiera con inquietud al sueño, lo harÃa con riesgo de su vida La menor relajación de su vigilancia, el más pequeño abatimiento de sus fuerzas o de su destreza le ponÃan en peligro. Las primeras canas sellarÃan su sentencia de muerte. Su figura ensombrecerÃa el hermoso paisaje. El ensueño azul de los cielos, el claroscuro de los bosques veraniegos y el rielar de las aguas del lago al sol, concordarÃan mal con aquella figura torva y siniestra..
Mejor aún nos imaginamos este cuadro como lo podrÃa haber visto un caminante retrasado en una de esas lúgubres noches otoñales en que las hojas caen incesantemente y el viento parece cantar un responso al año que muere. Es una escena sombrÃa con música melancólica en el fondo la silueta del bosque negro recordada contra un cielo tormentoso, el viento silbando entre las ramas, el crujido de las hojas secas bajo el pie, y yendo y viniendo, ya en el crepúsculo, ya en la oscuridad, la figura oscura, insomne, la espada desnuda en la diestra..»
– ¿Y qué, contertulios? ¿Qué pueden decir del rey del bosque de Nemi?
«O sea: como qué…» Luego, el silencio. Algún trago a la infusión. Habló el maestro: «Un varón enterizo, ¿no les parece? Por eso, porque el protagonista de la leyenda del bosque de Nemi era un rey.
Y que nació para rey, actuó como rey y como rey encuentra la muerte. ¿Que llegado el momento, el legendario monarca experimentaba el temor ante su próximo derrocamiento y la muerte? Por supuesto que sÃ, ¿no era humano como todos nosotros? Ã?l conoció la angustia, el temor; pero tales sentimientos no tuercen su conducta ni lo fuerzan a trapear por los suelos la capa real. «Su condición de rey, su educación de rey y su temple y mÃstica de soberano lo llevaban a comportarse en toda su vida con decoro, altivez, dignidad, ¿no les parece? Contertulios: ¿no representa el de Nemi la viva metáfora de la sucesión presidencial en nuestro paÃs?»
– ¡Muy cierto! -saltó don Tintoreto-. LEA da muerte a DÃaz Ordaz, López Portillo asesina a LEA, y éste al siguiente, y al siguiente y al que serÃa el próximo los mata Salinas, y asà hasta hoy. Pero eso sÃ: por aquel entonces aún se guardaban las formas, ¿no?
– Pero ellos eran polÃticos, si no es que reyes, -el maestro-. ExplÃquense ahora la diferencia del rey y el polÃtico con alguno que ni era polÃtico ni nació para rey, sino para vendedor de la Coca-Cola, y no más.
– ¡Cierto! Entiendo ahora que un coca-colero defienda a gruñidos, retobos y altisonancias de baja estofa un trono al que llegó asesinando al rey anterior, con todo y partido polÃtico, para mostrarse ahora ayuno de toda dignidad, varonÃa decoro. Con razón…
– Con razón el indigno espectáculo: al defender cetro y corona que perdió desde el dÃa en que en el trono sentara sus reales, trono y vida defiende no como polÃtico ni como monarca; no con la espada desnuda, sino a lengua bÃfida y a rociadas de saliva- a lo rastrero, en vil pleito de vecindad y toreo pulquero: a chillidos y rezongos, a chifletas y ofensas, a rabietas y descalificaciones.
De lo que se habló en la tertulia, mis valedores, seguiré muy pronto. (Aguarden.)