Y ahora esa punta de penitentes, ¿qué pensarán? ¿Sentirán furia, vergüenza, arrepentimiento por haber permitido, una vez más, que Televisa los manejara vilmente? El incidente ocurrió en 2002. Marta, por aquel entonces segundo lugar de las preferencias de los aturdidos para el sillón de Los Pinos, a lo sorpresivo anunció que renunciaba a sus aspiraciones presidenciales. La incredulidad cimbró a las masas, y a los más radicales los impulsó a la acción inmediata. De ejemplo, los fundamentalistas con los que en mi labor de periodista me encontré en la Calzada de Guadalupe.
Fue un mediodía. Sol, calor, sofocación. Los penitentes, de rodillas. Sangre, sudor y lágrimas. Literal. Le apronté el micro al viejo, mostacho amarillo de nicotina: «¿motivo de la peregrinación?» Y el guerrero águila, gesto agrio y rodillas llagadas: «¡Cuidao con ese güey, don Carmelito, no nos resulte ratero! ¡Que no estorbe a los señores danzantes!»
– No se cisque, es que el Tadeo, cuando hace penitencia hincado y con pencas de nopal entre pecho y intercostales, se pone de fierro malo. ¿Es pa La Oreja la entrevista, o es usté un achichincle de Ventaniando?
Le dije que para METRO, y le pregunté el motivo de su peregrinación.
– Lástima, fuera pa’ López Dóriga, ya de perdida, pero en fin. Sí, mire: los de esta peregrinación sernos penitentes, como penitentes lo son casi todos los mexicanos. ¿Usté no? Desde San Cirindanguillo el de Enmedio traemos danzantes, traemos pólvora, traemos harto mezcal. Calculamos que dentro de cuatro, cinco horas, según lo permitan en el cielo Dios y en la tierra los ambulantes, vamos a estar postrados a los pies de la Morenita, pa implorarle un favor pero que muy especial. ¿No, Tadeo?
– ¡No le dé cuerda ¿No ve que está sacando de hongo al chueco Nabor y lo hace chañar con la chirimía? Todavía la entrevista fuera pa’ Televisa…
– Venemos en peregrinación porque los tenemos muy gruesos, nuestros motivos, y porque vamos a suplicarle a la Morenita un milagro, pero que muy canelón. Por eso mire: venemos pelándonoslas a puros tallones en el asfalto vil, las rodillas. El Tadeo ya viene regándola, la hemoglobina…
– Se aprovechan de su nobleza, don Carmelito. Usté obra de buena fe, si descontamos las veces en que se jamba de tunas, que entonces se tapa y no puede obrar, ¿pero qué no lo cisca la pinta de raterazo que se carga ese güey?
– A eso venemos de rodillas y a sus pies: a implorarle a la Valedora que nos brinde su aucsilio y su protección, y con su manto de estrellas cubra a cierta personita que es toda nuestra esperanza. ¿O tan penitentes seremos como pa permitir que nos deje ora sí que huérfanos..?
– ¡Aguas, güey! ¡El Turicate se anda trompezando con el bigotón, que no lo dejó rematar el pasito del águila azteca con el mudanceo, como Dios manda! ¡Que no venga a estorbar la coriografía de los señores danzantes!
– No haga caso; el Tadeo siempre ha sido de genio medio trabajosón, y ahoy anda que se le pueden tosar habas en el lomo. Calcúlele: su primer día de astinencia después de la manda que prometió a la Morena pa’ que nos haga el milagro: hasta dos semanas completas sin oler el chínguere, pobrín de él. Yo ofrecí toda una semana sin quemarme un solo tabaco, y aquel danzante de sonaja y capa magenta prometió no probar carne humana, o sea la de la Chona, su vieja, el tanto de 3 días con sus nochis. Con sacrificios de este calibre, ¿se nos puede apretar la Morena con sus milagritos? Uno, que pa llegar hasta la Patrona lógremos traspasar esa marabunta en brama del ambulantaje, cosa que vemos de la tiznada, que hasta se nos frunce con sólo pensarlo. Y un segundo milagro: sépase que todos los penitentes venemos a pedir a la Patrona lógremos traspasar esa marabunta en brama del ambulantaje, cosa que vemos de la tiznada, que hasta se nos frunce con sólo pensarlo. Y un segundo milagro: sépase que todos los penitentes venemos a pedir a la Patrona que la patrona de los mexicanos sea Martita. Que no nos vaya a pegar el reculón. ¡Con la señito Marta, su hermano y sus hijos Jorge, Fernando y Manolo, la pura honradez! ¡Con ella la eficiencia y la aptitú! ¡Con Martitta ya la hicimos! ¡Con ella, el cambio! ¡Ella sabe cómo hacerlo! ¡Vamos, México! ¿Usté qué piensa, bigotón? ¿Se lo daría a Martita, su voto?
Silencio. Pensé. Diez, quince segundos. Tragué saliva, pelé los ojos, se la jalé al Tadeo, su penitencia, y luego los abrí, los alcé al cielo, mis brazos.
– ¡Pero éitale, dejamos ai mis pencas de nopal! ¡Cálmese, no se acelere, con el golpazo en el pavimento sus menisquitos se los hizo pinole! ¡Qué desfiguras, no levante los brazos, que ya le chispó la sonaja al guerrero tigre! ¿Ya oyeron el méndigo milagrito que le implora a la Morena?
Uno me alzó, otro me torció los brazos. A media plegaria un paliacate me taponeó la boca: «¡Que los vendedores, Virgencita, impidan a esta bola de penitentes llegar hasta ti! ¡Concédemelo, y aunque me quede chiclán, yo te prometo uno de mis..! Me entró el paliacate. Hasta la epiglotis. Hasta la próstata. (¡Agh!)