«Así decía la bala»

«Made in USA». San Salvador, 24 de marzo de 1980. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. No se les olvide la distancia que separa a los Onésimos y Riveras de un profeta y mártir de la fe como Monseñor �scar Arnulfo Romero. A 26 años de la bala que USA y alquilones le encajaron a medias del pecho, aquí sus palabras, entreveradas con las de Juan Pablo II y un José Calderón S., amigo que fue del mártir.

El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de la libertad y la señal de que la enseñanza será pronto una realidad. Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que van a asesinarme. Si llega a cumplirse la amenaza, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador…

José Calderón S.: «Lo supe en la tarde del 24 de marzo de 1980, cuando acababa de nacer la primavera. -La mañana había sido calurosa y clara- Cuando lo supe, llovía Una lluvia nueva generosa blanca que envolvía los cerros- �scar Compañero había resucitado en la llama de una bala Sólo una bala precisa, amaestrada, prevista..

Sobre mi techo, la lluvia Y unas zetas de fuego, los relámpagos. Y los truenos del oficio de tinieblas – La lluvia fue el gran perdón que caía sobre El Salvador. El perdón del caído. La perdonada lluvia del perdón – La noche encendió sus lechuzas. Sintonicé la radio y pude escuchar un coro de voces enérgicas: Ã?scar Compañero. Un himno de lucha..»

He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad…

Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de mi esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá, si, se convencieran de que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás…

Juan Pablo II: «Reposan dentro de los muros de esta catedral los restos mortales de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, celoso pastor a quien el amor de Dios y el servicio de los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida de manera violenta, mientras celebraba el Sacrificio del perdón y de la reconciliación…»

«Todo se apagó. Menos su voz. Aquella voz limpia como la del arcángel anunciador, pero aquella voz chasqueante, a su tiempo. Oscar Compañero había sido condena a muerte por quienes él rezó días antes – Pero también había sido condenado a la resurrección. Y en ella está como en la milpa nueva Resucitado pan de América Latina Resucitado pan de todos los pueblos de la tierra…

Recojo las voces de los campesinos y obreros que lo amarraron y lo vivieron – En mi testimonio vivo hay azadones, serruchos, poleas, alforjas y hambre. Todo es del pueblo rural salvadoreño – La lluvia sigue siendo el gran perdón que cae, agua sacramental, sobre El Salvador. Y Ã?scar Compañero sigue resucitando en esa lluvia en ese pueblo, en esa esperanza Y en esta primavera.»

Monseñor �scar Arnulfo Romero, vida fecunda en obra, doctrina compromiso social y eclesial, humanismo. Aquí, las últimas palabras del mártir, cortadas por el plomo de un asesino profesional, a las 6:30 de la tarde de un día como hoy, 24 de marzo, de 1980, cuando oficiaba una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, para cancerosos incurables, cerca de los cuales habitaba en un pequeño cuarto del edificio:

«Esta Santa Misa, pues, esta Eucaristía, es precisamente un acto de fe. Con fe cristiana parece que en este momento la voz de diatriba se convierte se convierte en el cuerpo del Señor que se ofreció por la redención del mundo y que en ese cáliz, el vino se transforma en la sangre que fue precio de la salvación. Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres, nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo; no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos, pues, Intimamente en fe y esperanza a este momento de oración por todos nosotros…»

En este momento sonó el disparo.

Monseñor �scar Arnulfo Romero. (A su memoria)

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