Esta vez los enigmas. Los misterios insondables. Tú te acuestas a meditar y la reflexión te espanta el sueño, pero el misterio, incólume. A la mente se me viene Agustín el de Hipona, que vagando a la orilla del mar se esforzaba en la empresa imposible de descifrar el misterio de todos los misterios: cómo carambas tú, Dios, si eres tres entes distintos, resultas un solo Dios verdadero. Así yo la mañana de ayer. El obispo en la playa y yo en plena pista de caminata, allá en el bosque de Tlalpan. Cuándo, cómo, por qué. Era de la madrugada cuando yo, trote corto y la rienda recogida fui entrando en calor. A mi vera muchos pans iban, venían, me encontraban, me alcanzaban, me rebasaban. Ese tullido de la silla de ruedas hasta volvió el rostro, y sonreía. Yo, a resoplidos, abrumado al misterio que me sanchochaba los esos -los sesos, quise decir, es que hablar entre resoplidos-, mal podía gozar con mi madre, me refiero a Madre Natura: el vientecillo, los eucaliptos, la escoleta de las aves desde los eucaliptos, la rata gigante que me ciscó en la curva y resultó ser ardilla Yo: por qué, cómo pudo ocurrir semejante fenómeno, y jadeaba, resoplaba, aventaba uno que otro (borbollón de toxinas en el sudor). A la pareja de jóvenes, ella y él, sí los rebasé. Y cómo no rebasarlos, si ellos dos como a cien avanzaba, cien metros por hora, y cómo avanzar más aprisa, si ellos dos, fuera del mundo, labio a labio iban al rojo vivo soldados, y saliva a aliento, lengua y quejido, brazos a piernas, manos a torsos, todo a la intención del injerto, de la machihembradura Bien hayan los amorosos. Suspiré.
Y entonces, mis valedores, me percaté del fenómeno: pista a la derecha, pista a la izquierda, los cientos, trotones y caminantes, avanzaban como ánimas, como zombies, ajenos a vientos y aromas, resinas y pájaros, y trementina Ellos ajenos a la contemplación del boscaje avanzaban así, miren, autómatas que hablan solos, como en monólogo, en soliloquio. Cientos de ellos. La meditación del enigma se me espantó al oír al de la sudadera guinda: «Y como te vuelvo a repetir, tú cotízale con un 15 por ciento de aumento, ¿sí? a ver si no se no cai el pedido, ¿ves? ahí a ver como nos lo cuenteamos (pausa). Sí, claro, porque como te vuelvo a repetir…» (Ah, el celular…)
Avancé. Una vez más maromenado en mi mente, que hagan de cuenta calzón en la lavadora, el enigma El sol, como que salía, como que reculaba. De repente que toma vuelo y ándenle, a lo confianzudo se aventó sobre medio mundo. La de las bermudas se me emparejó, celular soldado a la oreja: «No me lo vas a creer, mana, que entonces la muy bruta: ay, señito, me dice, mi hijo era un bagazo, pero ya no, bendito sea Dios. No, mana no bagazo de caña, vagazo con ve de vaca, aunque él es rete güey, y yo con las prisas, y ella con su rollo, y yo ánimas que esta aborigen se calle y me dé el desayuno, ¿y qué crees? Que estaba contenta porque el vagazo de su hijo ya encontró chamba en una farmacia Que le dijeron: Su Rafáil es fármaco-dependiente, ¿tú eres?»
Miré en derredor: los madrugadores trote, caminata, sentadillas, lagartijas, abdominales, celular. La ventruda de los mallones color mamey: «Agarras el camarón seco y lo pones a cocer. Ay, m’hija, pos en la de aluminio. Mientras, vas preparando tus especias. Cómo de qué cuáles. Ay, Lizbeth, te me voy a morir y tú no vas a saber ni pelar un chile, con razón el Rodrigo… olvídalo, se me chispó, no quise decir que tu tuviste la culpa El, que es un nalga-fácil. A los hombres se les agarra por el vientre. Ay, hija, vientre de comer, no de cosas ora sí que sicalípticas. Oye, voy a colgar porque aquí se me encuató un ruco ora sí que medio sospechosón Chao, bai».
Me alcanzaron dos con pinta de burócratas. Una resoplidos al viento, la otra resoplidos al celular: ‘La verdá, digo, el de rezagos es vaya que bien lanzado, pero discretón no que el oficial mayor, oye, tampoco, ése es un acoso sexual bien descarado. Yo me recuerdo que de recién entrada, uh, qué te cuento…» Vi venir a la de pans de estallante magenta y rostro de rasgos crispados. Contra el celular, sollamadas palabras como flamazo de tragafuegos:
– ¡Entiéndeme, Víctor, es mi hija también, legalmente te la puedo quitar! ¡No, no soy ninguna puta, qué te pasa Tú, en cambio ¿qué hacía la Chiquis en tu recámara, Víctor? ¡Los vecinos los vieron, para qué lo niegas! ¡Tú y ella, la muy pu…tancona! ¿Ese es el ejemplo que le das a nuestra hija? ¡No te atrevas, no me vayas a col..! ¡A la tuya.!»
Yo lo apreté, el paso; lo aflojé, el cuerpo, y corriendo yo por la pista y por mi pelleja el sudor. Me desvié por una vereda y me extravié en el boscaje y en aquella obsesión, y el enigma aquel me las jurguneaba, las sienes: ¿cómo vino a ser, de resultar cierta la nota del matutino, que el dueño de Telmex, Carlos Slim, obtuvo en el 2005 ganancias por 7 mil millones de dólares? ¿Cómo puede ser que sea ya el tercer hombre más rico del mundo? ¿Cómo?
(En fin.)
¿Como? ¿Qué no traemos siempre cuando no colgando, pegados a las orejas los esos, los celulares? ¿Acaso no, usted, yo y 103 millones de paisas le damos nuestro dinerito a un «Amigo» que es toda una ficha, la ficha amigo Slim? ¿No todo México es territorio telc…? No la haga de venotsidad mi Valedor, mejor !háblele!