Cuánto me gustaría que mi voz alcanzara a todos los puntos de la rosa para poder prevenir a tantos y tantos que a estas horas empacan todo su mundo en una caja de cartón y en plan de sobrevivencia se disponen a arrojarse a la aventura hasta esta ciudad capital. Hoy, sobre todo, si pudiesen calcular las difíciles condiciones en que mal vivimos apiñados en este hormiguero descomunal, que tal cargazón de humanos ha tornado inhumana, rudo contrasentido. Si hoy calculasen esta carencia de espacio vital y de seguridad pública que en los capitalinos se resuelve en ira, temor, ansiedad, angustia, neurosis, paranoia, aquí, el retrato hablado sobre los habitantes de esta ciudad traza la psiquiatra Elsa Rubinskis:
«Los habitantes de las ciudades densamente pobladas son por lo general irrespetuosos, agresivos, que se molestan por cualquier cosa. Son, en suma, neuróticos e irritables». Y que la intolerancia del capitalino es el resultado de su angustia constante ante el temor de ser asaltado o de que alguno, en alguna forma, se va a aprovechar de él. Que semejante estado de ánimo le impide vivir tranquila y cabalmente Lóbrego.
Por eso mismo, y por desalentar a mis paisanos de la provincia que, sometidos a los agobios de una sobrevivencia ya imposible piensen en esta ciudad como en su tabla de salvación y su clavo ardiendo, aquí continúo con el catálogo de achaques que el capitalino pobre, pobre capitalino, carga sobre sus lomos. Paisanos de Puebla, Durango, Oaxaca, mi Zacatecas: ya no piensen en la ciudad capital como el refugio y la solución a su miseria económica
Ah, si pudiesen mirar las miradas de la empleadita de Rezagos Varios de la burocracia nacional, que desde el microbús estira el pescuezo por la ventanilla porque el tránsito, porque el micro, porque el mundo se arrastra a vuelta de rueda, en tanto el perverso reloj checador, a contracorriente de este mundo, avanza con velocidad de vértigo, y estamos apenas a medio camino, y nos quedan 12 colonias por atravesar, y enfrente sólo se mira…
Se mira enfrente un retardo más en la entrada de la oficina, y un nuevo retardo significa el desempleo, y el desempleo significa recurrir al burladero de las cuatro esquinas, a ofrecer a tsurus y caprices estas caprices tarugaditas de plástico que nadie quiere comprar, y entonces cómo llevar el gasto de la única y los chilpayates. Si vieran ustedes, paisanos de la provincia, las tensas miradas del vendedor de las cuatro esquinas que, a cielo abierto y a pura garganta, a media calle y toreando jettas se enfrenta a las jettas malhumoradas del gordo del volks, y le apronta sus aguacates sin semilla (los del hüicolito), y el paquete de chicles, las toallas higiénicas y esas tiznaderitas de artesanía popular de Taiwán con que el 50 por ciento de mexicanos sobrevive vendiéndolas a la otra mitad de paisanos. Ojos tensos, ojos ávidos, que van desalados detrás del marchante, el cliente potencial de aquella mendicidad disfrazada de limpiador de parabrisas…
Si ustedes, paisanos, pudiesen mirar ese mirar de quienes, faltos de un empleo
fijo, miran el amanecer recargados en las rejas de catedral, la caja de herramientas al pie (fontanero, yesero, albañil, electricista, milusos, todólogo), a la espera del trabajo eventual que permita llevar el mantenimiento de la amantísima y los chamacos que aguardan, arrejolados en la casucha de la ciudad perdida allá, en las orillas, en lo sobrante de la ciudad. Paisanos:
Si pudiesen observar esos ojos, los del automovilista que intenta rebasar la luz preventiva y cuidarse de la patrulla azul, esa cueva de ladrones con torreta y sellomáticas. Si vieran al que va detrás del volante estirar el cogote tratando de descubrir, cuadras adelante, la causa del embotellamiento en que se fueron a atascar, y el huequito a la orilla del pavimento donde deshacerse del volks y, porque se tiene prisa, seguir a pie, o se frustra la cita, o se va el avión, o se derrumba el negocio que significa la sobrevivencia como clase-mediero del automovilista de marras. (O lo peor de lo peor: por culpa de la mega-marcha no avanza esta madre, y yo ya no puedo con la vejiga estallante.)
Ah, los ojos de aquellos desde hace dos horas y cuarto siguen en la fila frente a la ventanilla de Rezagos Varios, en la mano el original con las ocho copias y en la mente la sospecha, casi certidumbre, de que les van a solicitar ese comprobante, ese certificado que cómo diablos se nos ocurrió dejar en casa. Si vieran la mirada, tan peculiar, de quienes abandonan la ventanilla padeciendo en carne propia, viva carne, la tarascada del aumento en el recibo de pago, que esta vez salió inflado con tantos ceros, si vinieran a mirar esta mirada, la mía, cuando esto redacto: náusea, exasperación frente a esa corrupción galopante de los Bríbiesca, Sahagún, Mario Marín, Carmen Segura, Estrada Cajigal y compinches. Pero el tema merece más
comentarios. (Un día de estos.)
ay valedor, cuantas verdades en tan poco espacio y… ¿soluciones?, los tan prometidos «polos de desarrollo» ¿dónde están?
¿Y no sería una injusticia más que aquéllos que vienen a la capital del país en busca de, al menos, sobrevivir, se enteraran de esto que usted dice? Que aquí ya no se puede vivir. Sería, creo yo, matar una esperanza más. Como si tuvieran tantas.