Y que el perdidoso, en este caso, es Gobierno del DF, que se inconforma por los 13.6 millones que tendrá que pagar a Alejandro Iglesias por la expropiación del predio en donde hasta el 22 de octubre de 2000 estuvo la discoteca que se incendió, y donde murieron carbonizadas 22 personas. «Las muchachas salían traumadas, llenas de sangre, quemadas, sin zapatos…»
Leo, azozobrado, la noticia alusiva al siniestro que en su momento conmocionó al país, y que hoy apenas ocupa un rinconcillo de las páginas interiores. Porque, mis valedores, así de vidriosa es la memoria histórica, así de endeble y de quebradiza. Y sí, muchos millones a la cuenta de un pájaro de cuenta como ese Alejandro Iglesias al que yo reputaba de criminal y prófugo de la justicia ¿Ocurrirá algo semejante con la tragedia de los mineros enterrados en vida -en muerte- en tierra de Coahuila? ¿Se terminará indemnizando a un tal Germán Larrea, dueño de vidas, minas y haciendas, por las molestias que le causaron 65 difuntos al tomarle de camposanto su propiedad? Es México.
Recuerdo aquel 22 de octubre del 2000. Yo, aturdido ante la catástrofe, algo quise decir, o escribir, o callar o, por no seguir lastimándome, pasar de largo, pero reflexioné: las víctimas eran jóvenes y andaban ahogadas de alcohol, esa droga aborrecible que entre adolescentes y jóvenes se incrementa cada día, y relacioné la hornaza del Lobohombo con la del caso aquel:
«Coche accidentado. Seis heridos graves. Conductor y acompañantes, todos menores de edad, iban ebrios. Rafael A.H., que manejaba el vehículo, cuanta con 16 años de edad. Grave, permanece hospitalizado…
Yo, padre de un hijo de la misma edad, la mente encendida al recuerdo de un Lobohombo en llamas dije y digo al caído en desgracia, la del licor:
En leyendo la noticia, Rafael, redacté unas líneas zumbonas contra borrachos y teporochones, pero después de pensarlo… Has de saber (me permites el tuteo, ¿verdad?) que de pronto se me prendió una punzadilla acá, mira, del lado cordial; porque yo tengo un Ariel de tu misma edad, y eso vino a quitarme las ganas de forjar donaires con tu desdicha. Porque desdicha es, y grande, que habites en un país que es manadero de borrachos porque las agencias de publicidad se viven sembrando en radio, TV y periódicos esas minas antipersonales que son los anuncios que exaltan el consumo de alcohol y el cigarrito. «¡Chupe, sorba, fume, viva!» Abyecto…
Denuncia el especialista: «Una publicidad desaforada e irresponsable encauza al país hacia el alcoholismo. La afición por el alcohol se incrementa entre los jóvenes, los adolescentes y los estudiantes universitarios…»
Tú, Rafael, de seguro eres estudiante, como mi Ariel, y como joven que eres, qué voy a reprocharte, si es el Sistema de poder que los adultos nos dejamos imponer el que permite, alienta, fomenta que las agencias de publicidad, al amor de las ganancias, manipulen a las masas -¡a los adolescentes!- a punta de campañas tan aviesas como efectivas. Qué voy a reprocharte, si viniste a nacer en un país patrocinado por las firmas cerveceras.
Malhaya esa promoción alcoholera que así se ceba en los jóvenes, Rafael, que
mantiene a flor de labio la cebada, la uva y el lúpulo, y el mezcal, el agave y la caña, por que angoste y agoste el espíritu y ablande conciencias y reblandezca la resistencia del joven -¡del adolescente!- frente a un Sistema que así oprime y, en su caso, reprime. La cultura del licor, a estas horas enhiesta
Y es que los alcoholeros y sus pregoneros, Rafael, son como el cinescopio: apartidas, amátridas y huérfanos de hijos como tú o el Ariel, donde pudiese dolerles los daños que causa el alcohol. Si seré candido, ¿no, Rafael..?
Te imagino días antes del accidente, tú y tus 16 años encima Flamante todavía como recién salido del nidal. Te imagino emulando al publicista cervecero, la vía para el tequila, el ron y drogas que los acompañan. ¡Ah, Rafael, como si te llamaras Ariel y fueras mi sangre, y fuera esa sangre la que no cesara de manar mientras yo, desalado, me lanzara al de primeros auxilios, a aferrarme a ese tu cuerpo todavía tan muchacho y ya así de lastimado! Dios…
Ya nosotros, los adultos, no pudimos con la propaganda del licor. No quisimos poder. Apatía desidia, sed de licor en algunos. El hábito no hace al monje, dice el lugar común, y yo digo: mucho menos el hábito del alcohol. Y ya que nosotros no, a ver si todos ustedes, la nueva generación, cuando sepan organizarse no en muchedumbre, no en logreras ONGs, sino en células autogestionarias, donde reside el poder popular. Repito: candido de mí, Rafael.
Lobohombo: «Sólo una mujer logró identificar a su hijo, lo reconoció por los frenillos de la dentadura». Hoy, apenas 5 años y meses después, todo olvidado, y aquí en el Lobohombo no ha pasado nada como nada pasará después de los 65 mineros enterrados en vida. En muerte. Es México. (Este país.)
el tiempo te dará la razón mi estimado valedor, los responsables dormirán tranquilos y larrea y compinches conbrarán derecho de piso a los deudos de los 65 mineros enterrados vivos por usar indebidamente la mina como sepultura.
¿Entonces , que se va a hacer con la colecta que mandó hacer la delegada Virginia Jaramillo a los empleados de la Delegación Cuauhtémoc dizque para poner en el lugar donde estaba el Lobohombo una estación de bomberos? ¿Dónde quedó ese dinero?