Hágase la voluntad de Dios

Pero en los bueyes de mi compadre, dice el clero católico, que así se expresaba hace tiempo: ¿Pederastia entre los sacerdotes? Nosotros no somos jueces, y el que esté limpio de pecado que arroje la primera piedra…

Ayer, frente al caso «Martín-Succar-Nacil», el cambiazo: Todo aquél que cometa pecado mortal, como los pederastas, debe ser castigado por la ley y excomulgado. (Esa doble moral.)

Miro esa foto, a propósito. En ella observo a cierto individuo de unos 25 años. El ánimo fruncido pienso y medito: horror, que uno como ese pude haber sido yo a tal edad. Dios, el destino, la moira, el azar o mi buena fortuna me libraron de tal maldición. La foto está fechada en un rinconcito donde hacen su nido las olas del mar…

Miro la foto hasta bizquear: El individuo, joven aún, ya se advierte fofo de carnes, mofletudo y rollizo bajo su vestidura blanca con motivos religiosos: la cruz, la paloma, el alfa y la omega, el pez. Un sacerdote, sí, un paidófilo más, éste, recién descubierto en la Sierra Norte de Veracruz. Por los bebederos del arpa, la jarana vozarrona y la guitarra de son, pariente..

¿Los hechos que incriminan al curita y jarocho, trovador de veras? Una historia vulgar: con el pretexto de impartir clases de catecismo, y como los servicios de culto requieren de monaguillos, el religioso convocaba a niños de la localidad, y ándenle: que te voy a enseñar ajedrez, que te acompaño en tus juegos y te ayudo en la tarea escolar, pero sé buenito conmigo, y ándenle…

– El padre me empezó a besar en la boca, me metía la lengua, me abrazaba Que me quería mucho, y se me restregaba..

La historia de siempre, vulgar y tan conocida el ministro de culto, entera su potencia sexual e incapaz de domar su propia naturaleza, desfoga los impulsos de libido con quienes (en quienes) supone que menos se compromete y peca menos escandalosamente: «dejad que los niños venga a mí…»

– Me acostaba en una cama de la casa parroquial, y yo sentía su miembro. Me apretaba y me lo refregaba en mi cuerpo Me besaba el cuello y me acariciaba las piernas y brazos, diciéndome que me quería mucho. Luego tomaba mis pantalones y…

La escena de siempre, encubierta hasta que afloró la suciedad de los padres Maciel legionarios de Cristo y colegas involucrados en prácticas de pederastia Y esto, digo yo, es comprensible. ¿Pues qué? Sacerdotes son, pero humanos también, y algunos sin la fe, la vocación, la mística, el temple y la fuerza de voluntad para sublimar su libido y mantenerse en sañuda castidad, ese estado anti-natura en el que en el siglo XII los fue a arrojar a don Hildebrando (Gregorio VII). Y ahora, mis valedores, lean algunas variaciones sobre un tema que traté aquí mismo el pasado mes, y que hoy cobra relevante actualidad.

Sabio mi Dios, y tan comprensivo. Yo pasé por el seminario y vestí la sotana Iba a ser sacerdote y a reprimir en mí los instintos que me obsequió mi Madre Natura Aun antes del seminario conocí el claustro donde me preparaban para monje capuchino, espejo y flor de los franciscanos más cercanos al Seráfico de Asís. Yo ahí, fundamentalista (principios, valores y convicciones), me silicié y sometí a privaciones y disciplinas en verdad espartanas, hasta que mi sistema nervioso tronó y fui rescatado e internado en el seminario: estudio, cantos, recreo; vida, pues. Pero bondadoso, comprensivo que fue Dios conmigo (o el hado, la moira, el azar), porque entre más lo pienso…

De haber llegado a los votos, ¿qué sería yo a estas horas, infeliz de mí? ¿Un cura que predicase el desprendimiento de los bienes terrenales mientras viviera la vida opulenta de los Onésimo Cepeda? ¿Uno que proclamase que al César lo suyo y a Dios etc. mientras anduviera embombillado hasta la tonsura en la politiquería, como el pri-panista Norberto Rivera? Amador irredento de la mujer y oficiante de esa expresión máxima de la humana libertad que es las cultura del erotismo, ¿habría yo logrado domar a Madre Natura, o habría caído a impulsos de una sexualidad sesgada, torcida, morbosa? ¿Habría yo tornado adúltera a «mi más efusiva penitente», que dijo el poeta? Semejantes transgresiones a la castidad, ¿me producirían a estas horas espeluznos en la conciencia? ¿Viviría condenado en vida? El hado fue conmigo benévolo, mis valedores, porque en verdad digo a los creyentes…

En el proceso de salvación del ánima, el buen cristiano suele iniciar, como Agustín el de Hipona, una vida de disipación y pecado, pero a tiempo enderezar el rumbo. María Egipcíaca comenzó trepando a todos los lechos de todos los libertinos y acabó trepándose a los altares. Pero, por contras: «el que de santo resbala, hasta el infierno no para». Hasta pedófilo, Dios. ¿Ese sería mi destino, de haber profesado como sacerdote! (Cruz, cruz…)

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