No nos resignamos a ver la fe arrinconada en la esfera privada…
(Mons. G. Bertello, nuncio apostólico.) Y que «Arma la Iglesia su candidato, que defienda la vida desde su concepción, que no sea populista ni líder mesiánico». Que sea cualquiera, pues, menos López Obrador y Madrazo. A propósito del desbozalado protagonismo del clero político, mis valedores…
Fue a media tarde del domingo pasado. Después de horas de súplicas y pedimentos a mi confesor espiritual, el padre Compito, finalmente, accedió a permitirme presenciar, oculto estratégicamente en la sacristía, cierta reunión de trabajo pastoral que, convocados ad majorem Dei gloria por no sé qué nuncio apostólico y algún cardenal arzobispo primado, se llevaría a cabo al pie de La Divina Infantita (de su altar) para «armar su candidato». Laus Deo.
– Pero mucho cuidado con hacer algún ruido o dejar que Sus Reverendísimas te vayan a descubrir. Un pseudo-neo-comunistoide entre la jerarquía católica, ¿te imaginas? Pero sobre todo, hijo dilecto: mucho cuidado con ir a revelar por ahí el más mínimo detalle de lo que aquí se trate o se deje de tratar. Tú que abres la boca y yo que te la dejo ir per secula seculorum.
¡Ay, Dios! Sí, una excomunión fulminante. Le juré que cómo pasa a creer, cómo puede suponer que todo un hombre como yo, con las vergüenzas en su nidal, vaya a ser capaz de traicionar su confianza. «Besándola se lo juro». La cruz. Y que bueno, pues, pero que conste, y que ahí te lo haya, bigotón.
– Pero cómo reconocer a los reverendos, si nunca los he visto en persona.
– Fácil. Reconocerás a los Norberto Rivera, Onésimo Cepeda y demás dignatarios, tanto por su vestimenta de tela burda, por aquello de su pobreza, como por sus carnes enjutas a base de ayunos, cilicios y demás formas de penitencia. Unos seráficos nimbados por la santidad, según encuadran su vida al evangelio de Jesús el Cristo. Conste.
Y sí, el domingo en la tarde me tiré al ruedo, y ahí estábamos, mi confesor espiritual entre los jerarcas católicos y yo, desde mi escondite, tratando de reconocerlos, pero qué curioso: a los varones de virtudes no lograba ubicarlos por sitio alguno. Entre obispos, arzobispos y cardenales sumaban arrobas de vientres pero que bien graneados. Entre los vientres sólo pude distinguir unos rostros sanguíneos, unas panzas descomunales y tales sotanas como cortadas a la medida de Marta Sahagún para un glamoroso desfile de caridad, de esos que se perpetran en el México teletonero de la justicia social. ¿Cómo llegarían todas Sus Eminencias hasta los pies de La Divina Infantita? De Norberto Rivera conozco la forma en que lo trasladan para el ejercicio de su seráfico ministerio: en Mercedes Benz 500, blindado. El, sí, ¿pero los demás discípulos de Aquel que dijo una vez: «Bienaventurados los pobres»..?
En fin. Desde la sacristía pude distinguir el macollo de santos varones émulos de Jesús el Nazareno y del poverello Francisco de Asís, que religiosamente se disponían a entregar al César todo lo que alguna vez fue
de Dios. Pastoreando la tandada de sotanas, Norberto Rivera, cardenal arzobispo primado; nalgatorios descomunales apoltronados en sillones de raso y nogal, Juan Sandoval íñiguez (agrio el semblante, caedizo el labio inferior), el obeso Sergio Obeso, y cuándo no: el gourmet pri-panista, empresario taurino, golfista y obispo en sus ratos perdidos Onésimo Cepeda. Entre efluvios de incienso y arpegios de órgano, los prelados producían, aquella santa boruca. Sotto voce. De repente un campanillazo, Norberto, vozarrón de gaznate panchovillista ebrio. Cruzado. Manejando un pirata. Un tolerado:
– Familia carísima, ¿ya estamos todos?
– ¡Todos, Su Ilustrísima! -se me escapó desde mi escondite. Ellos parpadearon. «¿Y esa voz..?»
– Sería San Mames -se turbó el padre Compito.
– No Mamés, padre, más bien ha de ser Sam Viguetas, el hermano sacristán. ¿0 acaso vos conocéis la lengua de Mamés?
Uf. Comenzó el conciliábulo. Su Eminencia: «Os he convocado, carísimos, para que asumamos nuestro papel de acuerdo con el Compendio de la Doctrina social que desde Roma, nuestra metrópoli, nos envía Su Santidad, y que se nos da como un instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan nuestro tiempo; como una gula para inspirar en el ámbito individual y colectivo, los comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza.
Vi que el padre Compito se puso de pie. Titubeaba: «Como que no alcanzo a comprender tan elevada fraseología…»
– Por Dios, padre, si está muy claro: ¡que desde hoy nosotros tenemos en nuestras manos la manija del juego político, ¿quedó claro?! (Seguiré con el tema.)