Esa foto obscena

El terruño esta vez que la vista de semejante foto me arrastró a la evocación de mi querencia y me predispuso a los recuerdos de la niñez. Tengo frente a mis niñas, las de los ojos, esa foto que me ha transportado a mis años tiernos en los derrumbaderos que muy de tarde visito. Pero no, que no reproduce el paisaje del caserío, de la arboleda, el cresterío de roca viva, no. Es una foto provocativa, retadora y por demás desafiante que mucho me ofende, como debería ofender a todos ustedes ahora que se las describa. Y sigo:

Jalpa Mineral, en el estado de Zacatecas. Hace algunos ayeres visité mi querencia, y me hundí en el goce del retorno después de media vida de ausencia, y al modo de Adán fui recorriendo cada flor, cada cerro, cada peñasco, y los fui nombrando por su nombre antañón, con los que hablaba con ellos en mi niñez. Jalpa Mineral, mi hontanar, manojo de floridas raíces, que una foto procaz me trajo a la memoria. Haya cosa…

La visité hace algunos ayeres, y un día de aquellos, muy de mañana, agarré el camino que va a La Cañada, serranía de mis andancias de payo, las de surco y coamil. De pronto, mis valedores, ahí estaba la serranía encandilada de abril, rayoneada a cigarras y reverberancias, que encela un sol como garañón desatado en auras, cuervos, zopilotes. Ahí, el brazo extendido rumbo a barbechos y roquedales, don Josefo, mi guía: ‘Allá, mira, fue la Cristera».

La revuelta cristera, qué tiempos. Se me vino de golpe aquella Cañada de hace tantísimos años y recordé los días en que detrás de cada roca, de cada troncón de mezquite, me hallaba los montones de casquillos: máuser, carabina 30-30, donde las fuerzas de Gorostieta, general cristero, emboscaron y dieron muerte a los «pelones» de Calles. «¡Viva Cristo Rey!» (Detrás de tal alarido se atejonaban los Jiménez y De la Mora, carniceros obispos no del cristianismo, sino de católicos de dogma, el fanatismo, la manipulación.»¡Dios lo quiere!»

Ese día, en La Cañada, medité en los jalones y marometas que han hecho pegar a la historia patria, desde la derrota de las sotanas con Juárez y sus beneméritos hasta las derrotas de La Cristera. Pero las machincuepas que hacen dar a la historia: hoy, en el hoy de los Fox, Marta Sahagún y Manolo, Abascal y yunqueros del calibre de Manuel Espino, Calderón y congéneres, los meros gallones son los monseñores, quién iba a decirlo; ellos son quienes marcan la pauta e imponen el rumbo y las condiciones y dictan las reglas del juego político. Lo que va de Juárez a El Yunque, pasando por La Cañada, Dios…

Y qué decir, qué hacer. A partir de esa cristera que, en apariencia, perdieron, las reverencias sotanas han venido recuperando terreno a marchas forzadas (para todos forzadas, comenzando por la propia Historia) y manejando la manivela como antes de Juárez, como antes de la Independencia de México, como desde el día malhadado en que un Constantino emperador, empujado por su Elena madre, asesinó al cristianismo, el del amor, para malparir la religión de estado, y con ella los Norberto Rivera y Onésimo Cepeda que masacraron las venerables palabras del Justo: «Ama a tu prójimo. Mi reino no es de este mundo. Al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios». Trágico.

El día que les cuento, mis valedores, yo, circundao de riscos y peñascales en la infinidad de la serranía sollamada de sol, medité en el clero ya descarado al que la ermita le quedó chica, y rabonas la basílica, la catedral y la plaza «de la constitución», y que ahora, para sus «rosarios tan concurridos que las cifras ingresen al Libro de Records», toma por asalto el Goloso de Santa ?rsula; reflexioné en declaraciones de cardenales, arzobispos y obispos, tan arriscadas que cachetean a lo impune lo muy poco que nos va quedando del 130 constitucional (y nosotros aguantando castigo y humillando la testa, Dios); calibré entonces los brincos históricos que han venido pegando, desde que toparon con hueso (Juárez) y luego con tepetate (con tata Cárdenas) hasta que agarraron blandito y, garrapatas políticas, se incrustaron en las zonas blandas de los Ávila Camacho y congéneres, y así hasta hoy, hoy, hoy. México.

Mis valedores, fueran a conocer La Cañada. Es el monumento natural, oloroso a vara amarilla y cenzontles, de los primeros triunfos del clero político en los tiempos recientes. ¿La qué, dicen alguno? ¿La foto? Ah, la foto: obscena en su insolencia, insolente en su obscenidad, altanería pura, puro cinismo e impunidad, tiene fecha de ayer y de fondo un letrero: «Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana», y en gran acercamiento esa fila de alzacuellos, sotanas y cruces en la barriga, y el pie de foto: «El nuncio apostólico Giuseppe Bertello; los cardenales Norberto Rivera y Renato Rafaele Martino, ¡el canciller Luis Ernesto Derbez! ¡Carlos Abascal, titular de Gobernación! ¡Vicente Fox, presidente de etc.!» ¡Y una bandera tricolor! ¡Y que «Beatifican a 13 mártires de la guerra cristera» ! Los signos de admiración, por mi cuenta.

(¡Dios!)

Un comentario en “Esa foto obscena”

  1. Maestro Mojarro:
    Lo primero que escuché de la guerra cristera me lo dijo mi papá, cuando yo tenía unos doce años de edad; me comentó que aquí, en Pachuca, habían vivido algunos maestros de escuela a los que los cristeros les habían cortado las orejas. Ese relato se me quedó muy grabado; sin embargo, mayor es mi susto el día de hoy después de haber leído la fabulilla de su invención. Gracias Maestro.

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