¡Ni tengo por qué darlas..! Explicaciones, sí, las que se niega a dar un Vladimir Villegas, embajador de Venezuela en nuestro país, al reclamarle la cancillería mexicana las rudas expresiones que contra el presidente Fox acaba de externar su homólogo venezolano Hugo Chávez, que lo motejó de entreguista y cachorro del imperio. Ahí, desplegados en la mesa de centro, diferentes periódicos que aluden al deferendo entre los dos países hermanos: «México, inconforme con la respuesta venezolana». «El conflicto no está resuelto». «Fallida conversación entre los cancilleres tensa más el ambiente». «¡Guerra, guerra, lavar con sangre la ofensa!», clamó La Maconda. Horror.
Del tema charlábamos en la tertulia la noche de ayer. «Pobre del libre comercio, con demagogos como el tal Chávez», clamó La Maconda (la Sra. viuda de Vélez, neopanista y adoradora de Diego el barbón).» ¡Demagogo, pero no arrastrado! Explosiva, la tía Conchis, (en su altarcito, veladoras prendidas ante la efigie de López Obrador.) La Maconda:» ¡ Guerra contra la lengua de víbora prieta! ¡ Que Fox le declare la guerra y lo aplaste! ¡Corra la sangre!»
Oí «guerra, sangre», y el escalofrío, y entonces el maestro. «No, esta vez la sangre mexicana y de Venezuela no llegará al río. Por más que los dos países han malgastado en armamento moderno, ¿tenemos la capacidad para un conflicto bélico? De los tanques que harían esa guerra cuénteles, joven juguero.
¿Tanques? ¿De guerra? La tertulia, alerta! yo. ávido, temía oír el relato dramático, traumático; habló el juguero, y la patochada que fui a escuchar:
– Yo chambiaba de recluta en la división de tanques, y aquel 16 de septiembre, el broncón con lo que mejor produce el DF, los embotellamientos. Muy temprano se habían sacado los tanques para el desfile. Se enfilaron por Ejército Nacional rumbo al Zócalo, pero apenas habían rebasado la cuadra y media cuando ¡tíznale, avanzar por el periférico! El tanquista que encabezaba el contingente sacaba la cabeza, movía sus luces direccionales, tocaba el claxon pidiendo cancha para avanzar o llegaríamos tarde al desfile; pero nada, los cábulas automovilistas pura madre que le abrían paso; y ni hablar, que empieza a meterse de las de acá, miren, pian pianito…
No, pero en una de esas que le da un llegoncito a la salpicadera de un volks, y que el del susodicho se baja hecho la madre, y todo carbonoso empieza a mentarle toda su parentela al tanquista, el cual se metió para adentro y cerró su escotilla diciendo: «¡La tuya, botellita de jerez…!»
Otra cuadrita, ¿y que creen? De repente, el motor del tanque número dos comienza a toser, a estornudar y a hacerla de fumarola; y que se echa tres explosiones falsas) y se para en seco. De atrás, un carguero de la Galgos Rojos comenzó a mandarle mensajes en clave, o sea puros trácatatracas, mientras el tanquista se bajaba solicitando unas pinzas, por plis. Sólo consiguió unas de cejas, que un travestí le facilitó. «Pero tienen vuelta. Luego los sardos resultan pero que bien mañosos, si lo sabré yo». Entonces que se arrima al tanquista una mujer policía: «Su tarjeta de circulación, mi estimado. Me va a tener que acompañar».
Y que a donde, y que aquí nomás, a la cárcel clandestina de aquí a la vuelta, y que después del calentamiento de rigor (mortis), lo vamos a pasar al Centro Nacional de Arraigo. «Ora que si llegamos a algún acuerdo, ¿verdá..?»
Para esto, ya el embotellamiento alcanzaba el kilómetro corrido. Entre varios se acomidieron a empujar el tanque y órale: «¡Sáquele el cloch, mi sargento!» «¡Pero que esos de adelante abran cancha!» A empujones lograron echarlo a andar. En la catedral se oyeron los primeros repiques. Tardísimo.
En eso, válgame, que el tanque número tres descubre un huequito entre dos lebarones, y que se avienta como el Borras, pasándose una preventiva. Rápido, el altoparlante de una patrulla que a saber dónde estaba agazapada, cazando marchantes: «Ese del carcachón despintado, ¿qué no oye? Oríllese pa’ la orilla!» Y pues que sus papeles, y que a ver el tarjetón que acredita la propiedad de la cucaracha, y que no le veo el holograma de la verificación, y que va usté a tener que acompañarnos al corralón, y que caray, mi agente, usté pórtese cuatito, por qué no lo arreglamos acá bajita la mano.
Para esto, varios volks se brincaban el camellón o trataban de escapar por la puerta falsa, o sea el sentido contrario. El embotellamiento, seis kilómetros fíat, y entonces: » ¡Eitale, que con una araña le inmovilizaron una oruga de las ruedas!» El tanque, engarrotado. Total, que en pleno desfile, desde el balcón central de Palacio, el general de brigada observó el paso del glorioso escuadrón de tanques, y muy discretamente se puso a contar con los dedos, y que le da un codacito al comandante en jefe: «Para mí que ahí faltan tres tanques…»
Y sí: cuatro días más tarde los fuimos a localizar en el corralón, pero ya todos desmantelados. No creo, Sra. Maconda, que estemos para una guerra, ¿o sí? (Pues…)