La voz de nuestros patrocinadores

Que tras de las vacaciones de los «días patrios» había que retornar a esta ciudad, conté ayer a todos ustedes. Me dirigí al aprendiz de aeropuerto del caserío cercano, que de todo servicio básico carecía, pero estaba superdotado de cinescopios, que lo plagaban de la salita de espera a pasillos, corredores y el lugar excusado. Yo, por salud mental y al intento de neutralizar el fecalismo del cinescopio, ya me atejonaba en un rincón, ya huía por este pasillo o aquel corredor. Vano empeño: a la voz de «nuestros patrocinadores», una voz que a 10 mil decibeles me chicoteaba las orejas, el dragón electrónico me arrojaba, entre aullidos, fogonazos de lumbre multicolor que me trizaban los ojos, oídos, neuronas, sistema nervioso, glándulas:

«¡Coma, trague, beba, chupe, fume, goce, juegue, gane, triunfe, conquiste, siéntala, tómela, úsela, únteselo, deséchelo, introdúzcaselo..!»

Lo introduje en uno de los asientos de la sala de espera, y a esperar, y esperando y por preservar mi cerebro miraba al cielo buscando rastros de un avión. ¿Aeromar? ¿Aerocalifornia? ¿Ya Taesa madre? Ánimas que venga sacarme de este purgatorio donde, ánima sola, padezco las llamas del cinescopio. Allá, en lo alto, un firmamento esplendorosamente azul y sin rastro de un ave, una nube, un Aeromar o un Aerocalifornia, ya de perdida. Uno creí columbrar. Era un zopilote. En tanto, «la voz de nuestros patrocinadores» me arruinaba enjambres de neuronas. En el cerebro, nata de moscas panteoneras, se me empozaron los anuncios de «nuestros patrocinadores».» ¡Marque ahora mismo!» Y qué hacer…

Observar a los «señores pasajeros». Curros todos y bien peinaditos, todos bien vestiditos, todos arrojando tufaradas de perfume y loción. Bien portados todos, animalillos domesticados por el manual de Carreño. Pues sí, pero a todo la baba se les caía mirando al cinescopio. Madre e hija, marido y mujer, novia y novio recién fugados: todos, brillantes pupilas, miraban cara a cara el cinescopio, y entre ellos intercambiaban observaciones que los acreditaban de asiduos y buenos conocedores del bodrio que a su espíritu les daba a tragar el cinescopio. Lástima de ropita, lástima de mexicanos: por aquello del qué dirán, bien portados, bien relujados; pues sí, pero de pellejo adentro y a escala de espíritu, la pura orfandad de tan soberbios alumnos del supremo rector de la educación pública, que les proporciona cada día su ración de morcilla y moronga en la nota roja, y con la moronga doriguera sus gordas para el desempañes, gordas y escandalosas Lauras, Niurkas, Chapoyas y Cía. Bostecé, sacudí la cabeza, volví a bostezar, di la cabezada, y entonces: ¿Cómo fue, a qué horas? Porque de repente…

De repente me miré en el aeropuerto, ¿el de qué ciudad? Penumbra. Ni un ánima en derredor, ni señal alguna de vida. Solo y mi alma me miré entre ánimas de añejos aeroplanos, fuselaje parchado. Sin rumbo, hacia todos los rumbos, rastros de pistas de aterrizaje de los que se alzaban tenues gasas de polvo. Sin viento. Aquello mortecino apachurraba el corazón. Una saüvilla agria, acida, amarga. Me lo tenté. Lo tenía, el celular. Marqué el número de casa. El sonido, a mundos de distancia. A la distancia de siglos, la respuesta de la trabajadora. Yo, el corazón apretado de nostalgias, angustia, desolación:

«Señora Lupe, creo que estoy perdido. Que alguien venga por mi».

Y Dios, la respuesta: «Gánese toda la información que requiera, señor. Sólo tiene que enviar un mensaje con la palabra Aventón’, 25 pesos más IVA». Y colgó. Yo, amagos de desesperación, invoqué a la sota moza de los dulcísimos amoríos de trasputín y traspatio. Rumor de ultratumba: «Nena, algo me sucede; no alcanzo a entender. Estoy perdido en este aeropuerto, quién podría rescatarme…» «Fácil, amor: sólo marca en tu celular la palabra ‘sancho’. Veinticinco pesos más IVA. Entre más mensajes envíes, más posibilidades tienes de ganar esa información. Marca ahora, no te quedes afuera». (Colgó.)

Yo, la desolación. ¿Dónde estoy, en qué país marcado por el azar y las cartas marcadas? Para saber la respuesta, ¿a qué número llamar, 25 pesos más IVA? ¡Al responsable! Marqué. Allá, del otro mundo, la voz de mujer. Joven: «El señor Creel no está. Si quiere saber todos los detalles de dónde se encuentra, marque la palabra ‘Edy’. Entre más mensajes envíe…»

En derredor, vestigios de hélices y fuselajes, de hangares a medio derruir, más allá, el polvo, el llano, la desolación, la nada. ¿Vivo, muero, qué? Espanto, desesperación que de repente se tornó iracundia, furor. Furibundo, rabioso, llamé. A lo lejos, ese vozarrón de mis pesadillas. Aullé:» ¡Quién canacos lo autorizó para hacer de mi México Las Vegas del subdesarrollo, quién, dígame!» Ahí me contestó (¡y el muy confianzudo me hablaba de tú!): «Marca en tu Telmex ‘Tahúres’, 25 pesos más» ¿IVA? ¡Iba a insultarlo cuando desperté. El empleado: «¿Su avión? Ya despegó, mírelo tomando altura». (¡Bingo!)_

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *